Existen peleas que son muy desparejas. Resultados puestos como se suele decir cuando todos los indicadores señalan la supremacía indiscutida de A sobre B. Sin embargo, a veces, hay factores ajenos a nuestro control. A veces impensados e inesperados que lo pueden cambiar todo, que hacen que la cancha se empareje y que las chances del -a priori- más débil se igualen con las del favorito.
Vivimos en un mundo en el que los que tienen el dinero siempre parecen tener la razón. El dinero es orgullo y soberbia. Una persona con dinero es una persona exitosa sin importar muchas veces la procedencia de esa riqueza. A un tipo con plata no se le puede cuestionar mucho porque “supo cómo”. Qué le podría enseñar un pobre diablo a un tipo con plata, la estima alta y la boca grande. Qué le podría explicar un profesor de filosofía que gana 40 mil al mes, con mucha suerte, a un joven exitoso que sale en la tapa de la revista Forbes. Este es un mundo en el que los economistas suelen – ¿solían?- mandar a lavar los platos a los científicos.
Sin embargo un aliado inesperado, diminuto, casi insignificante, un microorganismo denominado virus Covid-19 está poniendo de la cabeza al mundo de dinero igual verdad. Un aliado inquietante y aterrador que vino para terminar de desnudar un estado de cosas que sólo se soportan porque a pesar de todo una parte de la humanidad vive igual a pesar de los pobres y los enfermos, de los sin techo, los hambrientos, los refugiados, los contaminados, los desplazados. Había un mundo, el de “los verídicos adinerados”, que giraba igual a pesar de que todo demostraba, a las claras, que al menos la mitad de ese mundo era una mentira y una injusticia.
Resulta que este pequeño aliado ahora amenaza a todos por igual. Empareja la desgracia y pone de rodillas a la razón del dinero y la soberbia del poder:
En Estados Unidos, Trump, finalmente decreta la cuarentena, el congreso aprueba medidas del tipo “populistas” y un hospital de campaña es levantado en pleno Central Park de Nueva York para pacientes con coronavirus; mientras apura la maquinita interminable de hacer dólares y exportar su inflación al resto de los países, al mismo tiempo que fogonea la escalada anti Venezuela en el típico manotazo de ahogado del típico presidente yanqui cada vez que las papas queman dentro de casa. En Brasil las señales indican que la presidencia de Bolsonaro – especie de Nerón brasilero- se dirime entre el desplante de algunos que parecian aliados y el autogolpe de Estado, y parece que son algunos de sus propios funcionarios militares quienes se le están poniendo subversivos. El otro energúmeno neoliberal, el presidente de Inglaterra, Boris Johnson, tuvo que ceder a su obstinación de no detener la economía y endurecer las medidas contra el coronavirus tras un preocupante informe de la comunidad científica británica que anuncia un cuarto de millón de muertes si no se actúa con más vehemencia. Alemania y demás grandes socios del FMI – como de otros organismos que digitan el mundo- coinciden que para salir de esto hay que hacer shock distributivo, inversión pública, generar el efecto multiplicador en la economía… En resumen, tienen que hacer peronismo del bueno y bien entendido.
En la Argentina después de mucho tiempo un presidente pone a las personas por encima del capital y las variables económicas. Pone la verdad y la razón en manos de la política y no de los números. Vuelve a escuchar a los que estudiaron para salvar las vidas y no a los que estudiaron para hacer guita.
El mundo está patas arriba, escuchando a los humanistas que siempre fueron ninguneados. Todo por culpa de un aliado inesperado, un virus, que no es culpable de la crisis humanitaria ni económica, pero la pone de manifiesto. Hoy más que nunca, la deuda externa no es un problema de los deudores sino de los acreedores.
Pensemos en cómo usar el factor inesperado a nuestro a favor. Permitámonos también ser optimistas en medio de toda esta adversidad.