LA CONSTRUCCION SOCIAL DE LA MASCULINIDAD
En la década del 70, durante la Dictadura en Argentina, la iniciación sexual de los jóvenes en los prostíbulos era un rito corriente. El terror a la homosexualidad (durante la Dictadura la persecución a la diversidad sexual, como enfermedad, delito, pecado y degeneración, dio lugar a la reivindicación de la comunidad lgtbqmas, de 400 homosexuales desaparecidos), el mito que asociaba la masturbación con la locura, la adquisición de las credenciales masculinas a través del sexo, empujaban a los adolescentes ansiosos a los quilombos. Es notable triunfo del racismo que la palabra que designaba los lugares heroicos de liberación y resistencia de los esclavos africanos,hayan declinado a nombrar las casas de esclavitud sexual. Era una práctica de aprendizaje de la identidad masculina. Internalizaban los jóvenes la legitimación del dominio, el sometimiento y la cosificación de la mujer. También se escindía en ese acto, una sexualidad” rebajada” de una “decente”. La puta de la “esposa-madre”. En el matrimonio cabía el sexo para la reproducción excluyendo el goce. Las chicas de sociedad cuidaban su pureza hasta el casamiento. Era todo su patrimonio, la virginidad cotizaba en bolsa. Era el requisito para colocarse ubicuamente en el mercado matrimonial. Ser legalmente “la mujer de” constituía un ideal, ese ser por delegación le daba existencia simbólica. Adquirir el rol de esposa, madre y ama de casa era toda su aspiración. La aceptación del dominio del hombre era vivida con resignada naturalidad. La dominación masculina (1) consiste en la transmisión social y cultural, a varones y mujeres, como si respondieran a realidades biológicas, de un sistema simbólico de sometimiento. La incorporación acrítica de los mandatos de lo que debe ser un varón y una mujer. El término incorporación, que significa” hacer cuerpo”, es clave, porque hace aceptar como natural una construcción histórico social. Los padres, la escuela, el Estado, los medios de comunicación, las instituciones religiosas, son los portavoces que propagan estos imperativos. Desde muy pequeñitos aprendemos “a fuego”, entre millones de sutiles hábitos y reflejos, a estimular la agresividad en los varoncitos y a reprimirla en las nenas, a permitir la expresión de las emociones en las chicas y a cercenar la sensibilidad en los varones, a preparar para las tareas de la casa a unas y a la vida independiente en el afuera, a otros, a distribuir celestes y rosaditos. Es decir, a imponer, desde los valores de la dominación masculina, como cosa natural, lo que debe “ser y hacer” un varón y una mujer para serlo, y a excluir la diversidad de género desde un modelo de hegemonía heteronormativa.
LA CONSTRUCCION DE LO MASCULINO Y LA VIOLENCIA DE GÉNERO
Esta realidad histórica va cambiando y ha cambiado. La inserción de la mujer al mercado laboral y sus luchas por la reivindicación de la igualdad de derechos, la revolución del feminismo ha sido, sin duda, una de las transformaciones políticas más profundas, significativas y vertiginosas de los últimos tiempos. Ha puesto en jaque al machismo y al patriarcado. Sin embargo, la propagación social y cultural de los mandatos masculinos en la construcción del género ,resiste a esas modificaciones extraordinarias. Los rasgos que cimentan la construcción de la masculinidad continúan nutriéndose de las ideas machistas de que los hombres no lloran, deben ser fuertes, aprender a aguantar, ser dominantes, agresivos, competitivos. Los efectos de esos modos de edificación subjetiva, no puede ser sino las diversas formas de la violencia. No es casual que el suicidio y el delito, por ejemplo, sean fenómenos abrumadoramente masculinos. Claro que la violencia de género y los femicidios obedece a la misma lógica derivada mucho más de la producción y determinación socio-cultural, que de patologías individuales (que constituyen precisamente, sus consecuencias). El hombre, en las situaciones de violencia de género, vive a su pareja como un objeto, una prolongación de sí mismo, una pertenencia exclusiva, una propiedad, una posesión. El lenguaje pretendidamente “amoroso” expresa ese sentimiento en la fórmula “sos mía” del violento. Esa cosificación niega la individualidad y la libertad de la mujer. Esa forma de relación configura cada riesgo de separación como una amenaza catastrófica para el yo del hombre. “sos mía o de nadie” es la fórmula cuando esa amenaza la configura un tercero de la competencia, con el que el celoso se siente doblegado y humillado.
Es necesario, ante una realidad tan grave como la que estamos transitando, detectar y denunciar la violencia de género, proteger a la mujer de los riesgos, dar tratamientos y abordajes a ambos miembros del vínculo y sancionar sin miramientos las conductas violentas. Pero también es imprescindible apelar a la educación, en todos sus ámbitos y modalidades, para producir un profundo cambio cultural que posibilite la deconstrucción y desnaturalización de todas las formas de dominación y violencia masculina. En ese sentido la escuela cumple un rol central. En esa dirección la aplicación plana de la Educación sexual integral (ESI) es fundamental para construir vínculos de noviazgos y de pareja que excluyan la violencia, donde el amor signifique verdaderamente el respeto a la libertad y la individualidad del otro. Para eso es necesaria la aplicación de la ley 27.234 que establece educar en igualdad para la prevención y erradicación de la violencia por motivos de género. Es imposible la prevención de la violencia de género si esas leyes siguen siendo letra muerta. El compromiso es de todos.
(1)(Recomendamos la lectura de un libro muy esclarecedor como lo es el clásico “La dominación masculina” de Pierre Bordieu)
Sergio Brodsky