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Fatiga de Cuarentena

Por Fosforito

Los primeros tiempos del encierro transcurrían impregnados de los perfumes que emanan de la intriga y la novedad. El silencio de las noches de la cuarentena era hipnótico, y los pulmones revivían con esas primeras bocanadas de aire más limpio. Y lo mejor de todo: parecía fácil ser un pequeño héroe.

Sólo “quedate en casa”.

En 50 días pasamos de la novela romántica inicial al tedioso drama actual. Transitamos del celebrado reencuentro familiar con los más íntimos en el hogar, al desencuentro casi total con los demás y con nosotros mismos.

Pasamos por crisis y peleas.

Por esa sensación de asfixia de no poder tomar distancia de los pocos de siempre y reencontrarnos con la mayoría.

El agobio de escuchar, todo el día, a todas horas, gente deambulando por la casa. Niños y niñas que se levantan más temprano que uno y se acuestan más tarde; que se pasan improvisando entre vivir abombados, durmiendo, aburridos, caminando por las paredes o desesperados corriendo a entregar 8 trabajos prácticos por semana.

El perro, el gato, los olores, el desorden y las manías propias.

Momentos sin hablarnos, sin mirarnos. De la defensa al ataque y viceversa, en un santiamén. Todos soñando con escapar los unos de los otros por un rato nomas.

Tampoco escapan las parejas solitarias, pasando de la fricción intensa a volverse todo más incómodo e intolerable con cada roce.

O vos, a solas con tu ser, sintiéndote solo, haciéndote viejo. Buscando entre los blancos de la mente. Iluminando sobre algunos espacios negros. 

El romanticismo por nuestra cuarentena heroica se fue debilitando cuando empezó a calar certeramente en los bolsillos, en los corazones y en las cabezas embotadas. Cuando se acentuaron las contradicciones, se enfrentaron los intereses y la pandemia dejó de ser el centro para convertirse en el tablero de juego.

La pandemia y la cuarentena es lo que sucede mientras en el mundo hay nuevos planes. Son las circunstancias de tránsito hacia algo distinto, como los zombis en la serie Walking Dead (sepan disculparme por estas referencias que pueden ser desconocidas para muchos).

Adentro de cada hogar.

Afuera, en las calles.

Dentro de nuestros corazones.

Si las encuestas no erran, la mayoría de nosotros todavía prefiere quedarse en casa por el bien de todos.

Seguir eligiendo ser pequeños héroes y sobrellevar la cuarentena con todas las contras que se hacen sentir con mayor intensidad a cada día.

Mientras tanto, desde los altavoces del mundo advierten que “el comportamiento que tengamos hoy, cuando empiezan a levantarse las restricciones, determinará el curso de la pandemia y qué camino seguimos: uno que nos lleve a la nueva normalidad o uno que nos lleve de vuelta a las restricciones de movimiento y de interacciones sociales.”

La cuarentena se afirmó -a pesar de las adversidades y negativas- como todo lo que está bien.

Creo que hay consenso en no cagarla…

 

(Uno de mis hijos pasa por detrás de mí, mientras estoy releyendo todo esto. Pasa despacito, arrastrando los pies, provocando ese ruido arenoso con las pantuflas. Pasa resoplando y cantando bajito, pero audible. Impostando la voz, simulando el coro unísono de una hinchada fútbol: “…Qué poronga que es esta cuarentena, que es esta cuarenteeeeeeena, que es esta cuarenteeeeeeennaaaa… Qué poronga…”)

Detener el mundo tiene sus costos.

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