Entre milangas y calamares

Por Fosforito

Fue el tema de la semana en una Concordia urgida de movimiento, de que ingrese dinero de afuera a través de una actividad como el turismo donde lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir…

“Por cada familia que se va decepcionada son treinta que no vienen”. “Ahora, cuando un turista se va contento de la ciudad, a lo sumo te puede enviar cuatro. Por eso, es muy contraproducente que el turista se vaya mal porque nos resta mucho más de lo que nos puede generar”. “Son datos estadísticos”. Fueron algunas de las aseveraciones del presidente de la Cámara de Turismo de la provincia en una nota para este portal.

Qué loco, además de ya no saber qué es verdad ni que es mentira en estos tiempos de la posverdad, ahora tampoco sabemos qué es caro y qué es barato.

Todo depende de los costos, de la angurria, de la percepción que tenemos de las cosas y de la capacidad de cada bolsillo.

Y ahí, con el tema candente, discutiéndose en donde todo se discute ahora, en las redes sociales, muchos sentenciaron: “Salir a comer afuera no es para secos”.

Tener una casa, tener un auto, tomarse unas vacaciones modestas, comerse un asado en familia, ir al dentista, pagar los impuestos, ir al supermercado, comprarse un jean, vivir sobre tierra … ya casi todo no es “para secos”.

“Los secos”, que son la mitad más uno en esta ciudad, la mano de obra barata de “los dulces”: El cosechero que se raja la piel bajo el frío y el sol llenando el recolector; la enfermera que te sana la herida y te limpia el culo cuando no te podés mover; la chica del drugstore que labura 10 horas por día, en turnos rotativos, y ya conoce lo que fuma todo el barrio de noche y de día; el mozo que gana dos mangos (porque el jefe le paga especulando con la propina que se puede llevar) y pone la cara para cobrarle al cliente, por ejemplo, una milanga con fritas a 1200 pesos…  

Nos dividimos cada vez más entre los que pueden y tienen derecho, y los que no pueden y que se caguen.

Entre la insensibilidad y el desprecio de los privilegiados de todo ámbito (público o privado) y la ñata contra el vidrio de todos aquellos a los que hasta la yerba para quedarse a tomar mate en la vereda, mirando pasar esa vida que no se puede, se vuelve prohibitiva.

Todos queremos vivir, todos queremos ser parte de la especie humana, todos queremos algunas de esas cosas que nos enrostran de manera permanente, algo de esa vida que nos es “para secos”.

La producción más vista en la historia de la plataforma Netflix es un fenómeno titulado “El Juego del Calamar”, una serie surcoreana que trata sobre los miserables y desesperados, sobre los que anhelan ser y pertenecer, los acorralados por las necesidades y la deudas.

Una serie cruel que muestra como como los pobres se matan entre sí. Donde la necesidad confirma que tiene cara de hereje.

Basada en la actualidad de Corea del Sur, “El juego del Calamar” retrata -a su manera- la crisis de la deuda de los hogares que afecta a las clases media y baja y que, en los últimos años, se profundizó hasta superar el 100% de su PBI, el más alto de Asia. Un país donde el 20 por ciento que tiene mayores ingresos tiene un patrimonio neto 166 veces mayor que el del 20% con menores ingresos, una disparidad que se ha incrementado en un 50% desde 2017.

 “La carga de una deuda abrumadora es un problema social cada vez más profundo, sin mencionar la principal causa de suicidio en Corea del Sur”. (Esto no lo inventó “le pute de Fosforite”, es un informe de la BBC de Londres)

“Los intentos de enfrentar el endeudamiento han llevado a que algunas personas recurran a prestamistas de mayor costo y mayor riesgo.”

Pagar deuda con más deuda, ¿les suena?

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