Drogas: a mayor demanda, peor la calidad

El fulano anda por los largos treinta años. Anda “escapado” del trabajo y rumbea para el este, en dirección al río, buscando calles poco transitadas. Tiene los minutos contados. Los suficientes, confiesa, “para fumarme un porrito antes de volver”. Todavía estamos en una zona aledaña al centro.
-¿No es que era una gilada?- La marihuana es vista con desdén por algunos consumidores de cocaína. Un consumo menor, de segundo orden. Una droga boluda.
-¡Dejame de joder! No se puede tomar más la merca
-¿Por, che?
-Es un veneno. El otro día, que hicieron los allanamientos, me puse contento. No pueden hacer la plata que hacen, tan evidente y matando con ese veneno.
-¿Le echan cualquier porquería?
-Lo que te digo te lo juro por mis hijos. Yo tomé merca casi todos los días durante ocho años seguidos. Antes no era la porquería que venden ahora… yo no tomo más… sólo cuando tengo muchas ganas.
El fulano sigue su camino en dirección al este, a paso apresurado, buscando las calles desiertas, dónde las doñas que barren las veredas ignoran el particular aroma y la luz del día otorga licencia a las caras extrañas.

Dicen que la drogas hace tiempo que no son las mismas. Su consumo en la ciudad ha crecido de manera notable a la par que se ha metido en todos los sectores sociales. Las fuerzas de seguridad en forma permanente la secuestran: “Hoy en día ya cualquiera vende drogas”, confía una alta fuente policial.
De las hojas de coca en Bolivia al polvillo blanco hay un largo camino. No sólo los kilómetros y obstáculos que deben superar los narcos para llevar la mercadería a destino, sino también un largo y paciente proceso, en el que son varios los cocineros que baten la sopa para llegar al clorhidrato de cocaína.
“Se toman las hojas de coca, en un barril se las pisa y se las deja de uno a tres días para que maceren. Después se les hecha kerosén para extraer la coca. Se sacan los restos de hojas y queda un líquido verdoso que se llama pasta cruda. A ese líquido se le agrega ácido sulfúrico mezclado con agua y potasio. Después se le agrega amoníaco diluido en agua. Una vez secado y filtrado tenés la pasta base que es lo que se transporta en forma de “ladrillo”. La pasta base se diluye en acetona, se filtra, se agrega ácido clorhídrico, se la vuelve a filtrar y se la seca al sol o con una estufa. Eso es el clorhidrato de cocaína. Lo que se dice, “merca de la buena”.
La merca de la buena casi no existe en la ciudad, lo que llega sólo tiene un 18 por ciento de clorhidrato de cocaína. Según nos relatan son casi sesenta los químicos que le llegan a echar a la droga para “cortarla”. “De un kilo bueno, pueden sacar tres o cuatro kilos”, nos dice la fuente.
Acá en la ciudad también le agregan novalgina y otros polvos para aumentar el rinde de la droga. Para que sea un mejor negocio, aumentando su utilidad un 300 por ciento, y llevándola a un precio relativamente económico: 10 pesos “el papel”, es decir, los dos o tres gramos de cocaína. Un precio muy barato para lo que serían los valores del “mercado”. La diferencia con la cocaína de la buena, como se dice, es 1 a 3.
“De treinta kilos de hojas de coca salen un 1,2kg de pasta cruda. De pasta base sacás 140grs y de clorhidrato de cocaína sacás cien gramos. Imaginate que a nadie le convendría vender si no la “cortaran”. O tendrían que vender la cocaína a un precio sideral, podríamos agregar.
La única “cocina de droga” allanada hasta ahora en Entre Ríos, fue el año pasado en el Barrio “Sapito”,
Es mucho más nociva porque aunque tenga poca pureza, la adicción la produce igual y la persona puede estar consumiendo una basura aún peor que la droga misma. Ya no es ni un químico, es cualquier cosa.”
En el caso de la marihuana el proceso para su estiramiento es un poco más sencillo. “Toman un pedazo de marihuana, la meten en una licuadora y le agregan orégano o bosta de caballo. Licuan todo y sacan el doble. Acá llega prensada y en panes. Cuando se hacen los procedimientos generalmente se secuestra una licuadora.”
“Lo que pasa es que cada vez hay más consumidores y los ‘punteros’ no llegan a la cantidad que necesitan para satisfacer a todos los consumidores. Entonces le agregan cada vez más cosas a la droga para que rinda. La venden más barata y les sale un negocio redondo”
Un porro se consigue en Concordia a $1 o $1,5. Hay “dealers” que tienen mejor reputación que otros por la calidad de la droga que ofrecen. “Hay lugares o puntas dónde venden más caro, pero algo mejor. El que tiene plata seguramente va a conseguir algo mejor y va a lograr el efecto que busca con menos dosis. Hay gente que puede y se la hace traer de Buenos Aires. Paga un poco más pero sabe que la droga que está consumiendo es realmente la droga que quiere consumir.”
Drogas mejores y peores, más o menos nocivas, drogas al fin. Drogas para todos los bolsillos. Sólo cambian las recetas del veneno.

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