El producto de la codicia e impunidad: que vuelva a la gente

“Si Yedro no hubiese comprado ese campo, no estaríamos aquí”

Es evidente que resulta muy complicado recoger datos fiables y de manera sistemática sobre actividades ilegales o producto de corrupción, y más aún cuando hay muy poca voluntad de investigar por parte de los encargados de impartir justicia.
Lo que conocemos de la corrupción en este país, suele provenir de los escándalos divulgados por los medios de comunicación, de la experiencia personal de actores de la sociedad y de inferencias más o menos sustentadas en los dos aspectos mencionados.
Generalmente la percepción de que cuando el delito es de “funcionarios políticos”, nada se penaliza y hagan lo que hagan quienes ostentan poder tampoco enfrentaran a la justicia, y si lo hacen, luego las causas serán desactivadas, los responsables sobreseídos, los delitos prescriptos y sólo en contadísimas ocasiones alguien pagará lo que hizo.
Haciendo gala del ranking mundial que ocupamos en corrupción, en nuestro país son escasos los funcionarios corruptos que han pasado por los estrados judiciales para rendir cuenta de sus negociados. Muchos menos son los que han pagado sus culpas con prisión y – muchos menos aún- los que se han visto obligados a devolver los dineros robados al pueblo que a diario se sumerge profundamente en la miseria, gracias precisamente, a los funcionarios vendibles y corruptos que se quedan con las gabelas de la gente.

Codicia e impunidad
La cavilación del fiscal Larrarte al decir que “el imputado se guió por la codicia y la impunidad”, refleja sin duda alguna, uno de los factores que conducen a la corrupción a muchos funcionarios y políticos (que es amparada generalmente por la inactividad, inoperancia o desnaturalización funcional de los organismos de control y de sanción), es el hedonismo y la ambición de riquezas, guiados por patrones de conductas que toma como virtud, la cantidad de bienes materiales que poseen dándoles esto les da prestigio y admiración muchas veces de la misma sociedad política.
Otro factor que se refleja muy nítidamente en la sociedad y permite la corrupción, es la permisividad y el nihilismo en la gente, postura que permite al corrupto llegar a sus objetivos sin que la sociedad le cuestione el medio utilizado.

Nadie puede reclamar lo que no sabe que posee
¿Es un signo de estos tiempos de la justicia, cuidar a los pobres?

Para muchos fue sorprendente el alegato del fiscal Larrarte, fundamentalmente cuando señaló golpeando la mesa: “acá se ha robado una suma muy importante de bienes que debería ir a esa gente que tanto la necesita, es necesario que ese dinero vuelva a la gente”.
En verdad existe como un sentimiento del concepto aristotélico de justicia en los dichos del fiscal, eso de “dar a cada uno lo suyo”, pero también es necesario decir que tiene un mero carácter transitivo. Lo importante para la sociedad es saber que es lo que les corresponde a cada uno de los “pobres que les pide cinco años por robar una bicicleta”.Para que uno pueda reclamar lo que tiene derecho a poseer, la justicia humana debe actuar y sancionar las conductas corruptas de los funcionarios políticos en el Estado. Eso es básico para que no haya impunidad. Este es el otro mal que alimenta a la corrupción que es preciso erradicar de plano. Necesitamos que todos ellos sientan, como ocurre con la gente común, que el peso de la ley caerá sobre sus espaldas con todo vigor si incumplen con su responsabilidad. Sólo de esa manera habrá un manejo más honesto, eficiente, transparente, honorable y adecuado de los fondos públicos. Redundará -secundariamente- en una mejor atención de las funciones sociales que el Estado hoy desgraciadamente no cumple.

Modelos explicativos de la corrupción
“Acá hay incongruencias, esto no da”, dijo el perito de la Fiscalía Miguel Escales. Fue muy difícil para los peritos tanto de la Fiscalía como del Tribunal de Cuenta, explicarse como hizo Yedro para multiplicar por 10 los $ 100.000 que pudo “ahorrar”. Coinciden junto al fiscal que “el imputado ha mentido, que se han prestado amigos, testaferros, prestanombres y hombres de paja”.
Algunos psicoanalistas sostienen que la corrupción humana es la corrupción del sujeto consigo mismo. Es alguien que miente y se miente, pero no se da cuenta de ello, porque en el fondo no quiere saber la verdad, “su verdad”, llegar a saberla, implica un dolor muchas veces intolerable, pues tendría que enfrentar el mundo de otro modo distinto al que está acostumbrado. En otras palabras, dejaría de ser ese que es, para pasar a ser “otro”.

Una propuesta Foucaultina
Nada es posible un combate frontal contra la corrupción si la justicia mira para otro lado. Otra cuestión sería no permitir que la corrupción sea consentida y se constituya en un mecanismo de estabilidad política, con el cual el poder asegura lealtades y complicidades.
La buena información por parte de la prensa y una acción decidida de la sociedad puede ser el talón de Aquiles para la corrupción.
La propuesta es fijar la mirada en lo obvio, en lo repetitivo, que por serlo tanto, difícilmente seamos capaces de percibirlo y menos aún de analizarlo. En esas formas cotidianas en las que se mueven muchas personas con poder, encontraremos parte de la explicación de las formas en las que se integran sus abultados patrimonios, para que no nos sorprenda la cantidad de dinero que implica el acto corrupto y que no nos tapen como “evolucionó sus ahorros”.

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