Por Fosforito
Detrás de este seudónimo pintoresco hay una persona ridícula que suele verse invadida por malos pensamientos que le podrían dar vergüenza a cualquiera.
-¿Qué estás diciendo, Fosforito?
-Creo que me convertí en algo peor que lo que desprecio. Me empecé a alejar de la gente que piensa diferente. Buenas personas que me empezaron a parecer canallescas.
Empecé a encontrar consuelo cuando algún defensor del cambio reconocía que hacía sapitos con el culo para llegar a fin de mes. Me regodeé en ternura maliciosa al ver una calco de “Todos Somos el Campo” todavía pegado en la luneta estallada en un maltrecho auto que cargaba GNC, con el caño de escape atado con alambres y la chapa ganada por el óxido. Simulé consternación cuando cerró las persianas quien que se jactaba de tener que trabajar igual con todos los gobiernos y el emprendedurismo le duró seis boletas de la luz. No tuve sinceras condolencias cuando al que pedía palo y bala para todos, ni el cerco eléctrico, ni la alarma, ni el perro, impidieron que su hijo le robe la bordeadora y la caja de herramientas para comprar droga…
Me convertí en un necio con información y formación. Enojado con casi todo el mundo. Mandé a mucha gente a mi lado de afuera… regocijos que sirvieron apenas para aliviar cierto desencanto e impotencia.
Creo que a muchos nos pasó, nos pasa lo mismo… Así que ahora estoy con un tratamiento:
Escuchar, conceder, persuadir. Son Palabras mágicas. Las estoy probando y creo que sí dan resultados.
No siempre se puede ser intransigente. No siempre se puede avanzar en línea recta. Estos son tiempos en que no importa seguir peleando por si el gato tiene que ser negro o blanco, sino que atrape ratones.
Ahora se trata de sumar, de volver a conectar con los desencontrados, porque tenemos todas las de perder, porque el paquete explosivo que deja el gobierno neoliberal puede estallar al primer traspié. Los que la tienen atada estarán a la espera del fracaso. Listos para asaltar de nuevo. Con el dinero, los medios y el sentido común de las mayorías a su favor.
El poder no le teme a la tensión, al desastre, ni al caos porque sabe que -siempre- las fuerzas del orden cuidarán que las libertades de los individuos no atenten contra la libertad del capital, del mercado, de la propiedad privada y la renta extraordinaria. Porque el Poder sabe que sus pérdidas se terminan pagando con deudas para todos. Porque los muertos siempre los pone el pueblo.