Hace más de 100 años que (revolución mediante) los primeros trabajadores del mundo, ganaron el derecho a las jornadas laborales de 8 horas y, aun así, en nuestro país se necesitaron casi 60 años más para que Perón estableciera como derecho las vacaciones pagas.
Aunque lento, hemos ido ganando derechos y garantías en la justa medida en que nos fuimos movilizando y gestando cambios paulatinos. Pero, ¿qué nos sucede ahora? ¿es que acaso el vestigio de aquellos trabajadores que se alzaron en Chicago no nos dice nada? ¿o será que el aplastante sentido de insatisfacción en el que nos vemos envueltos como trabajadores es más fuerte que la voluntad de lucha?
En medio de una crisis económica que golpea fuertemente al bolsillo del trabajador, es cada vez más frecuente encontrarnos con situaciones donde la precarización y flexibilización laboral priman. ¿Será acaso que como clase perdimos la conciencia colectiva? ¿falta de educación y memoria? ¿la culpa es del gobierno? ¿o podemos culpar acaso a los medios de (in)comunicación?
Preguntas para pensar y pensarnos en momentos de profunda incertidumbre. Realidad que no hace más que dejar al descubierto políticas económicas que han ido sumiendo en el desamparo y la precarización a los trabajadores y las trabajadoras, además de la negación de la existencia de los más desprotegidos, en una sociedad en que cada vez se ensancha más la brecha entre una minoría pudiente y una inmensa mayoría víctima de un sistema que el Estado, hoy, debe salir a rescatar, en medio de un contexto pos pandémico y condicionado por el ahogamiento financiero irresponsable.
¿Qué hacemos como sociedad ante esta realidad? ¿miramos a un lado? ¿nos hacemos cargo? ¿aunamos fuerzas y exigimos lo que por derecho corresponde?
Por otro lado, pienso en aquellos trabajadores que no figuran en los números del Estado. Aquellos que no aportan al sistema de forma directa, pero que con su trabajo diario alimentan sus familias. Aquellos que empiezan a amasar a las 4 am para estar vendiendo sus panes calentitos puerta a puerta a la mañana, esos que desde las redes sociales venden sus productos o servicios, o también, aquellos vecinos que tienen un pequeño comercio, sin declarar, en sus casas. No podemos negarlos como trabajadores, en tiempos donde sobrevivir “al mes” resulta imposible hasta para los trabajadores en blanco.
Me desvela la idea de pensar que para sobrevivir debemos convertirnos en obedientes trabajadores, funcionales al sistema. Y que, si la plata no alcanza, debemos trabajar más, esforzarnos más. Porque siempre habrá otro atrás esperando por ese puesto de trabajo, dispuesto a obedecer y ofrecer lo que nosotros no fuimos capaces, o simplemente, no estuvimos dispuestos. ¿Dónde nos deja eso parados? ¿el capital humano es desechable? ¿o será que acaso las oficinas de recursos humanos deberían llamarse humanos con recursos?
Pongamos un freno a la meritocracia y la obediencia divina. Tenemos el deber de respetarnos, ayudarnos, valorarnos. Sólo desde ese lugar podemos construirnos como una nación próspera, de trabajadores con empuje. Sin empatía no hay nada.
Prof. Florencia Mahler
Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación