El establecimiento está ubicado en la zona de Estancia Grande, a la vera de un camino vecinal que conduce a Colonia Yeruá. A unos 30 metros de la tranquera puede verse un ranchito con techos de cartón y recortes de madera, muy desvencijado.
Adentro nos encontramos con José María Tejera, de aspecto superaba los 50, pero en rigor, solo tiene 45 años.
Tejera tiene una camisa remendada por todos lados, y un par de zapatos tan destrozados, que pueden verse sus pies desnudos entre orificios y tajos.
El hombre ya no tiene dudas, “ahora ya estoy en el baile” nos dice con un tono que permite advertir que lleva mucho tiempo callando y soportando la explotación laboral.
Nos cuenta, que trabaja en el monte desde hace 14 años con la misma familia y hace más 8 años que trabaja en ese campo: Servicial, nos invita a pasar a tomar un mate: el ranchito es de maderas de despunte, de palets y de latas de aceite desplegadas, que tapan los orificios por donde se cuela el frío. El techo de cartón y de papel de lija industrial, residuos de Masisa. El piso de tierra, y por supuesto, no posee ni luz eléctrica ni agua potable. “un vecino me trae estos tachos con agua y con eso tengo para cocinar y tomar, porque los patrones hace como seis meses que no parecen” señala.
Tejera hecha unos troncos para mantener vivo el fuego, mira los dedos de sus pies, que se salen del zapato y su mirada se pierde en recuerdos, que expresa en palabras simples, pero contundentes: “A mi en desde que estoy con ellos, nunca me pagaron una licencia, un aguinaldo, nada, y la plata que me han pagado era así por día, porque hacíamos el arreglo de lunes a viernes, y me daban la plata que ellos querían, y descontándome la mercadería cuando me traían, me daban 100 pesos o 200 a lo mucho por semana, y todo lo que yo traía de mercadería me lo descontaban todo hasta lo ultimo; esa viveza de ellos empezó mas o menos desde el 2005 en adelante”
El ranchito está rodeado de eucaliptos que él mismo plantó, y a unos 15 metros hay un corral con animales, pero el peón no se atrevería a tocarlos: “no… esos no son del patrón, son de un vecino que le alquila el corral para tenerlos; ahora desde el mes de febrero estoy así, porque ni aparecieron más por acá, ese día vino el tipo, mi patrón, Javier Berlé, a hablarme para que le haga la limpieza del rebrote, que es cortar todas las ramitas chicas de los palos; acá son aproximadamente 20 hectáreas pero yo que ya estoy acostumbrado se lo que tengo que hacer, y las herramientas las pongo yo” señala.
Agotado, José María cuenta que “el patrón vino a decirme que le haga los trabajos, pero no me daba el precio; yo lo que quería era que me diera el precio, de cuanto me iba a pagar, porque yo al trabajo se lo iba a hacer por tanto, con mis herramientas, y le pedí que me pusiera dos personas de ayudante, que yo iba a ir volteando con la motosierra, y le pedí que me compre una motosierra nueva, que yo la iba a ir pagando con trabajo, lo que pasa que yo le dije que me dijera primero el precio porque ya me venían haciendo trabajar así y después me daban cualquier cosa, lo que se les ocurría; y no quiso darme el precio, así que no nos pusimos de acuerdo. Ellos ahora compraron el terreno de al lado, toda esa forestación”
Hablamos con tejera un buen rato, sentados junto al fuego en su casillita, y estaba claro que no se trataba de un arrebato, ni de una cuestión sencilla para el trabajador. Estaba asustado, pero mucho más, estaba cansado y tenía ganas de contar lo que calló por mucho tiempo, por no tener a quien contárselo, o por no animarse a hacerlo.
Las promesas esporádicas que alimentan la esperanza
Entre quejas y anécdotas, el hombre se da motivos para reafirmar su “decisión”: Se refiere de esa forma, a la actitud de colaborar con los delegados que vinieron a inspeccionar el campo, como si hacerlo, fuera un delito, como si decir la verdad y pedir ayuda al Estado fuera el pecado.
¿Porque no denunció antes?
“Es que ellos me habían dicho que me iban a hacer una casita de madera, porque tienen aserradero los dueños, pero después no pasó nada, me armé el ranchito con madera de recorte, de despunte nomás, me dijeron que me iban a hacer una casita con pozo de agua y luz eléctrica, y no pasó nada, estoy todavía acá con candil y vela, y si no fuera por el vecino que me trae estos tachos de agua ni agua tendría, además, con qué iba a denunciar si ni documento tengo, el patrón me pidió el documento, me dijo que se lo lleve que me iba a sacar una fotocopia para hacer una ficha, y yo se lo llevé como hace seis meses y hasta hoy día están ahí, se lo pedí dos veces y no me lo dieron”
¿Y que le decían?
“Y nada, quedaban quieto nomás, así que no se que es lo que quieren hacer con el documento” se preguntó.
Esta mañana, el delegado local de la dirección provincial del Trabajo Guillermo Peñalver radicó la denuncia en fiscalía y en horas del mediodía se autorizó el allanamiento del predio. Horas antes, funcionarios de la cartera laboral la acercaron víveres, porque estaba sin comer hacía días.
Vale señalar, que los dueños del predio, son propietarios del aserradero San Carlos, que cuentan con una importante exención impositiva municipal, por estar emplazado en el parque industrial de Concordia.
Se hace evidente, con este caos, la violación a los derechos laborales y a los derechos humanos, que ejercen la patronal con esta práctica delictiva, y que sorprendentemente recibe menor condena social que el carterista callejero, que llega a ser linchado por vecinos.