Gabo

Estos últimos años en estas tierras parecen desmentir  o tal vez sólo relativizar aquél final de tu libro más conocido y vendido: “…porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”

Aunque las últimas noticias sobre tu salud, anticipaban “la crónica de una muerte anunciada”, hoy te lloran hasta “la memoria de tus putas tristes”. Conocimos la historia  en tu autobiografía que sólo merece ser escrita, sin estropear bosques por páginas innecesarias, por aquellos de los que “viven para contarla”. Lamentablemente la vejez es un prólogo hacia la muerte, una etapa de limitaciones, “un otoño del patriarca”. Ahora hasta los que ignoran la belleza de la literatura se acordarán de vos y nos contarán cuentos, más de uno, tal vez “doce cuentos peregrinos”. Se apropiarán de vos como “la noticia de un secuestro”, serán muchos más dolientes que los que llegaron para acompañar “los funerales de la Mama Grande”. Pero los que siempre te reconocieron, los que disfrutaron con tus novelas y cuentos, con tus magníficos trabajos periodísticos, sentirán algo parecido al intenso amor de Florentino Ariza  hacía Fermina Daza en “El amor en los tiempos del cólera”.

El misterio de  la muerte nos atrapa, pero ahí, en ese lugar eterno donde te has trasladado y en el que seguramente ya te has encontrado con el Coronel Aureliano Buendía, aquél que ante el pelotón de fusilamiento recordó el día que su padre lo llevó a conocer el hielo, le podrás contar a Dios, si existe, sobre “Del amor y otros demonios”. Tal vez ahí será realidad aquello de “Cuando era feliz e indocumentado”. Aquí no te olvidaremos porque dejaste  “El rastro de tu sangre en la nieve” de la mejor literatura.

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