Texto completo de la carta enviada a DIARIOJUNIO
El sentir vergüenza ajena nos obliga hoy a pedir disculpas.
Nos referimos a los hechos de público conocimiento acaecidos el pasado miércoles 30 de marzo en la Plaza Urquiza.
Lo que debió haber sido una fiesta del pueblo de Gualeguaychú, especialmente de los adjudicatarios y cooperativistas, se convirtió en una puesta en escena de quienes piensan que las actitudes patoteriles y autoritarias aún tienen cabida en la política.
Queda claro que el mar de mezquindades –vaya paradoja- inundó también a quienes decían asquearse con el mismo.
También ha inundado a quien conociendo la idiosincrasia de nuestra ciudad –por ser de aquí- desoyó una vieja experiencia para perderse en los laberintos del poder, sin pensar, una vez más, en la gente.
Siempre nos ilusionamos con que este tipo de prácticas políticas queden en desuso, pero una vez más asistimos al montaje de una farsa con bases en la prepotencia y el avasallamiento, logrando como resultado un grotesco que va en línea inversa con la larga historia de sana convivencia política de Gualeguaychú.
Lo que no tienen en cuenta los instigadores de estas actitudes autoritarias, es que la sociedad gualeguaychuense, que se caracteriza por la madurez, también condena y condenará por siempre este tipo de acciones, que no han tenido otro propósito que robarle la fiesta a los verdaderos protagonistas.
Esto recuerda la leyenda del viejo Samurai:
“Había una vez en el antiguo Japón un viejo Samurai, ya retirado, que se dedicaba a enseñar el arte de la meditación a sus jóvenes alumnos. A pesar de su avanzada edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierto día apareció por allí un guerrero con fama de ser el mejor en su género. Era conocido por su falta de escrúpulos y por ser un especialista en la técnica de la provocación. Este guerrero esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y, después, con una inteligencia privilegiada para captar los errores del contrario, atacaba con una velocidad fulminante. Nunca había perdido un combate. Sabiendo de la fama del viejo Samurai, estaba allí para derrotarlo y así aumentar su fama de invencible.
El viejo aceptó el reto y se vieron en la plaza pública, con todos los alumnos y la gente del lugar. El joven empezó a insultar al viejo maestro. Lo escupió, tiró piedras en su dirección, lo ofendió con todo tipo de desprecios, a él, a sus familiares y a sus antepasados. Durante varias horas hizo todo para provocarlo, pero el viejo maestro permaneció impasible. Al final de la tarde, exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró.
Los discípulos corrieron hacia el maestro y le preguntaron cómo había soportado tanta indignidad de manera cobarde, sin sacar su espada y asumir el riesgo de ser vencido.
Entonces, el viejo Samurai hizo una pausa y consultó:
– “Si alguien te hace un regalo y no lo aceptás, ¿a quién pertenece ese regalo?.
– “A quien intentó entregarlo”, respondió un discípulo.
– “Pues, lo mismo vale para la rabia, la ira, los insultos y la envidia –concluyó el maestro. Cuando no son aceptados, siguen perteneciendo a quien los cargaba en su interior”.
PARTIDO NUEVO ESPACIO
Consejo Departamental de Gualeguaychú