En nuestro país, las lógicas que conforman las clases dominantes,siempre han estado impregnadas de un exceso de masculinidad. A través de esa ejercitación de la masculinidad, tanto en la vida como en el deporte, y sobre todo en rugby, la vergüenza y la humillación son necesarias para el sometimiento y la complicidad. Consecuentemente se produce el «silencio» que se toma por» lealtad» y pertenencia grupal. Entonces cabe preguntarse, cómo negarse a transitar los ritos de «iniciación»y rechazar el status de masculinidad y sentido de pertenencia.
El «modus operandi «se repite en muchos deportes, pero se acentúa en el rugby. Por eso los que logran pasar esa prueba de iniciación, son bienvenidos al mundo de la «virilidad», de las jerarquías y del prestigio de las clases dominantes. Todo esto se transmite en el escenario social a través de ese ejercicio de administrador de supuesto poder.
El crimen de Fernado Baez Sosa en Villa Gesell tiene un fuerte componente cultural. Y tiene muchos antecedentes como para ser definido como un hecho aislado. El asesinato de Ariel Malvino en Brasil, por un grupo de rugbiers de Corrientes hace unos años, también la rotura de la mandíbula a un joven en Rio de Janeiro por rugbiers argentinos, la tacleada a un muchacho en San Isidro o como hace pocos días, en Santiago del Estero, otra agresión fuera del campo de juego por una patota de este deporte, perteneciente al Club de Tenis.
Vuelvo a insistir porque, es un hecho de naturaleza cultural, más allá del orden jurídico que no cabe duda que es un homicidio.
Es que el rugby en la Argentina es un espacio administrado por las clases dominantes, como el Polo. Esto significa que quienes practican este deporte diseñan y modelan una cultura que expresa ciertos valores. El rugby para sus integrantes es «una escuela de vida» donde todos pueden jugar, siempre que se sometan a patrones de conducta si quieren ser considerados como «hombres racionales», «civilizados», «honorables» y «caballeros». Lamentablemente establece ese mundo, una división entre los «unos» y los «otros». Es solo nada más ni nada menos, que una clasificación moral, cultural e ideológica.
Lo que sucedió en Villa Gesell es una de esas «pruebas de vida». No es salvajismo irracional, ni barbarie incontrolable, es un esquema consciente y racional donde el juego de cuerpos, palabras y gestos se pone en acción. La puesta en práctica de la violencia física es la escena legítima que sostiene la eficacia de ser, ver y actuar como un «hombre». El capital lúdico-corporal de varones que juegan al rugby, es exclusivo y excluyente. Las particularidades del juego son exhibidas como signo de una masculinidad aceptada y legítima. Por eso en el monopolio de la fuerza legítima en el campo deportivo, deja de serlo en el ámbito social aunque se lo trate como natural. La trama entre lo público y lo privado es difusa.
Si el rugby, como escuela de vida, necesita distinguirse de otras escuelas, es necesario que sus prácticas y valores sean reconocidos. Aquí la necesidad de exhibición es central. El ejercicio de ser vistos, genera en sus actitudes la acumulación de un capital simbólico ostentado dentro del rugby ( y fuera también) el mecanismo de exclusión a todo lo que pertenezca a otro ámbito con la legítima representación de un «varón».
Por último, el asesinato de Villa Gesell fue la consecuencia de la decisión de un grupo de jóvenes que aprenden, miran, sienten, y actúan como deben de hacerlo personas estructuradas con todos los elementos antes mencionados. Optaron por la decisión de la violencia extrema que suponen legítima, porque se desenvuelven en la vida a través de todo tipo de violencia: racial, económica, social, etc. Lo que los lleva a naturalizar actos que la sociedad rechaza, pero para ellos el campo social es un espacio de violencias legítimas de acuerdo a sus códigos de formación estructural de la personalidad.
Pero también tiene que ver con la modelación de «esa» Argentina que garantizó y aún garantiza el espacio para verdaderos hombres, blancos, urbanos,civilizados. Esa Argentina «blanca» y europea que soñaron y sueñan las clases dominantes.
Pero hay que entender que el rugby no es el espejo de la sociedad. Es una parte, con sus normas. La impronta de la jefatura masculina se lleva puesto a todos y a todas.
Cada 26 horas es asesinada una mujer. Y la construcción de esta noticia nos devuelve la mirada masculina sobre la crueldad.