No cabe duda que el bronce es un símbolo social. Nosotros desde muy pequeños traemos una simpatía por este metal, debe ser porque nos han enseñado a relacionarlo con las estatuas de personajes de la historia nacional o con placas que recuerdan episodios que forman parte de la memoria colectiva.
Es tan pulcro este material que cualquier objeto de bronce en nuestra casa parece más lindo, ni te cuento si tenés una cama, un llamador en la puerta de entrada o una placa que indica que tenemos “el nene” profesional. El descubrimiento de este metal fue tan importante que hasta lleva su nombre una época de la historia de la humanidad.
Pero no es mi intención enfocar el apasionamiento por el bronce en estas cosas, sino la apetencia por parte de la política, del gobernante más precisamente, con la esperanza de que esta aleación de cobre y estaño lo inmortalice.
Todo esto viene a cuento a causa de la idea fija de poner a cada inauguración de una obra, reinauguración, donación o recordatorio de algo, una placa de bronce, y por supuesto que resalte bien grande el nombre del gobernante.
En Concordia, hay poco más de un centenar y medio de lugares de recreación, entre paseos, plazas, plazoletas, monumentos, bustos, estatuas, “laguitos”, playas, playones deportivos y otros lugares de esparcimientos muy lindos que tiene la ciudad.
Las placas de bronce no faltan, o sí faltan es porque se las robaron, basta recorrer esos lugares y veremos que si el gobernador Jorge Busti ayudó a pintar una iglesia, ahí hay una placa de bronce agradeciéndole ese gesto. Si un hipermercado multinacional “dona” dinero al municipio para refaccionar la plaza principal (porque se vienen a instalar y necesitan una ayudita en materia normativas), también no debe faltar una placa para recordar ese momento. Si se inaugura un playón barrial deportivo hay agradecimiento en bronce para el Intendente. Ni hablar de la necesidad de una placa al monumento que recuerda a los hombres y mujeres del siglo XX de Concordia. Las últimas “obras” y esculturas de la ciudad llevan una placa agradeciéndole al Intendente por esa acción y otra a la “madrina” de la institución. Nunca se privan del homenaje, del recordatorio a si mismos.
También Concordia se caracteriza entre otras cosas por las reinauguraciones, algunas obras ya llevan hasta tres reinauguraciones, en muchas de las escuelas que se caen y se refaccionan, siempre hay una placa de agradecimiento al gran reparador, el teatro municipal Auditorio ya es la cuarta reinauguración, y para cada una de ellas siempre está la plaquita.
La proliferación de éstas placas de bronce en Concordia tiene más que ver con el fetiche que con la memoria, busca crear una imagen virtuosa de elevada inspiración del gobernante, tal vez suponen que la gente le da más importancia al fetiche que lo que representa la obra. Y en verdad, muchas veces es así.
Esta megalomanía por el bronce empezó a alterarse cuando comenzaron a desaparecer placas en forma masiva. En el período 1995-1999, 92 fueron las placas colocadas en distintos lugares de la ciudad, la “gran mayoría tuvimos que reponerlas nuevamente porque las habían robado, después también las volvieron a robar” decía un empleado municipal encargado de tareas en los lugares públicos.
Estas sustracciones empezaron a generalizarse con la crisis y no son precisamente los que coleccionan recuerdos de hechos históricos, o los que quieren tener un recuerdo “del Jorge o el Calucho”, sino necesitados que las vendieron a reducidores por chirolas, y terminar siendo fundida y transformadas en palomitas, platitos, grifo para el baño o en nuevas placas.
Hoy la tentación de usar el bronce está forzada a buscar alternativas desde el municipio, se puede observar que las nuevas viene realizadas por cerámicas. Para algunos que se querían ver inmortalizados arriba de un caballo y empuñando la espada, la cerámica no es el material adecuado.
