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El corte de Gualeguaychú, bien podría figurar ya entre los récords del Guinness: mantiene bloqueado en tiempos de paz un puente fronterizo desde hace más de dos años. Algo tan grave y en nombre de una contaminación que o no se produjo o los piquetes de asambleístas no pueden demostrar hasta ahora. Botnia comenzó a producir trece meses atrás. Ni la consultora contratada por el Banco Mundial ni Green Cross, una ONG financiada por organismos internacionales, han detectado algo. Y lo mismo se lee en los poquísimos datos conocidos de las mediciones argentinas.
Que esto lo reconozca públicamente el gobernador de Entre Ríos es un acto de sensatez. Desde los primeros, los cortes llevan más de cuatro años. Mientras la papelera estaba en construcción, los ambientalistas podían anunciar que vendría un tsunami ecológico sin exhibir pruebas. Pero ese desastre anticipado ahora se puede verificar. Urribarri dice en voz alta lo que otros callan para evitar el costo político de enemistarse con ellos.
Está visto que los cortes no lograron impedir, como se habían propuesto, la instalación de la planta. Y tampoco afectan hoy a Botnia, que funciona como quiere. A Uruguay lo ayudan ante el mundo: el bloqueo es una actitud ilegal y prepotente, validada en su momento por el gobierno kirchnerista ¿A quién perjudican?: a los que perdieron empleos a los dos lados del puente.
A falta de pruebas sobre la contaminación, los asambleístas se endurecen. Y anuncian más cortes. Lo que han contaminado es la relación con Uruguay, que vetó la candidatura de Kirchner para la Unasur. En un espacio de convivencia necesaria, crearon un foco de tensión innecesario. Y sin sentido.