Por Fosforito
Me estuve mirando al espejo un rato largo. Primero miré mi abdomen. No termino de discernir si creció o sigue igual. El resto, más allá de alguna cana nueva, parece estar casi todo tal cual como hace, por lo menos, diez meses.
Es muy difícil darse cuenta si es uno el que se miente a sí mismo…
Miro mis ojos y siguen siendo marrones, marrones como un té cargado. Intento mirar a través o por detrás de ellos (no lo puedo precisar), con cautela, como quien mira el abismo desde una cornisa.
¿Qué ha cambiado en este tiempo?
La pandemia es real. La gente se enferma fácil y rápido, pero parece que no mata a tantos y el susto parece insuficiente. No es la peste o el apocalipsis que nos pintaron en el cine o en los libros.
La sensación es rara. Como que a medias. Quedamos inmóviles en ese instante helado entre el penal y el “siga, siga” del juez. En esa repetición incesante de la misma jugada.
Sin poder volver a lo que fue. Sin resolución todavía.
La peste existe, la peste no existe. La vacuna sí, la vacuna no. La ciencia del hombre nos salvará o sólo es Dios que nos está castigando por algo… (por pretender el aborto, escuché)
Alguién me dijo que el ser humano se sobrepone a todo. Que ya nos vamos a acostumbrar a vivir así, entre pestes y seres envilecidos. Enfermamos al planeta y, por ende, al mundo que habita en él, pero no tenemos adónde más ir.
La peste dejó en evidencia por ahora tres cosas que son necesarias para la supervivencia del conjunto: un estado, la ciencia y el parque de diversiones de las redes sociales (Esto dicho así, a grandes rasgos, y sin entrar en pormenores).
El resto, nosotros, no cambiamos demasiado. Somos lo que éramos, lo que hicieron de nosotros y lo que supimos hacer con lo que hicieron de nosotros; solo que ahora estamos un poco más encerrados, desconfiados o precavidos.
El sistema te gana y de alguna manera volvemos a ser hormigas y cigarras, cucarachas y zánganos, tratando de llenar las horas y seguir sobreviviendo en este tiempo enloquecido.
Adaptando nuestras formas como el agua cuando pasa de un recipiente a otro. Sin dejar de ser el mismo agua…
El guillo y el enano ahora son motomandados. Otra vez, como en la adolescencia, retrocedieron como 30 años en unos meses, pero siempre pensando en salir adelante y siempre en “la legal”.
Leo se siente solo y tanto encierro le revuelve lo interno, se desvela por las madrugadas envuelto en temores y ansiedad. Es un síntoma que ya traía, que se agrava con el confinamiento, nada más.
La china y también el bolichero se comen cada vez más pesos por menos caramelos.
El carnicero sigue haciendo el chiste de apoyar el cuchillo sobre la balanza electrónica cuando marca el precio de la carne que pesa… Algunos distraídos no notan su gracia.
A Pedro siempre hay que llamarlo para cobrar.
El uruguayo remarca por las dudas, para no perder, porque anda el comentario que va a subir. -“¿A vos te gusta perder plata?”- Le pregunta al que le diga algo.
El pelado se la pasa sentado hablando por el celular, cambiando cheques y dólares. Siempre tiene algún autito para revolear y, según dicen las malas lenguas -que siguen estando ahí- anda incursionando también en el bitcoin. Ya de chico decía que lo de él eran “los negocios”, no el trabajo.
El Gringo se aprovecha de la situación y hace lo de siempre: recorrer las dependencias públicas, mangueando todo lo que se pueda manguear.
La vieja del fondo que llamaba a la policía cuando escuchaba cualquier ruido, ahora también llama a los celulares de la muni cuando escucha música fuerte de los vecinos.
El que no se metía, sigue sin meterse.
Y tantos que siguen sin encontrar expresión o salida para la insatisfacción.
El solitario está en su salsa.
Y yo sigo preguntándome las mismas cosas, escribiendo sin saber muchas veces qué, y siempre para alivianar el viaje de la vida.
Feliz domingo.