Bien, cuenta una vieja leyenda que un caminante se encontró en el desierto con uno de tales lúgubres cabalgantes: la Peste, que al parecer se dirigía a un poblado cercano.
Interrogado por el curioso viajero, acerca del motivo de su viaje respondió:
“Voy a esa ciudad a matar mil personas”
Horrorizado por semejante respuesta, su interlocutor le hizo prometer que se limitaría nada más que a ese número, y luego habría de marcharse como vino.
El espantoso personaje , así lo habría prometido.
Dice la historia que ambos volvieron a encontrarse.
Oportunidad que el caminante, le reprochó:
-“Tu me prometiste que sólo matarías mil. Y acabo de volver de la ciudad y los muertos fueron más de dos mil”
-“Yo cumplí mi palabra- replicó la Peste- maté solamente mil. Los demás se murieron de miedo”
La historia se adapta bien en estos momentos cuando precisamente nos ataca con feroz virulencia justamente uno de los más terrbles jinetes bíblicos.
Eso porque, desde nuestro obligado encierro, hemos atisbado a través de las llamadas “redes sociales” y otros medios de comunicación, bastante irresponsables ellos, todo tipo de rumores harto más alarmistas y terroríficos que la misma cruda realidad.
Ya bastante difícultosa, por cierto.
Me refiero entre otras cosas a un resonante episodio ocurrido en nuestra propia ciudad de Concordia.
Mensajes alarmistas, promoviendo hostigamientos sociales, ataques o escraches, en la calle o en domicilios particulares.
E incluso, los más exaltados, hasta el incendio de vivienda.
En un caso contra una señora, miembro de una conocida familia.
Y, más reciente y escandaloso contra un muchacho, recién arribado de los Estados Unidos y su familia (hay que leer en los medios nacionales la crónica de su accidentado periplo hasta arribar a la casa de sus padres).
El aislamiento y la cuarentena posterior, con resultado negativo.
No, paremos la mano: una cosa es el cuidado, la prudencia, el cumplimiernto estricto de las reglas, en beneficio propio y de los demás.
Sobre todo, el no incurrir en la inconciencia de algunos que interpretan el forzoso aislamiento como una invitación a vacacionar o disfrutar de “fin de semana largo”.
Y han formado largas colas de vehículos hacia los lugares de veraneo, portando carpaso tablas de surf.
No, esto no: pero tampoco la paranoia enfermiza, la histeria colectiva, el fomentar el miedo irracional y el pánico irreflexivo e irracional, que, como en la leyenda referida, pueden ser más nocivos que la propia peste.
En tiempos de una gran calamidad mundial, pero de otras características, lo dijo Franklin Roosevelt presidente de los EE UU:
“Sòlo debemos tener miedo al miedo mismo”.
Apliquémonos al consejo.