En las negociaciones con el FMI, uno de los argumentos que se esgrimían era ese canje de deuda: El gobierno decía: “nosotros somos acreedores ambientales de nuestros acreedores financieros”. La deuda ecológica acuñada por la ecología política, hace alusión a la deuda de los países del Norte Global con los del Sur Global[2]. ¿Qué países conforman el Norte Global?: Estados Unidos, Unión Europea, Canadá, Australia, ueva Zelanda, Japón y otros, entre los más ricos del mundo. ¿Por qué hay una deuda de esos países para con nosotros? Por dos grandes motivos: primero por la responsabilidad que tienen con el cambio climático. Hay estudios que miden esa responsabilidad, no solo en cuanto a lo que producen y cuánto contaminan con lo que producen, sino también por lo que consumen cada uno de sus habitantes. Por ejemplo, si en Estados Unidos se compra ropa que proviene del Sudeste Asiático o un celular que se produjo en China, esas emisiones se las computan al país que lo compra que, de alguna manera, responde a un estilo de vida contaminante.
De acuerdo a esos estudios, un 92% del cambio climático es responsabilidad del Norte Global, lo que no es para nada sorpresivo. Además, se sabe que las consecuencias del cambio climático las paga ese 8% que menos contribuyó, porque sus economías dependen de sectores primarios y son muy vulnerables. No tienen dinero para hacer frente a las adaptaciones que mitiguen las consecuencias ambientales.
El otro motivo es el de los pasivos ambientales, que se relaciona con la exportación desde el Sur Global al Norte Global. El precio que paga el norte es más bajo del que debería ser, porque los pasivos ambientales que se generan en los países endeudados, no están incluidos en el precio. Un interesante y gráfico ejemplo completa la idea: si en algún país del Sur Global, un frigorífico contamina un riachuelo, genera un costo ambiental, para la gente que vive a la vera del río, para el Estado que tiene que intervenir en el saneamiento y hacerse cargo de dicho costo ambiental que se socializa entre la población.
Si bien, las palabras del presidente quedaron fuera del debate y del contexto en que las pronunció, retomando la idea: Si fuera posible ese canje de deuda ¿cómo se hace para traducir una cosa en otra?
Es un gran problema en términos metodológicos medir toda la deuda ecológica, porque en realidad muchas cosas de la naturaleza no tienen precio, no se puede poner un costo al aire que se respira y, en la economía capitalista, lo que no tiene precio no es posible de ser producto de intercambio. Hay procedimientos a partir de los cuales se intenta contabilizarla, pero la realidad indica que nunca se hizo en términos sistemáticos y para todos los países, a pesar de ser un tema instalado en el debate público.
Lo que sigue a continuación es un fragmento del discurso de Fidel Castro en 1992, en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, que justamente trae esta relación entre la deuda ecológica y la deuda externa:
“…menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la tierra. No más transferencias al tercer mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana, aplíquese un orden económico internacional, utilícese toda la ciencia necesaria para el desarrollo sostenible sin contaminación, páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre…”
Han pasado 30 años de ese discurso. Independientemente de las simpatías o rechazos que genere este personaje histórico, hay que reconocer objetivamente la previsión de sus palabras.
Cuando se habla de deuda externa se supone inmediatamente la asfixia financiera y que, de alguna manera, para pagarla se profundizan las actividades de explotación de recursos naturales, en perjuicio de los estándares ambientales y los Estados deudores tienen márgenes de maniobra y decisión muy acotados. Es allí que hay una vinculación en términos de que la deuda externa va en detrimento del cuidado de los ambientes comunes naturales, un tema estratégico a futuro. Cada dólar que se paga al FMI es un dólar que no se utiliza en medidas de mitigación a las causas del cambio climático, transición que favorecería a todos los países del mundo.
Cuando se exige en los foros internacionales que se disminuyan las emisiones contaminantes, que se honre el compromiso en términos de gases de efecto invernadero, la pregunta, para los países más vulnerables es: ¿con qué? ¿cómo se afronta económicamente? De acuerdo a la Secretaría de Energía de la Nación, en un cálculo simple, refiere que la transición energética a 2030, sin contar costos financieros, es como mínimo de 65.000 millones de dólares. Es muy difícil que, en esta hipocresía del Norte Global, con las exigencias de honrar la deuda financiera, consideren que hay una deuda ecológica.
Cuidar el ambiente demanda gastos que implican una producción que contamine menos que, por supuesto, beneficiaría el Norte y el Sur Global.
El reclamo es entendible y el reconocimiento de la deuda ecológica tendría que ser viable, pero es muy difícil traducirla en términos económicos, sobre todo, cuando el poder lo tienen otros.
Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación.
[1] https://anchor.fm/que-mundo-nos-dejaron/episodes/Plan-de-Desarrollo-Productivo-Verde–Ana-Julia-Aneise-e14n91r. y entrevista en Radio con Vos en programa Pasaron Cosas.
[2] Los términos no son estrictamente geográficos y no son una imagen del mundo dividido por el Ecuador, separando a los países más ricos de sus contrapartes más pobres. Más bien, la geografía debería entenderse más fácilmente como económica y migratoria, el mundo entendido a través del «contexto más amplio de la globalización o el capitalismo global». https://hmn.wiki/es/Global_North_and_Global_South.