La mecánica elegida por los cuatro jinetes del Apocalipsis no puede escindirse de su representación simbólica; el lockout agrario buscó, citando a sus máximos referentes, “erosionar el gobierno de CFK”, por ello la correcta caracterización de la medida la sitúa como destituyente. En ese sentido, la reiteración en su utilización reedita simbólicamente el objetivo deseado.
No es un hecho casual, sino que se articula sobre la incapacidad de las derechas argentinas de producir un discurso con capacidad de competir con el proyecto kirchnerista. La razón radica en la falta de oportunidad temporal de dicho discurso, puesto que su auditorio ha recorrido un proceso de reconocimiento de sus propios intereses, dejando de actuar los intereses de las elites, y en ese reencuentro ha visto satisfechos muchos de ellos a través de las políticas del kirchnerismo. Ese fenómeno ha forzado a las derechas a reconfigurar su hoja de ruta en búsqueda de otras alternativas.
El patrón de acumulación del agronegocio sufrió profundas transformaciones en los últimos diez años, intensificándose con el proceso abierto en 2003. La afección se centra en la modificación de la distribución de la renta por fuera del sector, y no por una cuestión de caída de rentabilidad. Este hecho se encuentra entre uno de los pilares fundamente del conflicto. Otro elemento angular se vincula a la pérdida de la conducción hegemónica del actor sintetizado en el agronegocio, a favor de otros actores políticos. Las políticas que el kirchnerismo fue paulatinamente instrumentando para salir del arcaico modelo agroexportador hacia un consolidado proceso de sustitución de importaciones obraron como una polea que trasladó parte del poder al sector industrial vía el Estado. Las entidades agropecuarias vislumbran que la etapa política conducirá al kirchnerismo a una profundización del modelo, en el cual la diversificación productiva se muestra como una política de Estado, construyendo una industria fuerte. Este hecho les hace temer la pérdida total de su injerencia en las políticas que estructuran al país, o puesto en otras palabras, la imposibilidad de operar una reconfiguración del patrón de acumulación en su favor. El proceso descripto se inscribe en la restructuración del bloque histórico que inició con el estallido social del 2001, y que el kirchnerismo pudo traducir en políticas sostenidas, desterrando al capital financiero especulativo y al agro-negocio del nuevo bloque dirigente que busca instituirse como hegemónico.
El lanzamiento de Sáenz como candidato potable para las derechas busca resolver el déficit de representación política, y el relanzamiento del conflicto campestre busca desesperadamente equilibrar la pérdida de hegemonía en el sentido común, que las derechas sufrieron a manos del proyecto nacional y popular. La mecánica es clara, a través de la sustitución o sometimiento de CFK, eso es lo que implica subrepticiamente el mal llamado paro del campo. Afortunadamente, gran parte de la sociedad argentina ha deconstruido y vuelto a armar la crisis de la 125 en un sentido de mocrático y popular.