HISTORIA DE UN REVUELO

Una aguda excursión al mundo del delirium, el fallido propósito de ajustar cuentas con el penoso sinsentido de la existencia , o el  triste extravío del juicio recto y el discernimiento, fruto de un corazón estallado, inundado de intolerables  desmesurados  sufrimientos, depositaba a esos seres,  a menudo,  en un triste recinto de ataduras, guardapolvos, encierros y amenazantes agujas donde la Razón intentaba conjurar, el insoportable espectáculo de  almas hipersensibles, de palabras insensatas, de pretensiones absurdas, de visiones alucinadas. Una vez acallado, y sin comprender nadie  un ápice de lo que se trata, se iban, como se dice, “de alta”. Ya no gritaban ni se exaltaban, ya los aullidos demenciales eran susurros, soportables retazos de la incoherencia, ya la desconexión química hacía aceptable su restitución social, al despojarlos de esos fantasmas que se agitaban sin control, ya había, sino una obediencia al sentido compartido, llamado también común,  al menos un simulado pacto de respeto a los signos  de la “normalidad”. De sacrificio de la rebeldía. Ya la historia clínica, aquella burocracia que sustituye el abismal enigma de la locura, podía rezar, científicamente: “paciente estabilizado, externado en el día de la fecha”.

Entonces volvían a su casa. En un rincón, somnolientos, aprendían a hacer nada. A delirar en silencio. A desayunar y mirar tv. Con los ojos vacíos. A situarse resignados en el margen del hogar, en el blanco de la  mirada desconfiada, temerosa o compasiva de los vecinos. A conformarse mansamente a la soledad, al aislamiento, al desprecio. A portar el estigma de un dictamen psiquiátrico. Ese que “esquizofrenia”, “bipolaridad” o “psicosis” es el certificado de defunción de un sujeto. De una vida, de una historia, de una identidad. A la condena de la desesperanza. A vivir un continuo, un eterno presente. A la renuncia al deseo, al mañana, a los sueños. A reducir al máximo la vida a la desapacible faena de regresar al loquero a buscar esa capsula que apacigüe, sin apelaciones, los monstruos que los otros no soportan. A mascullar el delirio, a rumiar esas sombras, hasta que el tedio, la fatiga, el hastío, abriera nuevamente sus puertas y el círculo recomenzara. Sin inserción en la realidad, cargando solos, su cuerpo vencido, con miradas desiertas y desconectadas los encontraba allí, en la sombría sala, cotidianamente.

Algún pudor, alguna rebeldía que desafiara el simulacro formal de una ciencia que solo encierra, que solo encasilla, que solo apunta con sus misiles a ese campo de fantasías desmesurado que es la locura, hizo que un día no vaya a hacer la entrevista habitual, sino a pasar la contraseña de una reunión, no secreta, en el solárium, único lugar en el que el maravilloso astro mayor aceptaba desplegar sus brazos. Así una serie de soledades, de marionetas guiadas por indómitas voces, algunos, de soliloquios encendidos, otros y algunos más de tristezas remedadas, dio, sin saberlo,  principio a un ritual iniciático de una experiencia excepcional. Así dispuestos e interpelados manifestaron, para mi asombro, sus intereses, sus ideas, algunos jirones de sueños rotos. Y de un modo inaudito y admirable, esa juntada ocasional y descaminada, comenzó a hacerse hábito, rito.

Y crecía. Y ya inesperadamente alguien trajo un libro, otro un escrito, un poema, estampado  en un papel restado a un paquete de yerba. Y esa colección de desterrados imperceptiblemente fue congregación, liga, comunidad. Fue deseo. Fue expectativa de que llegara el día, en el lugar en el que nadie espera. Fue texto, fue tanto escrito compartido, leído para todos, que montañas de papelitos desbordaban la mesa precaria que nos aglutinaba.

Y tanto derramaron de tinta y de sueños que nos convencimos, sin saber si era un delirio, que debíamos plasmarlos en una revista. ¿Una revista? Si, una revista. Y ya la participación fue vivaz, y ya venían a la sala, desde sus casas, pacientes ambulatorios. Y así como en una titánica lucha, los nombres propios comenzaron a recomponerse, del mismo modo  el grupo y la revista necesitaron un nombre. Beatriz propuso “Revuelo en el altillo”, porque valorarse sujetos sin tapujos diagnósticos, porque enlazarse desde un  afecto y una comunicación naturalmente invalidada por el orden de las reglas, las costumbres y la cordura, no es si se quiere una revolución, pero al menos puede aspirar a revuelo, a revoltijo, sobre todo si es en ese altillo que representaba el lugar de la sala, tanto como la sede de nuestros pensamientos convulsionados.

Y la soledad mudó en lazo, en sociedad. Y la pasividad y el ocio en actividad lúdica, vital. Y la muerte en deseo. Y el presente vacío en proyecto, individual y colectivo. Y el silencio trasmutó  palabra plena, de sentidos y de sinsentidos y el abandono y el exilio  en profundo amor. Y ese primer intento sin rumbo, en un movimiento cuya fortaleza fue una solidaridad sin grietas, ignoradas en todos los manuales de psicopatología.

Revuelo en el altillo, ese navío venturoso al que hoy damos descanso, desplegó sus velas hacia todas las corrientes que condujeran hacia la expresión, la creatividad y la pasión. Y a la concreción de la revista, con once ejemplares y un libro publicados “Cinco años de revuelo en el altillo” (Editorial Panza Verde), se sumaron placenteros viajes, fiestas, participaciones en ferias del libro, en ferias de artesanos, en actividades con estudiantes, secundarios y universitarios para desmitificar la locura. En producción de huertas, ayudados por Lilian Román y el INTA. En taller de enseñanza y aprendizaje de artesanías, cuyos maestros eran sujetos privados de su libertad, posibilitado por el Centro Humanista y Bernardita Zalisñack.

Fue, entre muchas otras cosas, programa radial, “La hora del revuelo”, “Sigamos con eso”, lugar de comunicación y expresión a través de las voces que denunciaban un mundo mucho más loco y enfermo que el que se encierra en los psiquiátricos. Para revelar, declarar y querellar en acto, el prejuicio que asocia locura y peligrosidad. Locura e ineptitud. Para proponer un mundo mejor. Un mundo en el que quepan todos los mundos.

Hoy “Revuelo en el altillo” hace una pausa. Toma fuerzas para recomenzar, más temprano que tarde, su pacífica marcha, su feliz  andanza. Sufriendo como el quijote la injusticia de una sociedad que aloja la locura en el camarote de la bondad, de la solidaridad, del amor. Afortunadamente de esta espléndida travesía, en esta magnífica aventura, quedaron registros preciosos que compartimos hoy con ustedes (2,3 y 4), en este intervalo  que no es despedida, es transitorio respiro, circunstancial reposo, es un  proclamar hasta pronto, es decir, hasta siempre.

 

Sergio Brodsky. Psicólogo. MP243

 

Todas las ilustraciones son de Rodolfo Fay

-Revuelo en el altillo fue una experiencia de un dispositivo grupal y comunitario en salud mental que coordiné desde el año 2008 hasta el año 2021

-Documental “La hora del revuelo”, producciones del sur del sur. Se puede ver por YouTube.

-“Una Huerta que causa revuelo” Pampero T.V, se puede ver por youtube

-“Revuelo en el altillo “sección de Psicología del Página 12 en internet.

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