La subsecretaria de Desarrollo Social, Marcela Sbresso, aseguró que fueron relevadas 50 familias en Pampa Soler. “Si uno hace un cálculo y una familia tipo son cuatro componentes. Se hace un promedio y se le suman algunas personas más por la gente que tiene familia numerosa te da unas 230, 250 personas”, indicó. Pero el de Pampa Soler no es el único asentamiento. La Bianca fue dividida en tres sectores: Pampa Soler, cancha nueva de La Bianca donde hay 50 familias más, cancha vieja de La Bianca otras 30 y a eso hay que añadirle otras desperdigadas a lo largo del sector conocido como El Martillo. En total llegan a las 200.
Silvana Méndez, referente del barrio Pampa Soler, aseguró el asentamiento “ha crecido enormemente”. Al este del camino a Pampa Soler, cuatro manzanas pertenecientes a propietarios privados fueron usurpadas. “En ese sector tenés fácil 60 familias viviendo”, indicó Méndez.
El 31 de diciembre pasado fueron hasta el Acceso Norte a protestar por la falta de agua potable. Al ser terrenos ocupados en forma irregular, carecen de los servicios básicos. “La municipalidad no puede hacer un tendido de aguas en un lugar usurpado”, explicó Méndez. No obstante, Obras Sanitarias extendió la red de agua potable a lo largo del camino. Pero esa ampliación terminó perjudicando a quienes habitan el barrio de casas de material ubicado metros antes del asentamiento. Silvana vive allí. “Sufrimos mucho porque tenemos tanque y baja mucho la presión. Solamente de noche se llenan los tanques”, explicó. Además de la falta de agua, los vecinos del asentamiento tampoco cuentan con cloacas.
Méndez señaló que en ese asentamiento hay paraguayos, correntinos, misioneros. “Hay mucha gente de afuera que se está acercando al asentamiento. Se vienen por las temporadas del arándano y tienen un terreno que por ahí la municipalidad los subsidia con alguna clase de chapa o madera, como que ellos ya se juntaron ahí, la traen a su familia y no es una familia tipo de tres o cuatro personas sino que son familias de 12 o 13 integrantes. Y esa misma familia después te trae a los otros familiares. Concordia es muy atractiva para todos”.
Muchos de los habitantes de ambos asentamientos viven del trabajo en las quintas pero este año la cosecha no fue la mejor. En la actualidad, “hay muchas personas desocupadas”, dijo la referente barrial. Por ese motivo, muchos vecinos suelen acercarse hasta su casa. Vienen a pedirme mercadería, colchones o pañales. La municipalidad te da pero no te da todos los días sino que mayormente los tiempos en que hay alguna emergencia o pasa algo”, admitió. Durante el último temporal entregaron 1.400 chapas. “Y quedamos cortos. Recibimos quejas de todos lados”, admitió.
Por su parte, Sbresso acotó que hay una “variedad de situaciones” sociales. “Gente que tiene trabajo; gente que está trabajando con algún plan y gente que hace algún tipo de changa”. Y señaló el caso especial de quienes llegan por la cosecha del arándano, de citrus o en la madera. “Y por ahí deciden quedarse acá y no volver a su lugar”, dijo en referencia a Corrientes, Santiago del Estero, Misiones y hasta de Uruguay y Bolivia.
En cuanto a la asistencia que se prestó a los vecinos del asentamiento, “tienen a solucionar lo más inmediato dentro de la problemática”. O sea, la comida. “Nosotros le garantizamos que pueda comer “, explicó. La otra situación en la que intervienen es cuando una contingencia climática derribas las viviendas precarias. “Si necesita alguna chapa o alguna madera también desde acá se lo asiste”, señaló la ex concejal.
Hace pocas semanas, el Ejecutivo envió un proyecto de ley a la Legislatura en para formalizar un programa, de alto impacto social, que busca concretar la construcción de 6000 viviendas sociales en tres años. El objetivo es erradicar los asentamientos más precarios que existen en las principales ciudades de la provincia. Uno de ellos es el Pampa Soler.
De Posadas al asentamiento
Ramón, un misionero oriundo de Posadas, llegó hace ocho meses a Concordia para trabajar en la madera. Primero se alojó en el club San Martín (barrio Golf). Pero se quedó sin trabajo y se mudó al asentamiento. Un vecino le “prestó” el terreno y una casilla a cambio de que le haga unas “changas” pero cuando Ramón se negó a seguir trabajando, el inescrupuloso “propietario” le reclamó la humilde morada. El misionero se la devolvió y gracias a otros vecinos no duerme a la intemperie o en una carpa: levantó otra casilla con madera prestada. Ramón sólo cursó hasta 2º grado de primaria
En una casilla de madera, el misionero convive con su mujer embarazada y tres hijos, de 4, 2 y 1 año. La piecita, armada con paredes de cachetes de eucaliptus, es sumamente reducida y en su interior sólo hay lugar para dos camas de una plaza. En los tabiques el único decorado son dos almanaques de gomería: uno de Andrea Rincón y el otro de “Floppy” Tesouro. Un televisor es el único electrodoméstico que se conecta con una antena de Directv destartalada apoyada sobre una silla en el patio. La cocina y el baño son dos construcciones de madera separadas entre sí pero la primera sólo tiene dos paredes en pie y una lona que cubre parcialmente una mesa, una cocina, una garrafa, una sartén y un paquete de fideos. Un hato de ropa entreverada está tirado en el pasto. No alcanzan las palabras para describir tanta pobreza junta.
“Estaba ‘changueando’ pero lo que ganaba era para comer al día”, admitió el misionero. Pero, a principios de febrero, estaba desocupado. “Anoche, sino era por los vecinos de acá al lado, mis chicos no iban a cenar”, admitió. “No tengo nada. Lo único que tengo me lo dieron los vecinos”, sostuvo. Ramón admite que puede trabajar como albañil, jardinero o en cualquier trabajo manual. Luego de pedir un trabajo a la municipalidad, la respuesta que recibió fue que por ahora sólo podían darle chapas y mercadería.
El agua: un problema insoluble
Gabriela es ama de casa y vive en una esquina del barrio, por donde cruza el camino que se dirige a la Pampa Soler. Hace dos años que se instaló. “Un domingo vinimos con mi marido y elegimos el terreno que está al lado. Pero el chico que estaba acá en la esquina se fue y nos cedió el lugar éste”, indicó. En ese lugar instalaron una casa prefabricada. “Faltaba el agua, la luz. La solicité y a los siete meses vinieron y pusieron la luz. Y el agua a los tres días de estar acá”, señaló.
No obstante, cuando el calor supera los 30º c a las 9 de la mañana la cañería se queda sin presión. Para no quedarse sin agua, cada vivienda tiene tambores de 200 litros. Además Gabriela llena el lavarropas de agua. “Tenemos que levantarnos temprano para lavar y el resto del día tenemos que rebuscarnos de alguna forma”, expresó.
El marido de Gabriela trabaja en el rubro de hojalatería. “Gracias a Dios por ahora trabaja bien”, sostuvo. Antes de radicarse en el Pampa Soler alquilaban una vivienda en la esquina de San Lorenzo e Istilarth a $ 150. Pero el dueño del inmueble aumentó el precio a $ 580. “Era mucho para el poco lugar que teníamos”, señaló. Gabriela tiene dos hijas menores.
Ramón tiene un kiosco en el asentamiento. Hace seis o siete meses que se instaló en el asentamiento. “Soy albañil y estoy medio parado. Estoy operado de la rodilla también”, expresó. De vez en cuando, una vez al mes, realiza alguna changa. “Algún revoque o levantar una pared. Más de eso no sale”, indicó. Y sostuvo que su situación no es la excepción. “Hay mucha gente que está sin laburo”, acotó. Al igual que los demás vecinos, Ramón se queja de la falta de agua y asegura que los camiones del municipio van una vez al mes. Según sostuvo, sólo se consigue de noche. “De día es imposible”, señaló.
Daniel hace tres años que vive en el asentamiento. “Alquilábamos pero los alquileres se fueron arriba y tuvimos que venir al asentamiento”, manifestó. Antes trabajaba en una quinta pero ahora se encuentra desocupado. Hace seis meses puso una despensa para sobrevivir. Sólo alcanzó a completar la escuela primaria.
“Nosotros carecemos de luz, de agua, no tenemos cloacas. Cuando llueve no se puede pasar, las calles están feas, no pasa una máquina”, indicó Daniel. El vecino manifestó que muchos vecinos están enganchados y corren riesgo que se pueda producir un incendio por sobrecalentamiento del conductor eléctrico. “De un cable hay como 10 familias”, manifestó. Además en el barrio hay un “cabecilla” que les cobra semanalmente a cerca de 40 familias para engancharlos. “La gente en vez de pagarle a la Cooperativa le pagan a esta persona. Les dice que la Cooperativa les cobra $ 7000”, indicó. Recientemente la Cooperativa instaló columnas y cables pero sólo alcanzan a las primeras dos cuadras. A las cuadras restantes, la red eléctrica no llega.
Alberto tiene 58 años y es uno de los vecinos más antiguos debido a que desde hace cuatro años se instaló en el asentamiento. “Yo alquilaba cuando trabajaba por mi cuenta pero no me alcanzaba. Me enteré por comentarios y vine, busqué un terreno y me vine. Con unas moneditas que gané compre una casillita de madera”, indicó. Con el tiempo, fue cambiando las maderas por el ladrillo y el cemento. “Sin apoyo de nadie, fue con mi sudor”, indicó. Es albañil y no alcanzó ni siquiera a comenzar la escuela primaria. Trabaja desde los 14 años.
Las quejas apuntan principalmente a la falta de agua. “Cuando hace mucho calor, se corta todo. Andamos discutiendo con los vecinos, que no abran las canillas, que no dejen abierto”, acotó. Recién a la una o dos de la mañana llega el líquido. “Pero después en todo el día es una lucha. Juntamos agua en los tachos para bañar y para cocinarse”, manifestó Alberto.
Franco tiene 63 años y es carpintero. Hace dos años que vive en el asentamiento. Al igual que su vecino, Alberto, manifestó que la principal incomodidad pasa por la falta de agua. “La poca que llega tenemos que juntarlas en balde”, precisó. “Hicieron una extensión de la red pero la presión no sirve”. Aunque también sostuvo que el camión municipal ayuda a mejorar la situación cuando acude en forma periódica. “Pero a veces no puede entrar porque hay barro. Cuando llueve se complica”, manifestó. Y además sostuvo que la Policía no aparece nunca. “La seguridad nos la damos cada uno. Yo cuido mi casa y la del vecino de al lado y punto”. Franco terminó la escuela primaria y no pudo cursar la secundaria.
Por otra parte, Franco admitió que están tratando de nombrar un referente barrial debido a que se sienten olvidados por Méndez. “La señora de ahí (en referencia al barrio Pampa Soler) es como que no quiere saber nada con nosotros. Se le extendió el barrio y el volumen de ella no llega para acá. Pasamos a ser ciudadanos de segunda. Los inundados están en nuestra parte, la del fondo (un arroyito que cruza cerca de las vías suele desbordarse cuando llueve mucho y el agua alcanza las casillas ubicadas en la parte más baja de los terrenos), cuando hay una ayuda, la ayuda no llega para este lado. Se la agarran toda para ellos y nos tenemos que arreglar entre los vecinos”, dijo el carpintero. Pero no es una tarea sencilla. “Tenemos que conocer a la persona. No podemos elegir a una persona que vino hace dos días como referente si ni lo conocemos”, admitió.
Joanna tiene 22 años, tres chicos, es ama de casa y convive con su esposo en una precaria vivienda. La primera queja apunta a la falta de alumbrado público. De noche, sólo los focos de 25 watts que cuelgan del frente de su vivienda alumbran la calle. Tampoco tiene agua y debe sacarla de una canilla comunitaria. Pero, tal como los demás vecinos testimoniaron, cuando se eleva la marca del termómetro el caño de distribución se seca. De todas formas, el agua que extraen de allí sólo sirve para cocinar. Para bañarse o lavar la ropa deben sacar del tacho de 200 litros. Joanna sólo alcanzó a completar la escuela primaria.