El rencor, un rencor que lo devora todo, hasta la racionalidad, es el combustible de esta conducta que no mide consecuencias, desconoce todo y hasta lastima la parte de buena historia que pudo tener esta persona.
A Busti parece moverlo esta sinrazón de causar daño.
A quienes incluso lo hemos enfrentado políticamente desde del peronismo en los últimos quince años, nos llama la atención el grosero nivel de agresión del ex gobernador para con el peronismo y el pueblo entrerriano, en definitiva, para con quienes pusieron lo suyo para que fuera mucho de lo que ha sido. O muy posiblemente viene a confirmar lo que siempre sospechamos de él.
Increíble. Montado sobre un nuevo partido, hunde puñaladas diarias contra el peronismo que arrancó al país del tormento social y devolvió a los argentinos esperanzas y realidades de una vida más justa.
El bustismo debería ser un eterno agradecido por todo lo que el pueblo entrerriano le ha dado, y también por lo que le ha perdonado. Ha hecho y deshecho a su antojo. Sin embargo obra con la torpe saña del resentimiento. Es que resulta ser que el agradecimiento anida en hombres de vuelo alto.
No hay día en que Busti no produzca un ataque; no hay sesión en la que no se intente un sabotaje al gobierno; no hay discurso en donde no se vaticine el quebranto de la provincia. De reconocido “animal político” se ha mutado a sombrío “animal furioso”; lamentable estado que puede hasta desembocar en la orilla de lo antipopular.
Por razones que están demás enumerar, Busti podría haber aportado en serio a un Proyecto Nacional por el que juró lealtad mientras fue gobernador. De igual forma, hubiera podido colaborar con el inocultable impulso que Urribarri ha sabido imprimirle a Entre Ríos. Le sobra experiencia para esto. Pero lo que le abunda en mañas le falta en grandeza. Prefirió tomar la provincia como patrimonio político personal y no como tierra donde dejar el cuero propio en búsqueda de un desarrollo con justicia.
Busti termina encerrado por su propia concepción política. Si no es él, que sea el diluvio. Su principal esfuerzo ha sido y es la construcción de una tropa que le responda y posibilite triunfos electorales, aunque por detrás esta tropa se despedace entre sí y por delante sean piezas desechables. Todo esto primero, se deduce de su proceder. En la provincia importa ganar elecciones y luego, lejos, intentar dar vuelta la media para un destino de bien.
Como resultado de todo esto una de las principales –sino la central- críticas que tendrá en su espaldas es cómo, habiendo concentrado tanto poder y tiempo de permanencia en esta provincia, tan poco supo hacer por forjar la creación de un Entre Ríos que despierte envidias.
Ahora, no pudo tolerar el crecimiento de otros; el natural corrimiento del centro de la escena. En verdad siempre fue así, sólo que ahora el pueblo entrerriano lo ve al desnudo.
Para colmo no hay caos desde donde llegar con herramientas y candidaturas de salvataje, aunque se lo pretenda empujar. El debate nacional y provincial de fondo se centra en cómo distribuir los recursos que se tienen y no en cómo realizar ajustes, situación que le desarma el discurso de salvación y no encuentra propuestas, sólo artimañas que mantengan a flote su poder personal, aunque en el terrible juego de su egoísmo político sobrevuele el riesgo de la derrota del peronismo que tanto le ha dado y dice defender.
No le importa nada y lo enfurece dejar de ser lo alguna vez fue.
Los grandes dirigentes han sabido entender que a veces el mejor destino de sus pueblos no coincide con la suerte personal de ellos. Esta sabiduría y compresión es la que los hace casi inolvidables. Lo otro, lo opuesto, es optar por un ocaso donde el resentimiento impide vuelos y riega mediocridades.
