Educar suele ser, por estos tiempos, una tarea altamente alienante. La escuela, esa institución de encierro que nació para disciplinar, aceptando la autoridad solo porque ejerce el poder y cuyo fin fue formar, a la manera fabril, hordas de sujetos dispuestos a obedecer, no solo al gobierno justo cuando terminaban las monarquías y comenzaban los estados nacionales, sino también al patrón.
La escuela, era el primer escalón para que se aprendan algunas reglas básicas del capitalismo: la propiedad privada se respeta, solo se asciende mediante una “carrera”, la riqueza es acumulativa, la desobediencia es sancionada, las gestas solo la logran los líderes, los líderes son héroes que nunca llegará a ser ningún mortal del común.
Argentina es el granero del mundo, África provee de esclavos, Europa es culturalmente superior por ser blanca…entre otras tantas cosas… se aprendía en la escuela.
¿Todo ello para qué? Si miramos con un telescopio hacia atrás, veremos que la única finalidad de todo ello fue el surgimiento de un sistema de organización económica, que necesitaba una estructura social afín. Si miramos con un microscopio la realidad, veremos que el virus creado por el capitalismo no es el Coronavirus, sino uno muchísimo más agresivo y espeluznante, “la mano invisible del mercado”.
Esa mano invisible tiene un antídoto: “Privatiza las ganancias, socializa las perdidas. Y así vamos por la vida, formando en las escuelas mano de obra disciplinada, lo más flexible y adaptada posible, para que el mercado acumule y, quizás algún día, derrame. Mientras tanto la pobreza, las diferentes formas de esclavitud, la cada vez más injusta distribución de la riqueza, son solo “efectos colaterales”. Ese fue ni más ni menos el fin último de la institución escuela.
Pero las ciencias de la educación, enmarcadas dentro de las ciencias sociales, poco a poco fueron develando los oscuros intereses del capitalismo y ¿qué mejor lugar para analizarlos, reflexionar, desnudarlos?… la escuela. Entonces, la escuela, es llamada a educar en Derechos Humanos, en igualdad y equidad, en despejar los juegos de los dueños de las ganancias, en desarrollar conocimientos referidos a los derechos de los que aportan la mano de obra en la acumulación de la riqueza, a empoderar a los trabajadores como parte constitutiva de la estructura económica del capitalismo.
Ese proceso no es gratuito, quienes trabajamos en la escuela nos debatimos entre el apostolado, el trabajador, el profesionalismo; todos conceptos que atraviesan la historia de la educación, pero que hoy perviven en cada institución. Sin ir más lejos, ante la pandemia que nos atraviesa, nos piden ser apóstoles de la enseñanza y profesionales del conocimiento, mientras sufrimos como obreros el derrumbe del capitalismo que, a esta altura, no sabemos si se derrumba o tan solo se está reconvirtiendo para volverse más agresivo y dictatorial.
En medio de esta alienación debemos enseñar que la única salida es la justa distribución de la riqueza, en una institución que fue creada para convencer a la ciudadanía de que pocos serán ricos, algunos tendrán apenas lo suficiente y, la gran mayoría, nada o casi nada, según la suerte que vaya a saber quién la determina…o sí, sabemos quién o quiénes, pero es tan difícil enseñarlo en la escuela sin que nos acusen de hacer política (como si todo lo otro no lo fuera).
En medio de esta encrucijada, tal vez sería muy sano para la institución escolar replantearse el rol que cumple en la estructura social y cómo su discurso podría hacer que el “día del trabajo” o “día del trabajador” sea el día donde nos miremos ante el espejo de las injusticias laborales, en un mundo donde el trabajo, entendido como empleo, se reduce cada vez más.