Lo del candidato del PRO concordiense y los lamentables hechos de Paraná difieren en que unas son agresiones verbales y otras violentas con todas las letras. En ambos casos provocadoras e irracionales.
Es atendible y legítimo que los ruralistas reclamen por su crítica situación económica. Las economías regionales están padeciendo los resultados de políticas llevadas a cabo por los países centrales que, paradójicamente, coinciden con los postulados e ideas que hoy enarbola en la Argentina la oposición desde el PRO: dejar que el libre mercado fluya y que haya un Estado bobo que se haga socio en las pérdidas, pero que en épocas de “vacas gordas” no se entrometa ni pretenda cobrar las ganancias extraordinarias para redistribuir a otros sectores más postergados, generando una mayor equidad como trató de impulsar el gobierno nacional en la llamada “Crisis de la 125”.
Hoy los países centrales pretenden trasladar su crisis a las economías emergentes. Hay una pronunciada caída en los precios internacionales de materias primas, como la soja y otros comodities, que está impactando negativamente en las economías regionales. Es una problemática compleja que este gobierno debería resolver o atemperar con mayor premura.
Sin embargo, este escenario preocupante para miles de pequeños productores rurales, no justifica de ninguna manera el grado de violencia y patoterismo de estos falsos representantes de los ruralistas, que en su mayoría, a pesar de situaciones particulares difíciles, siguen trabajando, preocupados por su situación real, solicitando que el gobierno provincial y nacional se hagan eco de sus reclamos, pero que de ningún modo admiten o aprueban este detestable camino del “diálogo a los palazos y la prepotencia”.
Es un grado de virulencia que estos dirigentes tal vez no hayan tenido en épocas en que la Sociedad Rural, hoy socia y amiga de los chacareros díscolos en la Mesa de Enlace, asistía contemplativa en los 90, mientras les remataban los campos a los pequeños productores. Eran las épocas en que existía una derecha democrática, nadie estaba de “mal humor”.
No sorprende lo ocurrido este jueves en las puertas del gobierno provincial. A la actual gestión del gobernador Urribarri, que finaliza su mandato en diciembre, se lo puede apoyar o criticar, pero nadie puede poner en duda que fue elegido legítimamente por cientos de miles de entrerrianos y por lo tanto, no se lo puede atropellar a los golpes, sean blandos o duros.
De todos modos no sorprende la actitud belicosa de los dirigentes ruralistas nucleados en la Federación Agria de Entre Ríos, a estas alturas innegablemente identificada con la diatriba tosca y agresiva de su mentor primitivo de los pagos de Gualeguaychú.
Está claro, al menos para quien escribe y seguramente para muchos, que forma parte de una escalada que tiene como destino desgastar y deslegitimar lo más que se pueda el probable triunfo del oficialismo en la provincia con el actual intendente de nuestra ciudad, Gustavo Bordet y en muchas intendencias entrerrianas, entre ellas, Concordia.
La derecha cuando se siente sin chances electorales trasmuta. Deja de ser democrática y se pone violenta, pierde los estribos (que valga la metáfora campera).
Esto no es espontáneo, forma parte de la misma estrategia de la derecha que a nivel nacional, casi siempre enancada en reclamos genuinos, tiene como objetivo real golpear al oficialismo para que llegue desgastado y condicionado al próximo 25 de octubre, consciente de una derrota en ciernes.
Al principio, quien escribe, se preguntaba si existe en Argentina una derecha democrática. Tal vez en algunos tramos de nuestra historia haya existido, como en los 90, pero en la mayoría de los momentos históricos en los que los sectores populares han conquistado derechos, recuperado su espacio político, logrando empoderar esas conquistas, la derecha fue, en los hechos, violenta, necia, ciega.
No hace falta recordar la cantidad de hechos desgraciados por los que atravesó nuestro país en tantos años desde la conformación de la República, desde el golpe de Estado de 1930 contra el Irigoyenismo, los bombardeos a plaza de Mayo del 55 contra el peronismo, la larga noche de la Dictadura y otros episodios no tan trágicos pero que, aunque menores, uno no puede separar del mismo hilo conductor. Hoy no se golpean las puertas de los cuarteles.
La estrategia en la región son los golpes blandos, de baja intensidad, apoyada con bombardeos mediáticos, simultáneos y concomitantes. Hoy ya no se usan aviones militares, si tenemos la tele.
Comienza con escaladas progresivas de violencia inusitada y desproporcionada, como la sucedida la mañana de este jueves frente a la Casa Gris, episodios similares que se vienen repitiendo insistentemente a lo largo y lo ancho del país en distintos momentos.
Por eso, no cabe otra cosa que alertar y repudiarlos. Pedir que los responsables se hagan cargo de estas acciones aberrantes.
Pedir la calma y la serenidad que se necesita para transitar los caminos que la Democracia exige, más allá de situaciones puntuales acuciantes y que deben ser atendidas. La Democracia no puede ser manoseada por ningún motivo.
La violencia no puede ser naturalizada ni justificada como en el caso de las dudosas expresiones de dirigentes rurales de la Federación Agria entrerriana que “advertían al Gobierno el mal humor de los ruralistas”. La responsabilidad de los dirigentes es justamente esa: ser dirigentes y canalizar por la vía del diálogo y el entendimiento los reclamos que en muchos casos son genuinos.
El deseo es que este episodio sea el último que ocurra de aquí en adelante, por la salud de la Democracia y de la República, muchas veces invocadas por estos personajes que hoy demostraron en los hechos estar lejos de defender.