Pocos cuadros políticos podrían haber pronunciado un discurso como el que dio Cristina Fernández de Kirchner este domingo en el hotel Intercontinental una vez conocidos los números de su imponente victoria electoral. Cabe decir, que es más que recomendable escucharlo un par de veces y analizarlo punto por punto. La verdad, no tiene desperdicio.
Pero antes de escribir sobre ello, es otra práctica recomendable revolear el ojo por las columnas de opinión que se mandaron a dibujar algunos de los periodistas del diario La Nación. Son realmente interesantes, es como estar leyendo historia; aquellas líneas dicen de Cristina y del kirchnerismo, cosas muy similares a lo que decían los periódicos de la oligarquía tras el 17 de octubre, o durante el primer gobierno de Perón.
Uno de estos columnistas –por ejemplo- anuncia que Cristina “Deberá elegir entre el consenso o la lucha”, otro –que se está haciendo famoso por pronosticar apocalipsis que después no suceden- asegura que “se viene más de lo peor de los mismo; hegemonía, prepotencia, e intolerancia” en fin, todo aquello que dicen los que ven con malos ojos, el hecho de que el Estado intervenga, por ejemplo, en el control de la economía, o que ponga directores en empresas donde posee acciones, o que aplique aranceles a las importaciones, o que de una vez por todas, le ponga fin al monopolio que cierto grupo empresarial tenía sobre el control del papel con el que se imprimen los diarios en la Argentina.
Frente a esto, otros periodistas de distintos medios –opositores o afines- no han hecho más que destacar “lo emotivo” del discurso. En mi opinión, un aspecto importante, pero que no tiene –en relación con el contenido del mismo- una jerarquía tal, que diera licencia por ello, a minimizar la clara y definida declaración ideológica y práctica que éste encarnaba.
Es cierto, fue un discurso emotivo, lo fue a lo largo de toda su alocución, que duró unos 30 minutos: Pero no lo fue solo porque esa mujer estaba siendo consagrada como la primer mujer de la historia argentina reelecta cómo presidenta (y nada menos que con el 54% de los votos); tampoco lo fue, exclusivamente, por la particularidad de que en pocos días, se cumpla un año de la muerte de Néstor Kirchner, el fundador del proyecto político que hoy ella conduce. Estos fueron puntos del discurso que lograron acongojarla, pero no fue lo único que cargó de emoción sus palabras.
Cada palabra, cada frase, estaba definiendo claramente –como diría el Martín Fierro- “el camino pa seguir”, ese que el gaucho de José Hernández se abriría con su “cuchillo”.
Y el pueblo y Cristina son el gaucho Fierro de este 23 de octubre, y si la profundización del modelo Nacional y Popular es ese “camino pa seguir”, acaso es la política, el voto popular y este imponente 53% de sufragios; el “cuchillo” con el que el pueblo ha de abrirse camino pa seguir avanzando hacia una Argentina grande, que contenga a todos.
Así lo puso en claro la presidenta reelecta, lo expresó en cada fragmento de su discurso. Esto es importante, porque no es que lo haya dejado entrever, no es que haya habido frases que puedan tener más de una interpretación.
La Presidenta fue directa; dijo además que no tenía dudas, de que hay otros intereses, “y seguramente proyectos políticos que piensan que es mejor retornar a otro proyecto de país y seguramente a otro modelo, yo no soy ingenua ni tonta, pero sé que son minorías, poderosas, pero minorías” y dijo “Depende entonces de las grandes mayorías, conformadas por nuestros trabajadores y por nuestras clases medias, no ser desviados del camino como nos ha pasado en tantas oportunidades de la historia, y hacer fracasar proyectos que servían al conjunto de la nación, aún aquellos que los derribaban muchas veces inclusive dirigidos desde afuera”
No señores, la Presidenta la tiene muy clara, no hay dudas a la hora de optar por “el consenso o la lucha” como lo propone este columnista del diario que fundó Bartolomé Mitre –ese sí que fue un autoritario, genocida y ejecutor de las masas nacionales y populares, ese sí que destruyó proyectos que servían al conjunto de nación, y claro está que lo hizo avalado por ideas foráneas de una rara forma de progreso que aún cuesta entender, pues los únicos que progresaron fueron ellos, sus familias, y sobretodo el imperio británico; destruyendo lo nacional, matando al indio y regando las pampas con la sangre del gaucho, como se lo pediría el ideólogo de la zoncera más grande y más perversa: “Civilización o barbarie” frase de cabecera de Domingo F. Sarmiento-
No, Cristina la tiene clara, al menos lo dejó muy claro en su discurso: la Presidenta no tiene nada que decidir porque ya decidió hace tiempo cual era “el camino pa seguir” y se lo comunicó al pueblo, y el 53% la votó: Cristina aclaró también que se siente presidenta de “todos los argentinos”, ofreció dialogo; todo el que sea necesario, el gobierno no estará alejado de esa posibilidad, pero siempre y cuando lo que se dialogue sea cómo aplicar el modelo vigente, y nunca cómo derribarlo.
El modelo, no se toca: y dijo algo más la Presidenta, dio que el pueblo puede contar con ella para profundizar este modelo. Y al hacerlo retomó la frase que Néstor Kirchner pronunció el 25 de mayo de 2003 en su discurso de asunción: “Por comprensión histórica, por voluntad popular y por decisión política, cuenten conmigo para seguir profundizando un proyecto de país que ayude a mejorar la vida de los 40.000.000 de argentinos”
NÉSTOR
Sobre Néstor Kirchner, Cristina habló también con particular emoción, pero siempre desde el aspecto político: “Es el gran fundador de la victoria de esta noche” dijo “yo no me la creo, nunca me la creí ni pienso hacerlo; sin él, sin su conmensurable valentía y coraje, no hubiera sido posible”
Después, como mirando hacia atrás, el camino recorrido –ese que también habría sido abierto con el cuchillo ese del que habla Martín Fierro- dijo: “Ahora, cuando todo cambió y el mundo está patas para arriba y se comprobó que en muchas de las cosas teníamos razón, es fácil; peor cuando él decía esas cosas, era una voz solitaria, condenada, criticada; sin él, y sin las cosas que él se atrevió, hubiera sido imposible llegar hasta aquí”.
Y la verdad es que no es poca cosa lo recorrido hasta aquí. Solo basta recordar, cómo era la Argentina del 2002, hasta más intolerantes éramos. ¿A cuantos, este modelo de país, hasta nos ha permitido cambiar aspectos negativos de nuestra personalidad? ¿O acaso no hay miles de argentinos que hoy han ganado amigos, y han evolucionado, aprendiendo a respetar y entender a las minorías? Ni hablar de los genocidas que andaban deambulando por las calles de nuestro país como si no hubieran cometido todo tipo de delitos de lesa humanidad, y que hoy están presos o están siendo juzgados, ni hablar de la reducción sistemática de la asistencia social, y del presupuesto de salud y educación, que se registraba cada mes en la argentina neoliberal. Periodo de una soberanía política tan débil que a menudo se hablaba y se había normalizado el término de “relaciones carnales”.
Más tarde Cristina hablaría –refiriéndose a Néstor- de la quijotada que significó “en el año 2009 ponerse al frente en el momento de mayor adversidad de nuestra gestión (…) ese hombre que había transformado la Argentina fue al frente y puso todo y más de lo que tenía que poner, él era así, cada instante se lo jugaba como si fuera la última vez y sobre todo porque siempre hizo honor hasta el último aliento, a que el jamás iba a dejar sus convicciones; no las dejó en la Casa Rosada pero lo que es más importante, porque el paso por la Casa rosada siempre es temporal y circunstancial, tampoco dejó sus convicciones mientras vivió y tuvo aliento, que eso sí es más difícil y también más valioso”
La tribuna estalla en aplausos, la JP corea: “Néstor no se murió, Néstor no se murió”, Cristina sigue, y aclara: “Cuando digo estas cosas, no las estoy diciendo cómo su viuda, las estoy diciendo como su compañera de militancia de toda la vida; que nadie se equivoque, no hablo de él como marido, hablo de él como cuadro político, tal vez uno de los mejores cuadros políticos que ha dado nuestro país”
LA FUERZA DEL PUEBLO
El discurso de Cristina parece estar predestinado a no dejar de sorprender, porque con un tono tan de entre casa, tan informal, sentimental, se puede decir tanto, y definir tan claramente una línea de pensamiento. Cristina usó una frase clave en su discurso: ella dijo “por comprensión histórica”, esa frase dice mucho.
La presidenta reelecta, la misma que fue electa en 2007 con el 45% y hoy reelecta con el 54% dice: “Siento como presidenta de todos los argentinos, la inmensa responsabilidad de llevar y conducir a nuestro país, a que viva una historia diferente a la que nos tocó vivir en los últimos 200 años de historia” apelando a la vocación patriótica de todos los argentinos, y especificó: “De sus trabajadores, de sus empresarios, de sus dirigentes políticos, sociales, culturales, del pueblo todo” porque “un país no lo construyen solamente sus dirigentes, lo construye su pueblo”.
Cristina sabe que la palabra “Patria” tiene tantas interpretaciones como subjetividad posible hay en cada ciudadano, pero es precisamente por eso que se encarga de definir su propio concepto de “vocación patriótica”. Habló de buscar un destino distinto al atravesado en los últimos 200 años de historia, a los cuales restándole breves periodos de gobiernos populares, (Irigoyen, Perón, Kirchner) el resto han sido desventuras, en las que una “casta social” gobernaba el país con recetas extranjeras y el pueblo siempre llevaba las de perder. A eso se refiere Cristina con “vocación patriótica”, a pensar una Argentina por y para los argentinos, y dejar de lado los falsos patriotismos del estilo de Sarmiento, Mitre y Roca, que querían una argentina, “lo más parecido posible a Francia” hasta mataron a los obreros nativos, los gauchos, para traer inmigrantes europeos. Y más acá en la historia, de los genocidas dictadores del 76, que por un lado exigían amor a la bandera bajo amenaza de fusilamiento, y por el otro privatizaban empresas estatales, licuaban la deuda externa privada al Estado, y habrían las importaciones destruyendo la industria nacional, o lo que quedaba de ella.
LA CONTINUIDAD DEL MODELO
En sus emotivos 30 minutos de oratoria cristina no dejó espacio para malos entendidos, dijo lo que quería y tenia que decir; y en su repertorio, claro está, tenía un papel predominante reforzar el concepto del Modelo Nacional, y de la unidad nacional, que como bien dijo la jefa de Estado, no significa que no discutamos, sino que la base, el modelo, lo inamovible, esté claro para todos.
Así las cosas la presidenta quiso “convocar a todos los argentinos a la unidad nacional, a que no discutamos sobre los hechos y las realidades y que si en todo caso esas realidades pueden mejorarse nos digan como hacerlo” Cristina quiere una Argentina “donde el que venga construya sobre el que ya hizo, porque el que hizo, hizo bien pero bueno… le falto algo y por eso eligieron a otro”
“Esta es la Argentina que yo sueño” dice Cristina: “una Argentina donde tengamos continuidad, que no significa continuidad de personas y de partidos, sino de un proyecto político de nación y de país, de eso estoy hablando, de esa continuidad, un proyecto político de país”
Y parece inentendible, pero aún hay quienes se preguntas “cual es ese proyecto nacional y popular del que tanto se habla”; o como el columnista de La Nación, que aún sueña con que la palabra consenso para el Gobierno albergue la posibilidad de volver al modelo neoliberal.
Cristina lo había dejado claro, es una pena que el columnista no se halla tomado un minuto para oír el discurso: “Yo no quiero más nada, –dice Cristina- lo único que quiero es contribuir como argentina a seguir agrandando la Argentina, a seguir generando más puestos de trabajo, mas industrialización, más valor agregado, más ciencia y tecnología; más de todo lo que hemos hecho porque necesitamos también más escuelas, mas caminos, mas hospitales”
Pero entiende y sabe Cristina que “sola no se puede” así lo dijo, textualmente.
Pidió apoyo de las grandes mayorías, les pidió que no se dejen desviar del camino como históricamente ha pasado, y dice: “Yo quiero apelar a todos los que están identificados con los intereses del pueblo, en distintos lugares, partidos y sectores; a esta mujer no la mueve ninguna ambición, no la mueve ningún interés, solo la mueve el profundo amor que siento por la Argentina, por la patria, y la necesidad de honrar la memoria de él (por Kirchner), y de miles como él que dieron su vida por la patria”
Cristina dejó también su semilla: “Lo importante que es la voluntad unida a la convicción -afirmó- siempre se pensaba que no se podía luchar contra determinadas cosas preestablecidas en la argentina, y hoy sabemos que si es posible” dijo.
A LOS DIRIGENTES Y A LOS MILITANTES
Para el final, pero no por eso menos importante, la Jefa de Estado se reservó un sabio consejo tanto para los dirigentes como para los militantes y cuadros en formación:
“lo importante -dijo- es poder leer los ojos de los millones de argentinos; muchas veces los dirigentes se desesperan por leer los diarios, yo les pido que lean mas los ojos de los argentinos” y está claro como el agua, porque es el pueblo el que tiene todas las respuestas, porque es del pueblo –de allí donde surgen las demandas- donde saldrán también las respuestas. Ese es el espíritu del pensamiento nacional, y es el que plasma en su discurso la Presidenta.
A los militantes, les aconsejó: “Tengan confianza en ustedes mismos, tengan confianza en sus ideas” y en el mismo tono efectuó una fuerte critica a la politiquería de la anti-política: “Esto no es cuestión de imagen, es cuestión de fe, de convicción, es cuestión de pensar que uno está haciendo lo mejor y no desfallecer ni aun cuando pareciera que todo está perdido”.
Después, Cristina se fue a Plaza de Mayo, donde desde las seis de la tarde la gente que la había votado comenzó a reunirse para festejar; allí estaba el pueblo, la plaza, banderas de Argentina, pero también de Uruguay y de Venezuela, muchos jóvenes, familias, y muchos viejos con lagrimas en la cara, llenas de nostalgia y alegría, llenos de juventud, porque esa Mujer y su difunto esposo, les devolvieron a la política algo que se creían perdido: «Las ideas», «las convicciones»