Cuando la escuela no pudo…

Desde hace algún tiempo, algunos y quizás muchos de los que nos dedicamos a enseñar, sentimos una especie de conmoción. Una sensación que puede ser producto de las contradicciones que se desprenden del ajetreo cotidiano, donde parece que el ser ciudadano se ha desvirtuado o, peor aún, lleva a pensar que nunca tuvo demasiadas claridades.

Siempre se sostuvo y se sostiene, desde la escuela, un firme propósito: la formación para la ciudadanía.

Se podría detallar todo lo que la escuela es y se espera que sea, pero existen numerosos documentos, para el interesado, donde es posible constatar lo que implica la función de la escuela: enseñar a niños, niñas y jóvenes.

Entre tantas tareas, le toca también a la escuela – a lo mejor, una aspiración utópica- , formar para la ciudadanía. Un vistazo histórico recopila que, en el transcurso del tiempo, la idea de ciudadanía conlleva diferentes connotaciones. El cambio, dinamismo y complejidad de lo social, necesita ser organizado y las normas (de las que la escuela no está exenta) contribuyen a esa organización. 

El sistema educativo en particular contribuyó, e intenta en la actualidad, a esa formación. Así fue en la construcción de la idea identitaria de nación para los habitantes del territorio nacional.  A partir del año 1884, con la sanción de ley 1420 se ordenó ese sistema, con el cual se establecieron prácticas que encaminaron la vida escolar hasta fines del siglo XX. En aquellos tiempos, la inmigración y una emergente situación social, fomentaron el propósito de construir una identidad conforme a la idea de nación.

Es imposible no dar cuenta, que todos pasamos por las escuelas (en sentido general y distintos niveles de escolaridad).

La presencia de la formación para la ciudadanía fue tomando otras características en el transcurso de los años, pues los cambios sociales requieren pensarse para realizar las adecuaciones necesarias.  

Desde la última década del siglo pasado, el educar para la ciudadanía implica: una formación comprometida con valores éticos y democráticos de participación, libertad, solidaridad, bien común, que no aplican a ninguna crítica ni controversia. Las palabras se presentan y hasta suenan como eslogan: formar personas críticas, participativas, autónomas, responsables, respetuosas de la diversidad y de la opinión ajena, que sepan escuchar y ser escuchadas y muchos etcéteras de buenas intenciones.   

Todos propósitos, hartos de repetirse en los discursos y que, en la práctica misma, convocarían, a los adultos, para acompañar en el desarrollo de una conciencia plural, que afirme y fomente valores democráticos, a la promoción, protección y ejercicio de derechos de todos y cada uno de los individuos que conforman la sociedad.

El azar y la desdicha del presente dejan algunas dudas sobre ese propósito tan proclamado en lo escolar, cuyo sentido es central en la preparación para el ejercicio ciudadano. Un ejercicio que debería estar atravesado por una actitud examinadora, ligado a la reflexión, al análisis argumentado y a la construcción de un pensamiento autónomo, lo que significa que no necesariamente se deben compartir actitudes y acciones de otros y otras. 

La contingencia social, vinculada a la salud de una sociedad que excede los límites del territorio nacional, debería aprender no solo a repetir y difundir hechos, sino que requiere de la capacidad de explicar con fundamentos, y no solo corear lo que “parece que es” con una liviandad avergonzante e implicancias morales y éticas que tergiversa el sentido ciudadano.

La escuela no pudo.  Los resultados están a la vista o, lo que se enseña, nada tiene que ver con los valores de una vida en democracia.

El optimismo del aprendizaje vaticinado como consecuencia de las crisis: “de las crisis se aprende, de la crisis vamos a salir mejores, de esta crisis vamos a salir más unidos y solidarios”, con el correr del tiempo, en los meses transcurridos desde los primeros meses del año en curso, la impresión es de fracaso, en una sociedad donde el odio, terrible concepto, parece ganar terreno.

Ojalá solo sea una sensación.

 

Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación.

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