Por Fosforito
En el año 1945, Estados Unidos tiró dos bombas atómicas y le mostró al mundo que lo podía hacer desaparecer con un chasquido de dedos. La ex Unión Soviética hizo lo mismo poco tiempo después, pero eligió hacerlo en las lejanías del Océano Glacial Ártico, en un archipiélago en algún lugar del Mar de Barents. Lanzó una a la que llamaron “La Reina de las Bombas”, o también “La Bomba del Zar”. Una bomba tan gigantesca y pesada que resultó imposible en la práctica, pero de un poder destructivo que llenó de preguntas al resto del mundo. Pero lejos de amedrentarse, la carrera continuó y fueron cruzando la meta los ingleses, los franceses, los chinos, los indios, los paquistaníes, los coreanos del norte, Israel…
La terrible bomba atómica terminó siendo propiedad de muchos y, en lugar del chasquido de Thanos, quiso el apocalipsis que su símbolo fuera un botón rojo sobre los escritorios presidenciales de los países atómicos, que se miraban feo y hablaban en tonos altisonantes y amenazadores.
Al final, la proliferación de tantas armas atómicas sirvió para que no sean usadas unos contra otros, para evitar las confrontaciones directas. Se encontró así cierto equilibrio para que todo quede en un “agarrame que lo mato”.
El mundo puede estar muy loco, pero no come vidrio. ¿Qué ganancia tendría una guerra de tal magnitud destructiva si después no queda nada para repartir?
Así que la guerra entre las grandes potencias empezó a hacerse mediante terceros, con acciones solapadas, golpes de estados en países del tercer mundo, boicots económicos y espionajes. La guerra directa -la Gran Guerra- se volvió una alternativa imposible.
Las bombas siguen estando ahí (Unas 14000 armas nucleares según cifras oficiales. Hay otras versiones que hablan de 26000, incluso, hasta 130 mil), para disuadirse unos a otros de no intentarlo.
Sin embargo una gran guerra estalló; y llegó como nadie la esperaba.
Adrede o accidental, consecuencia de algo o fortuita, qué más da.
Llegó en forma de virus que mata invisible y silencioso. Como un virus que se ensañó contra los viejos que sobraban en el mundo viejo, pero encontró respuesta en una parte del mundo que sueña con reinventarse, y donde los viejos no serían un desecho o números en rojo en la columna de los pasivos.
La nueva guerra llegó como un virus extraño que nos interpela en nuestro aislamiento. Poniendo en cuestión nuestras prioridades en la vida.
Separando la paja del trigo entre los gobiernos que rigen el mundo: En este paño de emergencia, los excepcionales se distinguen de los brutales.
Llegó como un pedo maloliente desde el lejano oriente, para dispersar el tumulto de un mundo aturdido y sofocado.
Llegó para meterle vértigo al nuevo orden mundial que se venía vislumbrando.
– ¡Aryentain! ¡Aryentain! ¡Maradona! ¡Messi ¡Francisco!
Será un partido que habrá que jugar.