El VAR EN LOS TIEMPOS DE LAWFARE

La pelota hace bailar la red como una odalisca, los jugadores saltan, festejan, se abrazan, se ilusionan. El árbitro adopta un recio gesto y reconcentra su rostro, se detiene súbitamente, como si hubiera recibido una terrible noticia, acomoda con sus manos el pequeño intercomunicador y los corazones de jugadores, entrenadores e hinchas detienen sus latidos. Finalmente dibuja un rectángulo imaginario y corre, disparado como por un resorte,  hacia una pantalla situada allende la línea lateral del campo de juego. Su localización marginal no debe confundirnos, porque esas imágenes contienen, ni más ni menos, que  la “Verdad” de los acontecimientos.

Las analiza una y otra vez y finalmente anula el gol. Como un ebrio que ve sombras fantasmales en la noche  de un delirium, el “Juez” dice ver que el balón roza en un jugador en offside. En otro dramático episodio combina la invalidación de un gol de Patronato con un Penal para Barracas. Jugadores y parte del cuerpo técnico terminan presos por protestar contra el notable saqueo.

El VAR corona y bendice como triunfador al caballo del Comisario. Le sucedió a Boca y a River cuando una mano del Poder del fútbol,  decidió que solo equipos brasileños irían a la final de la Libertadores. Y numerosísimos casos fallidos reiteran el escándalo desde  su corta existencia.

El VAR parece equivocarse dicen todos, pero –oh, detalle-sus “fallos” no son rectificados. La Injusticia es ungida. Pero ¿no era acaso la función de este dispositivo tecnológico consagrar un orden de transparencia, verdad y justicia en el fútbol? Esa era la buena nueva y- por ese sagrado objetivo-valía el sacrificio de la dinámica del partido que se interrumpía insoportablemente, de los debates folklóricos interminables en bares y oficinas sobre las decisiones arbitrales e, incluso, de las descargas de las frustraciones cotidianas a través de las estruendosas puteadas a los hombres que antes vestían de negro.

Sin embargo, nada de eso pasó. Al revés, los clásicos “bombeos” comenzaron a quedar expuestos a la atónita  mirada de todos, exhibidos transparentemente, una y otra vez. El VAR se equivoca; ¿será necesario un VAR del VAR? ¿O será que este engendro tecnológico tiene, precisamente,  por función exponer las formas que actualmente reviste las relaciones entre el Poder, la justicia y la verdad? ¿De hacer metáfora, alegoría, de las relaciones sociales de Poder a través de ese universo de símbolos que es el fútbol como deporte y facilitar la internalización de su lógica  en los inocentes espectadores?

El filósofo que indagó profundamente el concepto del Poder fue Foucault. Decía que las formas de dominación se ejercen, desde la modernidad capitalista, no solo de un modo represivo y descomunal como lo hacía la Monarquía, sino además, sutilmente, de un modo productivo. No solo reprime a quienes quieren alterar su Orden, sino que produce sujetos que lo sostienen. Estudió las instituciones específicas que” producen “esta subjetividad: Las escuelas, las cárceles, los manicomios, las fábricas, comparten una misma racionalidad, sujetar a los sujetos a la lógica del Poder. Incorporar en la conciencia de esos sujetos, como una realidad dada, que existe positivamente un Orden natural en el que hay dominadores y dominados, dueños y despojados,  ganadores y perdedores, ricos y pobres,  poseedores y desposeídos etc.  Y de ese modo, reproducir su estructura. La justicia y la verdad son subsidiarias de esta idea.

La verdad, sobre todo, no es concebida como  el reflejo de los hechos, o la  representación ajustada a la realidad “compartida”, sino el  “producto de una lucha”. Tomando conceptos de Nietzsche dice que “no existen los hechos, sino sus interpretaciones”.

La verdad es, entonces,  lo que el Poder impone como tal. La historia la escriben los que ganan.

¿Será esta idea la que viene a manifestar el VAR cuando exhibe escandalosamente el carácter arbitrario y  obsceno de sus fallos? ¿Será su objetivo que todos veamos la consagración de la injusticia y la mentira del Poder y nos resignemos a aceptar sumisamente que las inequidades e inmorales atropellos forman parte de  su naturaleza inconmovible, del  carácter inalterable del Orden del Poder? ¿No será que la tarea encomendada al VAR sea desalentar y desesperanzar a los clubes chicos, pobres y perdedores de su deseo de justicia, de condiciones de igualdad y lealtad  en la competencia?

Vivimos ya, acostumbrados a esa lógica. Vemos todo el tiempo como quienes pueden imponer la “Verdad” manipulan los hechos, observamos día a día, el modo en que la “Justicia” es indolente y cómplice con los poderosos que ostentan su impunidad, y descarga su volcánica  furia sobre los débiles.

La imposición de una caprichosa falacia en el lugar de la “Verdad”, es una nueva  operación política y judicial  actualmente conocida como Lawfare, que ha producido nuevas formas de golpear la institucionalidad de los países de Sudamérica en los últimos años.

No se trata para lograr este fin de utilizar como lo hicieron durante el siglo XX,  a las fuerzas armadas, sino de articular estrategias políticas, económicas,  mediáticas y judiciales, para  perseguir y  condenar a opositores al Régimen del Poder.

Esta nueva operación para desestabilizar las instituciones democráticas, prescinde de toda dimensión que contemple la verdad, la ley y la justicia.

Como en  el VAR, el “Juez” de la disputa, exhibe el carácter obsceno y arbitrario del Poder. Así, con el respaldo de sectores políticos y del Poder Mediático, puede perseguir y aún más, condenar y encarcelar sin pruebas, a aquellos líderes opositores que resultan molestos a sus intereses.

Eso sucedió con el maravilloso líder del Partido de los trabajadores de Brasil, Luis Ignacio Lula Da Silva. Hace unos años, cuando sus posibilidades electorales eran ciertas, el  juez Moro lo condenó y encarceló sin pruebas, solo porque estaba “convencido” que había cometido un delito. Con esa lógica, el Poder instala el terror, el disciplinamiento y la resignación.

Por eso es tan importante el triunfo de Lula el domingo pasado. No solo porque venció al fascista que instaló la Oligarquía Brasileña para oprimir a pobres y trabajadores, sino porque con su tesón, su coraje, su capacidad para seguir creyendo en sus convicciones, recuperó la alegría y la esperanza en el pueblo, aquello que precisamente los poderosos quieren trocar por frustración, desilusión, impotencia  y resignación. Aquellos sentimientos que, por estos lados, también se quieren imponer con la idea de que” la única solución, en nuestro país,  es irse”. La huida personal -como si no fuéramos responsables de su derrotero- que impone la creencia egoísta de una salvación individual y destruye los sueños de una construcción colectiva, de una sociedad mejor, más justa, inclusiva e igualitaria.

Por eso es tan importante y celebrado el triunfo de Lula. Porque recobra, reconquista, rescata de la derrota humillante de los perdedores de siempre, la dimensión de los sueños y la esperanza. La esperanza en la justicia, no como espera pasiva, como futuro construido por otros, sino como acto de compromiso con el futuro, como lo que podemos construir de cambio hoy, para soñar un horizonte posible, para hacer nacer un mundo mejor.

 

(*) Psicólogo. MP243

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