Se sospecha que más de una decena de niños y adolescentes fueron víctimas del cura Justo Ilarraz, quien sometió sexualmente a niños y adolescentes internados en el Seminario, aunque solo siete de ellos -hoy adultos- han podido dar cuenta de las situaciones que les tocó vivir, un hecho que lleva ya 6 años en espera desde que se presentó la denuncia ante la justicia.
Ilarraz era el responsable de tutelar a niños y adolescentes que llegaban a estudiar a la escuela del Seminario. Sus familias le habían confiado esa responsabilidad, cada vez que el sacerdote recorría los pueblos del interior de la provincia para encontrar a niños para que vivieran en el internado. “Familias de las cuales él se hacía amigo para ganarse la confianza, y donde también se daban vínculos muy duros, o con ausencia de la figura paterna, para lo cual el internado en la escuela del seminario y el sacerdocio, representaba una salida” explica José Dumoulín uno de los 71 testigos que se están presentando en las audiencias fijadas por estos días en el juicio contra Ilarraz
“Son 7 las víctimas, pero sin dudas, nosotros sabemos que son muchas más”, asegura para explicar que “la voz de estos siete jóvenes expresa a muchos otros que vaya a saber por qué aún no han podido abrir el corazón, o tal vez poner en palabras aquello que sucedió hace tantos años en sus vidas”, señala Dumoulin, quien dejara el sacerdocio al no encontrar respuestas frente a las denuncias por el caso Ilarraz, presentadas formalmente por el decanato 3 qué el integraba, ante las máximas autoridades, como Monseñor Maulión y luego Puígari.
Dumoulín habla de la vulnerabilidad de las víctimas elegidas por Ilarraz, como también lo señala uno de los abogados querellantes, Marcos Rodríguez Allende: “Ilarraz tenía como una tabla de características donde él sabía apuntar en cuanto a las víctimas y se aprovechaba de un sinnúmero de circunstancias para abusar de ellos”.
“Actuaba bajo un denominador común de las víctimas. Eran niños de entre 12 y 14 años, que no pertenecían a la ciudad de Paraná, todos estaban internados en el seminario, absolutamente vulnerables porque no tenían la contención familiar, tenían a sus padres en muchos casos violentos” denuncia el abogado.
El contexto social, cultural, político en el cual se produjeron estos abusos, muestra que los niños y adolescentes estaban aislados de sus familias, sin las vías de comunicación que hoy tenemos, pero además confinados en un lugar de retiro en las afueras de la ciudad de Paraná.
Una historia que sale a la luz
Más de tres décadas han pasado para poder develar los abusos cometidos por el cura responsable de la tutela de menores en el Seminario. Hubo un largo proceso hasta llegar a este momento histórico en el que se juzga uno de los casos de pedofilia más escandalosos en la Iglesia argentina.
Los hechos se produjeron entre 1985 y 1993, “el cura Ilarraz se metía dentro de las camas de los chicos, o los llevaba a su habitación, y abusaba de ellos” cuenta Dumoulín.
También una de las víctimas Fabian Schunk fue contundente en su relato: "Éramos gurises. Salíamos de los campos, de las aldeas, de pueblitos perdidos en la provincia, con la esperanza de tener otro proyecto para uno, una vida distinta. Fueron momentos muy duros para todas las víctimas. Momentos de soledad, porque entre nosotros no hablábamos. No sabíamos que al otro le estaba pasando lo mismo. Decirte que en un pabellón había entre 30 y 40 personas y de noche escuchabas un gurisito llorando y no sabías por qué y a los años te enterabas de que ese pibe había sido abusado. Uno creía que extrañaba. Y después el llanto de uno lo disimulaba", recordó Schunk al declarar este lunes en la primera audiencia del juicio.
El valor de la palabra
Fue recién en 2010 cuando una de las víctimas, Hernán, se acerca al entonces cura Dumoulín y al padre Leo, para contarles lo que le había sucedido. “Tener ese relato de una víctima en primera persona fue muy conmovedor y nos llevó a pensar en qué hacer porque había mucho silencio”, señala el ex sacerdote quien además se vio movilizado junto al otro cura para presentar la denuncia, en la época en que Benedicto había dicho “tolerancia cero” para todos los casos de abuso en la Iglesia a propósito del caso de Irlanda, donde se reveló que unos 320 niños sufrieron abusos por parte de 46 religiosos a lo largo de 30 años en Dublín.
“Las primeras jornadas del debate en Tribunales, han demostrado con una clara contundencia, con una clara objetividad en el relato, sin fisuras, lo sufrido por los denunciantes. Denunciantes que con mucha valentía se sometieron a este proceso en el cual han tenido que pasar muchos sinsabores, pero que hoy vuelven a ratificar sus denuncias y aún más, muestran un denominador común entre todos estos relatos”, explica Marcos Rodríguez Allende. “Todos ellos que hoy superan los 40 años se quebraron emocionalmente al dar testimonio” dice Rodríguez Allende, reflejando lo que sucedió en las audiencias, donde más de una vez hubo que hacer un corte para asistir a las víctimas que estaban exteriorizando el sufrimiento de lo vivido, incluso uno de ellos debió ser asistido por un ataque de asma. Para Rodríguez Allende esto muestra el valor de las jornadas testimoniales en donde el Tribunal “puede palpar lo que implica para las víctimas”.
“La audiencia no solo sirve para castigar a Ilarraz, sino que además sirve a las víctimas como una forma de des/ahogarse de estos abusos” señala el abogado.
También para la periodista Miriam Lewin, los juicios brindan la posibilidad de dar un mensaje claro desde la sociedad respecto a los casos de pedofilia que se han dado dentro de la Iglesia Católica. Lewin fue junto al periodista Juan Micelli, quienes realizaron el informe “Con los chicos no”, en el cual aparecen tres chicos de la fundación Felices los Niños que denunciaron frente a una cámara oculta haber sido abusados por el padre Grassi y permitió el juicio y posterior condena del cura.
Para la periodista existen muchos puntos en común: el encubrimiento que se da por parte de las autoridades de la Iglesia, los castigos simulados dentro de los juicios canónicos y la práctica sistemática que empiezan a reflejarse una vez que aparece una denuncia y que luego permite que salgan a la luz cientos de casos en distintos lugares del mundo.
“La Iglesia debe mirar hacia su interior y debe reflexionar acerca de cuáles son las condiciones que facilitan que sea un refugio de pedófilos. No puede ser coincidencia que esto se de en Estados Unidos, en Irlanda, en Autralia y en toda Latinoamérica. Me imagino que es muy doloroso para las víctimas que mantienen su fe católica, escuchar como el Papa se refiere a estos casos en ocasión de su visita a Chile. No resulta lógico que un papa que permanentemente se manifiesta a favor de los débiles, que se entrevista con los migrantes, que en Roma se acerca a la gente en situación de calle, por otro lado se manifieste tan insensible con respecto al dolor de las víctimas de este delito aberrante que es el abuso sexual de menores” puntualiza Lewin respecto al pedido de Bergoglio de “perdón” hacia los curas abusadores.
Y añade: “No podemos perdonar a quienes abusaron a niños si primero no son juzgados y si no manifiestan arrepentimiento por parte de estos abusadores, estos seres perversos que le destruyeron la vida a miles de niños y adolescentes -o como en el caso de Ilarraz que es más grave porque eran chicos que además tenían vocación religiosa-“.
Sacar a la luz ya es parte del proceso de sanación y de reparación de las víctimas. Que se llegue a una condena para quien abusó de manera sistemática de niños y adolescentes será también hacer justicia.
