Las colas para ingresar a la Fiesta de la Citricultura eran interminables. Desde la puerta del Club Hípico ubicada en Avenida Eva Perón se extendía dos cuadras y hacia el sur y otro tanto hacia el norte. Había que esperar más de 40 minutos para llegar a la entrada. También había que hacer fila para entrar por Salto Uruguayo. Una vez que la gente lograba llegar al portal de ingreso desde la cola orientada hacia el sur, en muchos casos se desayunaban que debían apretujarse una vez más para sacar la entrada. La fila hacia el sur era para ingresar con la entrada en la mano. En cambio, para sacar la entrada , había que hacer la fila pero hacia el norte. Pero nadie avisaba nada.
Esas hileras humanas extendidas hacia ambos lados era un espectáculo digno de ver. Le daba un marco espectacular a la fiesta. Las filas no cesaron hasta bien pasadas las 11 de la noche. Dentro del predio, el marco no era menos sorprendente. La gente desbordaba el escenario y se apretujaba en los stands.
Transcurrió la elección de las promotoras, que no suscitó demasiada expectativa en el público. Luego, una banda de mariachis pasó por el escenario sin pena ni gloria. Finalmente se aproximó el momento culminante de la noche, el sorteo del auto.
La gente se arrimó al escenario. Los locutores advertían que pasados cinco minutos desde que se leyera el número ganador, de no llegar al escenario, el acreedor perdía el derecho a exigir el premio. Atravesar la muchedumbre en ese tiempo parecía una tarea quimérica. Todo el mundo se arracimó aún más al epicentro de la Fiesta.
Los números son depositados en la urna, una mano los revuelve, una niña levanta uno sólo y los corazones se aceleran. El locutor que lee el número bendecido y la desazón lógica se desparrama por doquier, excepto para quien tiene el bono ganador. El joven se acerca dando brincos hasta el escenario en menos de un minuto, mientras tanto el gentío comienza a retirarse.
Tan impresionante como el ingreso es la retirada. La gente comienza a irse a raudales, por la puerta. No muchos esperan ni la actuación del grupo 2 T, acompañados por la comparsa Arlequín, ni los tradicionales e infaltables fuegos artificiales que cierran año tras año la Fiesta. Los locutores piden infructuosamente que el público se quede. De repente, la pista de equitación queda raleada, con numerosos huecos por todas partes.
Un esplendor ficticio
Si bien, los organizadores legalmente pueden exigir que el ganador concurra al sorteo, la duda queda flotando. Si el día más fuerte, como el sábado, con la elección de la reina y el número musical más importante, solo reunió un tercio (6.000 espectadores, según fuentes de Sadaic) de la muchedumbre que se aglutinó el día del sorteo (15.000 personas), cabe preguntarse, ¿cuánta gente hubiese concurrido si no se hubiera exigido estar presente en el sorteo?.
Además, mucha gente se anotició el domingo que debía concurrir al predio y estar presente en caso de ganar. De lo contrario, no tenía derecho a llevarse el auto. Nadie avisaba, al momento de vender el bono contribución, que se debía concurrir al predio. En todo caso, ¿No hubiese sido mejor regalar la entrada del día del sorteo y no obligar a la gente a pagar?. Da la sensación que se apeló a una artimaña para llenar el predio y darle un esplendor ficticio a la Fiesta. ¿Por qué no se sorteó el auto por Lotería Nacional?.
Otro aspecto a revisar es que los organizadores apelaron a organizaciones sin fines de lucro para vender los bonos. Un interrogante más, porqué la Federación del Citrus no participó del armado de la Fiesta, siendo que es una celebración nacional que agrupa a todos los citricultores junto con sus entidades madres.
No hay quien pueda oponerse a que la Fiesta de la Citricultura recobre el esplendor de antaño, cuando era un evento reconocido a nivel nacional, al nivel de la Fiesta de La Vendimia de Mendoza. Pero cabe interrogarse sobre los medios que se emplean para lograrlo.