“Ellos tienen la suerte de ser juzgados, a nosotros no nos dieron nada”

Era una mañana soleada y fresca. Noni había salido de su casa temprano, como todos los días, sin imaginar que no volvería nunca más. Mireya, su madre, la despidió sin saber que no volvería a verla. Parecía un día de invierno más, de esos que pasan rápidamente al olvido, vencido por la abulia de un pueblo grande. Parecía.
Esa mañana del jueves 12 de agosto de 1976 Noni salió de su casa con la locuacidad de sus jóvenes 20 años, sin saber que a esa hora, pero a casi trescientos kilómetros, otro joven, como ella, era arrancado de su cama también por última vez, por una patota como la que iría por ella unas horas después. Su destino estaba escrito.
A media mañana, tres hombres elegantemente vestidos bajaron de un automóvil. Uno de ellos llevaba traje. Era el mayor de los tres, tal vez el jefe, un tipo alto, canoso. Algo le dijo al dueño del supermercado El Picaflor, en las calles Urquiza y Rosario de Gualeguaychú. ¿Qué habrá sido? El hombre se puso tan nervioso que no lo recuerda. Ni siquiera si se identificó y cómo lo hizo. Y así se la llevaron. Fue todo muy rápido. Sin violencia. Sorpresivo. Tanto que uno de los hermanos de Noni, que estaba comprando en el supermercado, no alcanzó a darse cuenta de lo que pasaba. Eso es lo último que se sabe de Norma Beatriz González, Noni.
Esta es una de las historias que comenzará a ventilarse a partir del miércoles en el salón de audiencias de la Cámara Federal de Apelaciones de Paraná, en el segundo juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en Entre Ríos durante la última dictadura.
Norma Beatriz González nació el 4 de septiembre de 1955 en Gualeguaychú. Cursó sus estudios primarios en la Escuela Guillermo Rawson y el secundario en el Colegio Nacional Luis Clavarino. Era la tercera de cinco hermanos, hijos de un empleado del Molino Concepción que murió joven en 1972 y de una ama de casa que a los 37 años se quedó con el dolor a cuestas y a cargo de una familia.
Comenzó su militancia en los grupos juveniles de la Acción Católica. Desde allí se acercó a los barrios más humildes y alejados, en el tiempo que le dejaba el trabajo en el supermercado. En lo que antes se llamaba Barrio Franco su grupo y algunos médicos comprometidos construyeron un dispensario. Después se acercó a la Juventud Peronista.
Era, a sus 20 años, una chica activa, preocupada por el dolor ajeno. Su padre, que siempre encontraba un apodo para la gente, le decía “la abogadita de la familia”.
Todos en Gualeguaychú lo conocen como Quitito y a veces ni siquiera recuerdan su nombre de pila. Pedro González es el mayor de los hermanos de Noni. Es un hombre de hablar pausado y al otro lado del teléfono está presto para el diálogo.
– ¿Cómo se enteró del secuestro de su hermana Noni?
– Ella trabajaba en el supermercado El Picaflor. A eso de las 10.45 llegó un Fiat 128 del que se bajaron tres personas y ahí fue detenida. Yo llegué enseguida porque estaba en el kiosco de mi madre, a dos cuadras de ahí, enfrente de la Plaza San Martín. Ella ese día no había podido ir y estaba mi hermana más chica. Yo pasé a verla y después fui para el supermercado a saludar a Noni. Pero al doblar la esquina ya empecé a ver algo raro y cuando llegué se me acercaron unos compañeros de trabajo de ella para contarme que se la habían llevado detenida, me dieron la descripción del auto y el número de la patente.
– ¿Qué hizo entonces?
– Inmediatamente le conté a mi hermana lo que había pasado y fui a la Policía. Cuando llegué no querían tomarme la denuncia, empezaron a dar vueltas y recién a las cinco de la tarde me la aceptaron, pero me dijeron que podía estar en Concepción del Uruguay. A las seis, mi madre y yo nos entrevistamos con Valentino y Martínez Zuviría, que eran los jefes militares, y nos dijeron que no sabían nada ni habían tenido ninguna noticia de personas que estuvieran ligadas con el Ejército ni con la Policía. Entonces empezó la lucha de mi madre y que continúa hasta hoy.
El mayor Juan Miguel Valentino estaba a cargo del Área 223 del Ejército, que comprendía Gualeguaychú y dependía directamente del Segundo Cuerpo de Ejército. Estuvo en la ciudad entre diciembre de 1974 y noviembre de 1976, y no solo ordenaba las detenciones ilegales sino que también presenciaba las sesiones de tortura. El capitán Gustavo Martínez Zuviría, en tanto, llegó al regimiento de Gualeguaychú un año antes y se fue un año después, y también disponía sobre el accionar de las patotas. En ese tiempo, Valentino era quien daba las órdenes y Martínez Zuviría el que las ejecutaba. Ya en democracia, ambos fueron beneficiados con la ley de obediencia debida.
El próximo miércoles se iniciará el juicio en el que se intentará echar luz sobre cómo se produjo el secuestro y desaparición de Noni González, entre otros hechos. Valentino y otros ocho represores estarán en el banquillo de los acusados: el entonces ministro del Interior, Albano Harguindeguy; Ramón Genaro Díaz Bessone, exjefe del Segundo Cuerpo de Ejército; el exjefe del Regimiento de Concordia, Naldo Miguel Dasso; el exjefe de Sección del Regimiento de Gualeguaychú, Héctor Carlos Kelly del Moral; el exjefe Departamental de Policía de Gualeguaychú, Marcelo Alfredo Pérez; el exjefe de la División de Operaciones y Seguridad de la Policía, Juan Carlos Mondragón; y los policías federales Francisco Crecenso y Julio César Rodríguez.
– ¿Qué valor le asigna a estos juicios, desde el punto de vista de la verdad y la justicia, más allá del caso puntual de Noni?
– Creo que son muy importantes. Después de venir de un período en el que los gobiernos no permitieron hacer nada o frenaron todo, es muy importante que los juzguen. Ellos van a tener esa suerte, podrán ejercer su derecho de defensa y ojalá, que sean condenados por la justicia civil. A nosotros no nos dieron nada; hay 30 mil compañeros que no tuvieron ningún tipo de justicia ni sabemos qué pasó con ellos, hubo otros que estuvieron detenidos y tampoco se les explicó nunca por qué. Yo quiero estar frente a Valentino, que siempre me negó todo, para que me diga qué pasó con mi hermana.

Homenaje

El próximo viernes 23 de marzo, en el marco de las actividades por el aniversario del golpe de Estado, las Madres de Plaza de Mayo de Gualeguaychú colocarán una placa en el lugar donde fue secuestrada Norma Beatriz González. La casa pertenece ahora a una familia que accedió al homenaje. Luego los organismos de derechos humanos marcharán hasta la Plaza San Martín y continuarán allí el recordatorio, en palabras de gente del barrio en el que militaba Noni y compañeros que trabajaron con ella.

Madre bandera

Mireya nunca abandonó la lucha y la búsqueda de Noni. Fue una de las primeras Madres de Plaza de Mayo y una bandera. Caminó la provincia con sus hijos, se entrevistó con el nuncio apostólico Pío Laghi, lo intentó también con el Papa Juan Pablo II. Una vez dijo: “Mi hija era una militante social y una militante política. Yo estoy orgullosa de ella”. Mireya murió el 7 de julio de 2008.
– ¿Cómo reaccionó la familia ante la desaparición?
– Al otro día fuimos a Concepción del Uruguay, después a Paraná. Mireya viajó muchas veces pero no la atendieron nunca. Hizo infinidad de viajes a Paraná, Rosario, Santa Fe. Cuando las Madres viajaron a Brasil a ver al Papa, ella fue; no pudieron entrevistarse pero las saludó de lejos y les dio la bendición. Después llegó a ver al nuncio apostólico Pío Laghi: estuvimos en la Nunciatura durante una hora, vimos a un obispo y hasta nos hizo besar el anillo; nos tomaron los datos de Noni, nos dijeron que si se enteraban de algo nos avisaban, pero nada. Mireya también fue a ver al obispo de Gualeguaychú (Pedro Boxler), pero no la atendió nunca. Nosotros estamos convencidos de que hubo cómplices civiles y creemos que un sector de la Iglesia también lo fue.

– ¿Qué recuerdo guarda de su madre?
– Mireya fue una gran luchadora, recorrió todo y para ella hubiese sido algo muy importante estar en este juicio. Lamentablemente hay cosas que llegan tarde.

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