Carlos José Martínez, de 39 años y oriundo de la localidad santafesina de Granadero Baigorria, se encuentra detenido en la cárcel de Paraná. En un principio mintió sobre su verdadera identidad (dijo llamarse Carlos Antonio) y dijo que no tenía nada que ver con el hecho por el que se lo imputaba; este lunes volvió a mentir sobre quiénes eran sus padres.
Está acusado por un hecho aberrante: trata de personas con fines de explotación sexual, en las modalidades de captación, traslado, recepción y ofrecimiento; agravado por ser la víctima menor de edad; por haberse aprovechado de la situación de vulnerabilidad; por la utilización de violencia, amenaza u otro medio de intimidación o coerción; por la participación de tres o más personas; y porque la explotación efectivamente se consumó.
La víctima es una joven salteña de 15 años, secuestrada en la localidad norteña de El Quebrachal; que fue trasladada a Santa Fe, donde fue explotada sexualmente en un inquilinato donde también prostituían a otras jóvenes; y luego también en una carpa ubicada en la Plaza Carbó, detrás de la Casa de Gobierno, en Paraná.
El caso podría calificarse como típico de “trata dura”, que son aquellos donde hay condiciones de encierro, situaciones de ablande y utilización de la fuerza para quebrar la voluntad de las víctimas. Martínez podría recibir una condena de entre 10 y 15 años de cárcel.
Calvario. Ele –así la llamaremos– contó que fue secuestrada en El Quebrachal, provincia de Salta, el 20 de agosto de 2014. Un hombre la sorprendió en la calle, la introdujo en una camioneta tipo traffic y antes de que le vendaran los ojos alcanzó a ver en el vehículo a una mujer rubia a quien luego identificó como “Gladys”.
El derrotero la llevó por las localidades de Nuestra Señora de Talavera (Salta) y Monte Quemado (Chaco), antes de terminar en una especie de inquilinato en la ciudad de Santa Fe, donde había otras niñas y adolescentes que eran explotadas sexualmente por la organización. La casa era regenteada por un tal Polaco y “Gladys”, que sería Gladys Graciela Ibáñez, también mencionada como Díaz o Rodríguez.
Según dijo, hasta el 29 de agosto Martínez la trasladó todos los días hasta distintos hoteles de la ciudad y la ofrecía sexualmente por dinero a hombres mayores de edad, también contó que la obligaba a fumar marihuana o ingerir sedantes que la debilitaban y le provocaban mareos, logrando así vencer su resistencia.
“Siempre que tenía que salir de la casa, me vendaban la cara y me llevaban a los hoteles; ahí me esperaban hombres de 40 años. Esto pasó muchas veces, más de diez”, contaría luego en la declaración que dio en Cámara Gesell.
“Me daban pastillas, pero no eran para calmar el dolor; me mareaban, me daban ganas de vomitar, me ponían débil, un montón de cosas; por ahí me hacían fumar porro también, y si no fumaba me pegaban con el cinto”, acotó la joven sobre el periplo que vivió en la casa santafesina.
La adolescente contó que una vez por semana las mujeres alojadas en ese inquilinato eran sometidas a una revisión por una profesional o alguien con conocimientos de medicina, les aplicaban inyecciones y les entregaba una pastilla blanca que, se presume, eran anticonceptivos.
La joven supo que el dinero que pagaban los “clientes” se lo repartían en partes iguales entre Martínez y un tal Chileno.
El 1 de septiembre, Martínez le dijo que viajarían a Paraná.
“Me dijo que era para conocer la ciudad, pero yo me daba cuenta de que no me había traído a conocer, me iba a entregar a cualquiera”, contó. Esa primera vez se alojaron en un hotel cercano a la terminal, donde Martínez le dijo que ante cualquiera que le preguntara debía presentarse como su hija, con el nombre de Soledad Sánchez.
“Al llegar al hotel, subimos a dormir y ahí me ató las piernas y las manos y me hizo cosas”, contaría después. “Tenía que estar con hombres y con él también, tenía que hacerle caso, no me podía ir a ningún lado ni hablar con nadie”, relató luego en los tribunales provinciales.
El 4 de septiembre volvieron a viajar, también en colectivo, pero de vuelta hasta El Quebrachal, se alojaron en la casa que Martínez compartía con “Gladys”. Le advirtió que no podía salir y la amenazó con un arma diciéndole que mataría a su padre, su hermano y su abuela si llegaba a denunciar su calvario.
Cuatro días después, el 8 de septiembre, llegaron otra vez a Paraná, pero entonces se instalaron en una carpa en la Plaza Carbó, detrás de la Casa de Gobierno, que compartían con una persona llamada Juan, según dijo la joven. En ese lugar volvió a abusarla sexualmente, a entregarla para que otros la sometan a cambio de dinero, obligándola a consumir pastillas y alcohol para quebrar su voluntad; y la sometió a feroces palizas con golpes de puño y cintazos en distintas partes del cuerpo e incluso llegó a quemarla con cigarrillos.
Final de la pesadilla. El calvario se extendió hasta el 10 de septiembre, cuando ambos fueron detenidos en la terminal de ómnibus de Paraná, a las 3 de la madrugada. Martínez había comprado dos pasajes para llevarla a Rosario.
En un bolso, a Martínez le encontraron 119 preservativos, varios sobres de gel íntimo, cintos, calmantes, botellas plásticas y sachets de shampoo con identificaciones de un hotel de la ciudad. Fue el final de la pesadilla.
Una vez en la sede policial, y cuando se sintió a resguardo, la adolescente salteña confesó: dijo que era víctima de trata, que la obligaban a prostituirse en el inquilinato santafesino y en la carpa de la plaza y que Martínez la violaba.
El médico forense constató que la joven presentaba inflamaciones por golpes recientes en la zona cervical y en las piernas, provocados por puñetazos; cintazos en el pecho; también tenía dos quemaduras de cigarrillo en la pierna derecha. De la ropa interior que llevaba la adolescente se extrajeron residuos de una proteína que contiene el semen.
La pista del robo
El hecho surge a partir de la denuncia de un robo en una vivienda de calle Córdoba, en inmediaciones de la Plaza Carbó.
Las crónicas de esos días señalaron al sobrino del dueño de casa, y el joven dijo a la Policía que les abrió la puerta a una chica y a un hombre para que entraran a robar y que ambos estaban viviendo en la carpa ubicada en la mencionada plaza. Los efectivos encontraron allí algunas de las pertenencias sustraídas en la vivienda y, en la búsqueda de los sospechosos, llegaron a la terminal de ómnibus, donde encontraron a Martínez y Ele antes de que se subieran a un colectivo rumbo a Rosario.
Al momento de ser detenido, Martínez dijo ser el padre de la chica y Ele sostuvo la mentira, aunque luego admitió que eso no era cierto y confesó su calvario.
“Era tanto el poder que Martínez ejercía sobre ella, que la convirtió en un mero objeto, haciéndole padecer un calvario”, contó este lunes ante el tribunal la psicóloga que llevó adelante la Cámara Gesell.