GUERRA Y SALUD MENTAL

1-LA EUFORIA

Los grandes acontecimientos colectivos nos encuentran siempre en el mismo recinto de la memoria. El momento, los sitios, las formas e imágenes, se adhieren con uñas y dientes, inamovibles en nuestras evocaciones.

El dos de abril de 1982 era un día soleado. Salíamos de la Escuela de Comercio, como todos los días, pero a la altura de la calle Entre Ríos (todavía no era peatonal), mi hermano Ariel y su amigo, Adrián Giles desataron una euforia tan expansiva e inusitada que parecía que sus  bocas desbordantes de  sonrisas y griteríos, iban a soltarse de sus caras, que semejante algarabía se sublevaba más allá de una oreja a la otra, como suele decirse. Así, como esos momentos de felicidad inolvidables, únicos en la vida, voceaban que habíamos recuperado las Malvinas.

Yo tenía 12 años, pero se ve que esa idea de que la patria, de que la soberanía no es otra cosa ni más que el territorio, esa certeza histórica de que  la usurpación de nuestras islas constituía una afrenta moral a nuestro orgullo, había calado tanto que  también mi alegría galopaba sobre un corazón desbocado.

Las fuerzas armadas habían desembarcado en Malvinas, recuperando las Islas, decía el comunicado número uno, de los tantos, de la Junta Militar, como “Órgano supremo del Estado”.

La población comenzó a reunirse en la histórica plaza de Mayo a expresar su  incontenible entusiasmo. Galtieri  presidente de facto,  salió exultante al balcón, a saludar a los reunidos. Aquel torpe, ignorante y cobarde, que se hubiera rendido de inmediato, como  Astiz, el deleznable Judas,  bravuconeaba ahora ante la multitud. Si, como propone Alberdi en “El crimen de la guerra”, habría que  desalentarla, obligando a quienes la mandan a estar en el frente, sin dudas,  su amilanamiento y pusilanimidad, nos la hubiera evitado.

Increíblemente, sectores sindicales, sociales y políticos que dos días antes habían sido brutalmente reprimidos en esa misma plaza, en una manifestación contra una Dictadura ya sin consenso, aislada y agotada,  decadente en el plano económico, político y social, acorralada por las denuncias de violaciones a los derechos humanos, estaban ahora, allí mismo, vitoreando a los déspotas. El caso paradigmático fue el de Saúl Ubaldini, quien luego de haberse plantado en la plaza de Mayo y haber convocado a “enfrentar a la Junta Militar el 30 de marzo, de pronto decidió aceptar el ofrecimiento de la Dictadura de asistir a la Jura del Gobernador designado para Malvinas, en el territorio mismo de las islas. La burocracia sindical subordinó inmediatamente el interés de los trabajadores al “interés nacional” (1).  Los sectores políticos que venían demandando el retorno de la democracia, eclesiástico, empresarial, agropecuario y  los medios de comunicación apoyaron de modo contundente el restablecimiento bélico de nuestro territorio. Toda la sociedad festejó, el” triunfo”, la “gesta heroica” que redimía a un gobierno asesino e infame.

Esa euforia fue sostenida por el velo a la verdad y la publicidad impuesta por los medios de comunicación, por la fibra íntima pulsada al sentimiento patriótico, a la reparación del orgullo soberano ofendido históricamente por los piratas y a una idea de nación dominante desde el proceso de Organización nacional, en la cual, la nacionalidad se vincula esencialmente al territorio, “en desmedro de elementos culturales, lingüísticos y étnicos”(1), y no al pueblo, a la gente que habita el territorio, más que al territorio mismo. Reflexión actual en un país  que ha extranjerizado la propiedad de sus tierras, prohibido el acceso a sus  lagos, escondidos también por manos foráneas.

Es claro que el apoyo era a la reivindicación de la soberanía sobre las islas, aunque se haya confundido con una adhesión al Gobierno Militar, cuyo mísero objetivo era salvarse con esa elevada causa, reconstruyendo un enemigo común. No les importaba el costo en vidas.

También por aquellas características impuestas a fuerza de censura y represión por los Genocidas en el plano cultural, la sociedad toda experimentó una verdadera locura colectiva, una verdadera elación maníaca que partía de la negación de una realidad que la cita inicial de Cortázar define con mucha claridad.

2-ESTAMOS GANANDO

“Solo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente” (León Gieco “Solo le pido a Dios”)

Esa mentira que perduró casi hasta el final, se alimentaba solo de la publicidad y de la prensa. Esa ardorosa exaltación, ese optimismo ciego, esa entusiasmada comunión con la causa, dio lugar a conductas de entrega solidaria, cuyo paradigma tal vez fue el programa “24 horas con Malvinas”, donde desfilaban honorables  ciudadanxs  que ofrendaban sus últimas alhajas como precio del abrigo y el alimento de los combatientes.Claro que esa monumental colecta cayó en el mismo pillaje que singularizó a la Dictadura y nada de lo recogido llegó a aquellos soldados que padecían en las trincheras, no solo el fuego enemigo.

La música nacional, el rock argentino impugnado y tachado por subversivo, ahora encarnaba el ser nacional frente a los agresores ingleses. Negocios y casas comerciales cuyos nombres remitían al lenguaje del imperio, ahora se nacionalizaban, con los nombres pucará, Puerto Argentino, etc.

Las bajas inglesas indecentemente multiplicadas en los “comunicados”, eran festejadas como los goles del 78 y las injurias británicas como injustas decisiones arbitrales.

Otro ejemplo  de mendacidad y embuste a una sociedad desquiciada ocurrió precisamente en la cancha de Estudiantes de la Plata: El visitante, Quilmes, buscaba el empate. A los 37 minutos el árbitro para el partido. Por los altavoces, el locutor lee el  Comunicado N 29 de la Junta Militar que informaba del ataque Británico a las Georgias y anunciaba que los “efectivos argentinos resisten al intenso cañoneo del enemigo. El estadio estalla: “el pueblo, unido, jamás será vencido”. Y enseguida se escucha la marcha de Malvinas (1). La verdad es que los “Lagartos”, “cuerpo de elite” comandado por el Genocida Astiz, se rindieron cobardemente, sin disparar un solo tiro. Pero ese era el clima de época.  

Mientras seguíamos enajenados en base a todas estas manipulaciones, los mezquinos Dictadores continuaban  malgastando  oportunidades de una negociación que, a través de resoluciones diplomáticas, evitara más derramamiento de sangre. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla” vociferaba alucinado por los vapores del alcohol el rapaz “Comandante”.

Mirados con perplejidad por un mundo que no comprendía tanta soberbia, ignorancia y estupidez. Frente a una Margaret Thatcher agradecida porque la guerra hizo renacer su gobierno que también se hundía al descontento popular, inevitablemente, el 14 de junio, cayó el velo, la mentira no se pudo seguir sosteniendo, el final de la pavorosa e irresponsable  desventura había llegado a su fin. El día anterior, la selección debutaba con derrota en el Mundial de España. En esa época la FIFA no era “tan pacifista” como ahora. No condenaba la guerra.

Así como el festejo en la calle Entre Ríos está guardado en mi memoria para siempre, la imagen de mi vieja abrazada a la radio llorando el final, es la que tengo de ese momento dolorosísimo. Tal vez el único consuelo, ante tanta depresión, ante tanta tristeza  e indignación, haya sido que la derrota de la guerra, lo era también de la Dictadura Cívico Militar Eclesiástica, que precipitaba su final y el retorno de la democracia. Pero en este último acto de alienación, las mayores víctimas fueron aquellas a las que hoy seguimos rindiendo nuestros respetos y homenajes.

3- SOBRE HEROES Y TUMBAS

“Una guerra no es un negocio ni una ilusión, una guerra es sangre…” (Fito Páez, “Decisiones apresuradas)

En Guillermo Pérez, veterano de guerra de nuestra ciudad, reconozco  el valor, el orgullo y el honor de aquellos que dieron su vida por una causa noble, justa, sentida de nuestro pueblo. Me emociono cada vez que escucho su relato. Su convicción inquebrantable. Soy más tímido que él cuando escondo las lágrimas que derrama orgulloso, cuando relata,  emocionado, el momento histórico en que vio flamear nuestra bandera en cielo malvinense. Respeto profundamente su integridad, su valentía, su coraje. En él, con quien pude conversar en varias oportunidades, condenso mi  profunda admiración por sus pares, por los soldados de Malvinas. A través suyo conocí el arrojo y la honestidad de los combatientes. Conocí  de primera mano y compartí el dolor lacerante que deja la guerra. El trauma de la guerra. Un trauma es un acontecimiento de la vida caracterizado por su intensidad, por una magnitud tal que dificulta su procesamiento por parte del yo. La imposibilidad de elaboración psíquica, ante su potencia devastadora. La guerra es traumática por el inminente riesgo de muerte, la permanente posibilidad de perder la vida, el inasimilable impacto  de la destrucción, de la culpa, de la impresión penosísima de ver compañeros espiritual y físicamente destrozados.

Guillermo me emociona. Guillermo es un ejemplo. Él estuvo desde el dos de abril, desde el desembarco, en la “Operación Rosario”,  hasta el acompañamiento de los prisioneros al continente. Padeció en su carne la “Des-malvinización”. Vino custodiando los buques ingleses que traían los soldados al continente.

“Ver como bajaban nuestros combatientes, con el 30% de la masa muscular perdida, porque la situación de la comida y el frío era muy difícil, alimentar once mil personas desde las islas, había gente que venía muy delgada, con los ojos desorbitados, y realmente no sabían dónde se encontraban. Cuando los desembarcaban, los buques ingleses en Puerto Madryn, muchos de ellos pensaban que los iban a matar. Ellos se me acercaban y me decían, “nos van a matar”, y yo les respondía que no, que se  iban a sus casas, pero claro, ellos no sabían dónde estaban. Pero como ellos veían los camiones y los colectivos tapados, que no dejaban que se los toquen, que los vean, por eso ellos pensaban que era su final. Y la gente que nos trataba de cobardes, de que habíamos perdido la guerra. Muchas cosas que nos hicieron muy mal” (2). 

La combinación del horror sufrido por la guerra, el ocultamiento, el abandono, el olvido, la ausencia total de contención médica, psicológica, material y social, la agresión vergonzosa  de una parte de la  sociedad que buscaba chivos expiatorios, el intensísimo dolor y sufrimiento de nuestros soldados y sus familias, determinaron la dramática determinación de quitarse la vida de centenares y multiplicidad de padecimientos psíquicos sellaron las secuelas de su tragedia. Que es la nuestra. Malvinas es nuestro espejo. Su imagen no nos devuelve, claro,  un rostro agradable. Nos empuja a una profunda reflexión, a un hondo replanteo. A un deber y una responsabilidad que debemos restituir, porque lo hemos cumplido de un modo muy deficitario, porque aun, estamos muy en falta en las respuestas a  las necesidades de los veteranos y sus familias y sobre todo, a la tarea de reconocerlos y reivindicarlos como héroes, como los únicos sujetos ejemplares en esta triste historia compartida.  

 

(*)Psicólogo. MP243

  • “La rebelión de las Madres” Ulises Gorini grupo editorial norma.
  • “De amor y de muerte: entrevista al Veterano de Malvinas Guillermo Pérez. Sergio Brodsky Editorial Panza verde.

 

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