Garrálapala

El Momo es un extremo. Los políticos de Cambiemos saben que ya no alcanza con echarle la culpa a la pesada herencia aunque se resisten a aceptar  la catástrofe que están produciendo sus políticas. Para ellos se trata de un mal momento que iba a ser superado en el segundo semestre y que ahora postergaron para el año que viene, anunciando el mayor plan de obras públicas de la historia que parece otra promesa de la campaña virtual del oficialismo que nunca cumple. Aguanten, que el año que viene la cosa mejora, es el mensaje que trata de instalar el gobierno. El kirchnerismo más cercano al entorno de Cristina Kirchner es terminante: la emergencia social no salió de un repollo, sino de las medidas del gobierno. Para combatir el deterioro social hay que combatir esas medidas en forma explícita. Cambiemos y este sector del kirchnerismo duro representan las dos posiciones más enfrentadas. En el medio se despliegan matices que van desde los movimientos sociales que convocaron a la marcha hasta las distintas vertientes de la CGT. Los movimientos que se asumen como kirchneristas “independientes” tienden a coincidir con sus primos, pero priorizan una estrategia de alianzas con la CGT. A su vez, la mayoría de los dirigentes de la CGT tiene expectativas y negociaciones en marcha con sectores del gobierno. El sector más combativo, la Corriente Federal Sindical, que ayer fue la que aportó el mayor esfuerzo movilizador desde la central obrera, tiende a coincidir con el diagnóstico del kirchnerismo duro pero en el marco de su propia interna con las otras corrientes sindicales. Y están los movimientos sociales que fueron oposición a los gobiernos kirchneristas, que sostienen a su vez una gama de posiciones sobre este tema pero en general en sus discursos no hacen demasiada diferencia entre el kirchnerismo y el macrismo.

Todas esas posiciones confluyeron ayer en la movilización frente al Congreso con mayor o menor entusiasmo. Por supuesto los que más se esforzaron fueron los convocantes. Pero a todos sin distinción, incluso a algunos que son aliados de Margarita Stolbizer, el Momo les dedicó los mantras macristas: “sontodoschoros” y “garrálapala”. Con la ayuda de Stolbizer y el gobierno, el Momo definió por la negativa al amplio espacio heterogéneo y lleno de contradicciones que se movilizó ayer detrás de la prioridad de la emergencia social.

De alguna manera, cuando Juan Carlos Schmid dijo en su discurso que la CGT negocia pero también confronta, o las declaraciones previas de que hasta el año que viene la CGT no hará paros, fueron resultados de esa heterogeneidad y de los fuertes tironeos en el seno de la central. El anuncio le regala al gobierno el tiempo que está pidiendo, a la vez que revela la densidad de las presiones internas en una unificación en la que varios dirigentes ni siquiera estaban dispuestos a realizar una movilización como la de ayer. De hecho, en la elección del lugar quedaron expuestas esas tensiones. Si la concentración se realizaba en Plaza de Mayo, quedaba claro que el destinatario de la protesta era el gobierno. Al hacerla en la Plaza de los dos Congresos, el acto quedó más enfocado sobre los legisladores. Schmid lo dejó explícito al reclamar que Diputados apruebe antes de fin de año el proyecto que ya tiene la media sanción del Senado. Con el respaldo del kirchnerismo, los progresistas y el massismo, el destino definitivo del proyecto no está jugado en el Congreso, sino en el casi seguro veto de Mauricio Macri.

La Cámpora emitió un comunicado reivindicando la convocatoria, pero criticando el lugar adonde se convocó y la ausencia en esa convocatoria de una explicación sobre las causas de la crisis. Varios de los aspectos que señala tienen sentido, en cuanto a que, aún cuando se apruebe, la ley funcionará como parche mientras el gobierno mantenga la política económica. El razonamiento tiene lógica, de la misma forma que la convocatoria también la tiene, aún sin esas precisiones y a pesar del lugar que se eligió, porque está marcando el nivel de definición real que está en condiciones de expresar en este momento ese conglomerado que es el más abarcador de los afectados por el desempleo y la caída de la calidad de vida de los sectores populares. Puede ser el marco de partida para un proceso que en el camino consolide acuerdos y decante las prioridades.

Para el gobierno de Cambiemos el acto fue una mala noticia, aún con sus límites, muchos de los cuales fueron impuestos por sus presiones sobre algunos de los participantes. El protagonismo de los movimientos sociales se entronca con otro dolor de cabeza que tiene la misma raíz: el reclamo internacional por la libertad de Milagro Sala. En estos treinta años de democracia, los derechos humanos se constituyeron en un factor de prestigio internacional para la Argentina. Y para fuera, funcionan como una línea que separa los buenos de los malos. Por esa razón, durante su fugaz visita, el presidente norteamericano Barack Obama visitó el Parque de la Memoria y prometió desclasificar documentos relacionados con la dictadura. El joven primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, también visitó esta semana el Parque de la Memoria. Y durante la entrevista con Macri le pasó el reclamo por Milagro Sala, lo que desubicó al presidente argentino. Macri tiene mala relación con los organismos de derechos humanos, ha tenido declaraciones despectivas y, por el contrario,  envió señales conciliatorias a los represores. Cada vez que un visitante ilustre va al Parque de la Memoria o emite un guiño de reconocimiento a la gesta argentina por los derechos humanos, en el país es interpretado como un desaire para un Macri que piensa como el diario La Nación. Pero el planteo directo y abierto sobre Milagro Sala puso además sobre el tablero un aspecto muy negativo de la imagen del gobierno conservador a nivel internacional.

El Momo, también le aplica sus mantras elementales a Milagro Sala y seguramente la dirigente de la Tupac podría haber participado en una convocatoria como la de ayer en el Congreso. El gobierno probó el garrote como método de disciplinamiento con la dirigente social jujeña y el resultado han sido el enérgico reclamo de las Naciones Unidas y un planteo incómodo y personal por parte del primer ministro de Canadá. Con otros agrupamientos el Gobierno ha usado otras carnadas que se relacionan más con las necesidades de sus bases. La mayoría de esos agrupamientos estaban ayer en la convocatoria. Tampoco han mordido el anzuelo como ellos hubieran querido. Los movimientos sociales han vuelto a la lógica de los 90 cuando aceptaron los planes trabajar al ver que sus reclamos de trabajo genuino no tenían cabida en la sociedad neoliberal excluyente de aquellos años. Pero esa lógica también mostró sus límites cuando no se sostuvo en un proyecto desde el cual pudiera generar su representación política. De alguna manera la protesta de los movimientos sociales lleva en su seno expresiones de la izquierda trotzkista, maoísta o de la llamada autonomista, del progresismo y el centroizquierda no peronista o antiperonista y de la izquierda y centroizquierda kirchnerista y del peronismo más los que puedan representarse en el massismo a través de las alianzas de un sector del progresismo y de amplios sectores de la CGT. El inminente 2017, un año electoral y prueba de fuego para el macrismo, hará confluir necesariamente esas dos vertientes, la social y la política.

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