El cuidador que lucha en soledad contra el basural

De repente, la tranquilidad de la mañana se ve alterada cuando le avisan que hay un carrito arrojando basura. Rivero hace sonar el silbato, le hace señas al “carrero” y camina rápidamente hasta el lugar donde un hombre joven y un chico de no más de siete años están tirando bolsas. Cuando Rivero llega, los tripulantes del carro están juntando cartones. De cualquier forma, los advierte. La amonestación verbal es suficiente; al rato se van. “A mí ya me conocen, saben que eso no deben hacerlo”, señala el empleado.
Pero eso le costó trabajo. Al principio, incluso fue insultado por los conductores de algunos carros de barrios distantes, como el ex-Aeroclub, y por algunos automovilistas prepotentes. “Vos no sabes que esconden dentro del auto, capaz sacan un fierro y te pegan un tiro”, dice. Por esa razón tiene un celular y cuando surge algún inconveniente, avisa a la comisaría 3º, ubicada a dos cuadras de distancia.
Rivero camina hasta las vías de ferrocarril y señala un cúmulo de ramas amontonado a un costado de los raíles. “Eso no estaba ayer; lo tiraron anoche”, expresó, y culpa a los vecinos del centro, como para graficar su lugar en la escala social. “Vienen en 4×4 o en autos 0 km.”, dijo. Tiran basura domiciliaria: perros muertos, pañales. “Tienen mañas; les falta cultura”, sostuvo.
El cuidador aseguró que les pide a los vecinos que estén atentos a la noche, cuando él se retira. “Les pido que pongan su granito de arena y les tomen las patentes a los autos”, señaló. Con este dato le basta para pasar la información a sus superiores para multarlos. A veces, cuando arrojan basura de noche, viene desde su casa –vive a menos de dos cuadras- y la arrastra hasta los márgenes para evitar que se estropee su tarea diurna.
En realidad, lo único rescatable del basural es que el piso está, en cierta manera, nivelado y no se advierten montones de basura acumulada. Pero las bolsas, cajas de telgopor y pedazos de nylons que se desparraman sobre la tierra, entre otras cosas, acentúan el aspecto deplorable del lugar. “Yo les estoy pidiendo que nivelen y echen arena por lo menos para cambiar un poco esto”, indicó. Algunos chicos del barrio pidieron poner un par de arcos y convertir el predio en una cancha de fútbol. Otros, instalar algunos bancos para que se transforme en una plaza o un paseo. Rivero asiente totalmente con la idea pero deja claro que no está en sus manos la concreción. “Soy un empleado”, aclara todo el tiempo.
Por lo pronto, el cuidador necesitaría al menos una garita para guarecerse del sol y de la lluvia. Se viene el verano y el único resguardo es una gorrita azul que dice “SEGURIDAD Y RESGUARDO MUNICIPAL”. No se advierten árboles por ningún lado. “Andamos como perros ‘abichados’ buscando un lugarcito de sombra”, dice Rivero. Y cuando llueve es peor, porque carecen de botas y ropa impermeable. “La verdad es que yo me voy, ¿que voy a hacer?”, confiesa. “Que nos hagan una casillita con costaneros nomás, eso es lo que estamos pidiendo”, indicó. El lugar ya está decidido, enfrente a la casilla abandonada del guardabarreras. En realidad, la casilla sería el lugar ideal pero no tiene maderas en el piso ni en la escalera de acceso. Y si bien no sería inconvenientes instalar el piso, el problemas son los trámites interminables que insumiría la solicitud de un inmueble del ferrocarril.
El otro inconveniente es que también está encargado de cuidar la desembocadura del Manzores, por avenida Castro pero no tiene movilidad. “Cuando veo que están tirando voy pero llego tarde porque son rapidísimos para arrancar e irse”, dice Rivero que debe caminar más de 200 metros hasta ese lugar. “La verdad es que tengo mi moto pero ¿de donde voy a sacar para la nafta?”, dijo el empleado, quien admitió que acepto el trabajo por la promesa de un plus salarial.
A pesar de todos los inconvenientes, los vecinos están conformes con la presencia del cuidador. “Antes la gente siempre venía caminando con los chicos que van a la escuela pero ahora vienen solos porque saben que alguien está cuidando”. Pero, de noche, el lugar está casi a oscuras porque hay una columna de alumbrado sin farol y otra con la lámpara quemada. “Alguien dijo que se debería arbolar pero no me parece porque quedaría todo tapado y habría un muerto o un ‘violau’ a cada rato”, indicó.
Una rata con una larga cola atraviesa las vías y se interna entre las plantas que crecen a los costados del terraplén; un perro negro con el pelaje desastrado husmea un charco de agua sucia. En tanto, Rivero cuida que nadie arroje basura en un terreno que, a pesar de sus esfuerzos, tiene el inequívoco aspecto de un basural.

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