Falopa en primera persona

Por Fosforito

“¿Cómo me volví adicto?, no lo sé. Han pasado cuatro años desde la última vez que tomé cocaína y es un capítulo del pasado en el que mi mente se empeña en arrancar las hojas. Incluso, tengo síntomas físicos cada vez que los recuerdos vuelven a mí: Mis ojos se llenan de agua, el estómago se me revuelve , un nudo en la garganta entrecorta mi voz y no puedo evitar tocarme la nariz.

Perdí dinero, gasté mi cuerpo, rompí mis fosas nasales con merca que olía y quemaba como quita esmalte. Descuidé el trabajo y a las personas que amaba. Era imposible sostener la vida en la mentira, concentrarme en  trabajar, en crecer… 

Quería estar solo y lejos de todos, sólo para drogarme tranquilo. Mentía y decía que iba o estaba en lugares a los que nunca llegaba ni había estado y quedaba dando vueltas por la ciudad en una gira frenética y absurda, una fiesta que sólo ocurría en mi mente y me recorría la espina dorsal.

Sabía que me podía morir: Empecé a tener problemas de presión arterial, consumía alcohol y fumaba cigarrillos por el campeonato del mundo, viagra para tener erecciones, clonazepam para bajar y conseguir dormir. Sentía que todo se desmoronaba y yo era la topadora que arremetía contra la persona que alguna vez había sido.

La vida era el vacío insoportable que sucedía entre esos minutos que hay entre un “pase” y el próximo, entre una línea y otra. Jugaba a la ruleta rusa todos los días.

‘Te la buscaste vos solito’, me dijeron una vez. 

Y sí, ojalá hubiera sido como me advertía la vieja cuando era un pibe: “tené cuidado con lo que tomás cuando salís porque te pueden meter alguna droga en la bebida”. Al menos así, podría haber tenido una justificación fácil.

No sólo la adicción me despojaba de mi humanidad: Nadie siente lástima -o empatía como se suele decir- por un falopero. Somos todos iguales ante los ojos de los demás. Todos culpables de nuestra desgracia. Todos mentirosos y reincidentes, merecedores de ninguna confianza. Personas feas destinatarias de burlas y acusaciones. Estatuas vivientes ensimismadas con las que no se puede hablar. Egoístas químicos que sólo provocan dolor alrededor. Enfermos que se tienen que joder por boludos… Y tal vez tengan razón, pero no pasa lo mismo con los enfermos de cáncer por fumar, los que provocan accidentes graves por mirar el celular o pisar el acelerador, los que salen de la pileta y se electrocutan sacando una cerveza del freezer…

Todavía no sé qué buscaba, pero creo que no era el sufrimiento y la muerte.

¿Cómo me volví un adicto? No lo sé. 

En mi caso empezó como un divertimento, por curiosidad de nuevas experiencias. Quizás también por una tendencia al exceso y a lo autodestructivo que se me despertó en un momento de la vida. 

No era el único, éramos varios, pero sólo un par quedamos enganchados. Al principio, lo de siempre: La idea que uno lo puede manejar, que en algunos casos resulta cierto; pero bueno, cada persona es un mundo.

Cuando caí en la cuenta ya era un adicto y una noche tras otra me encontré mirando el techo sin poder dormir, sintiéndome atrapado y jurando a mí mismo que a la mañana sería distinto. Pero mi voluntad estaba quebrada y de rodillas, ni el miedo a la muerte, ni a perderlo todo podían impedir que volviera a consumir. Era una persona gobernada por la droga. Ya no había placer, había necesidad.

Me levantaba de la cama, roto por dentro y por fuera, cuando todo el mundo empezaba el día… No tenía adónde huir, adónde ir, sentía que no podía contarlo, que tenía que continuar con mi farsa. Así que salía temprano a buscar cocaína por todos lados y mandaba mensajes para ver si encontraba alguien que todavía estuviera despierto y me pudiera vender para poder soportar el dolor del sol… Y así fue durante dos intensos años en los cuales construí, día tras día, una mentira para que nadie lo notara.

Descubrí un enorme submundo de consumidores, adictos y transas. Me arriesgué entrando a cuevas con tipos armados que te la vendían junto a un santuario de San La Muerte. Me arriesgué a que apareciera la cana y me llevaran detenido, o peor, que me usaran de testigo contra el tipo que me vendía, que muchas veces termina pareciéndose a un amigo.

Una vez, rajando de una ‘punta’, le pegaron un balazo al paragolpes del auto porque mi ocasional compañero en su frenesí había olvidado que estaba debiendo plata. Sí, también ahí existe el fiado o el aguantame hasta mañana. 

Vi mujeres y hombres cambiar sus cuerpos por polvo blanco.  Vi personas estallar en crisis emocionales que terminaron en episodios violentos o descabellados como aquella chica que, de manera súbita, atravesó rompiendo una puerta ventana de vidrio y se lanzó, semidesnuda y ensangrentada, a correr en círculos por la calle y a espantar visiones.

Vi también que la cocaína está integrada en la sociedad. Podrá ser ilegal, pero de marginal no tiene nada. La consumen los pobres, pero también los que tienen plata, el político, el policía y el juez. Claro que falopas duras en la clase trabajadora y en personas de escasos recursos acarrean desastres económicos o conductas criminales. 

A veces pienso que soy un milagro. Y no lo digo por soberbio, lo digo porque puedo seguir contando el cuento.

Salí solito del infierno en el que me había metido, sin tener que internarme en una granja de rehabilitación, sin grupos de autoayuda, sin convertirme a alguna fe, ni psiquiatras, ni psicólogos, y sin que casi nadie lo supiera…

Pero como te dije, cada persona es un mundo.

Yo encontré esa voluntad imprescindible dentro de mí. Porque la voluntad es todo. Pero fueron las lágrimas de mi amor -en aquella tarde de dolor cuando se destapó la verdad- las que comenzaron a salvarme la vida:

‘Por favor, no te mueras’, me pedía.

En sus ojos y en su clamor vi el rostro y escuché a la persona que alguna vez había sido y que todavía estaba en algún lugar recóndito dentro de mi.”

Estimado.

¿Qué, Fosforito?

Gracias.

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