Coronavirus, crisis ¿y oportunidad?

La realidad se ha tornado diferente:

 – Medidas de higiene que transforman los hogares en espacios asépticos como salas de quirófano

– Discursos cotidianos plagados de palabras y frases que se repiten constantemente como tapabocas, cuarentena, “aplanar la curva de contagios”, “quédate en casa”, “aislamiento social preventivo y obligatorio” “lavate las manos”.

– El lugar del “otro”, el semejante, como portador de una carga de peligrosidad de la cual debemos mantener distancia para “cuidarte y cuidarnos”.

– Incertidumbre económica en la mayoría de los hogares.

Todos ellos conforman una fracción de una larga lista que describen los nuevos escenarios sociales. En el hecho de tener que aislarnos para preservarnos, nuestra relación con el mundo se vio interceptada. El exterior se transformó en un interior sin límites, y comenzó a instaurarse una percepción de pérdida.

Pero, ¿qué es lo que perdimos con lo que perdimos?

El mundo, y con él nuestro pequeño mundo personal tal y como lo conocíamos comenzó a desarticularse. Hasta el momento en que fue decretado el aislamiento teníamos la posibilidad de regirnos por una rutina. Debíamos cumplir un horario de trabajo, contábamos con momentos para el esparcimiento, tiempos del día para compartir con la familia, con amigos o con nosotros mismos. En fin, tiempo y espacio aparecían definidos y delimitados.

Piera Aulagnier, psicoanalista italiana, hace referencia a la importancia que tienen los discursos sociales en la constitución del sujeto. Desde su construcción teórica, son ellos quienes le otorgan la posibilidad de planificar, proyectar y orientar su vida. Le permiten construir sentido y direccionar su existencia posibilitada por la noción de futuro previsible que se instaura a partir de ellos. Por este motivo, cuando las circunstancias sociales en las que se fundan estos discursos se conmueven, la vida de los sujetos se desorganiza. Éstos pierden sus soportes, sus amarras, aparece la incertidumbre y con ella la angustia.

Donde hay crisis, hay incomodidad, pero también hay oportunidad. Y aquí es donde uno como psicólogo interviene, haciendo uso de esa pregunta incómoda del análisis que busca interpelar e instar al sujeto a construir una respuesta:

¿Y entonces? ¿Qué hacemos con lo que nos pasa?

El deseo funciona como un remedio contra la angustia. En la vorágine de la vida cotidiana muchas veces no hay lugar para preguntarse por él. Así es que este “entretiempo”, al que nos vemos compelidos por una circunstancia externa sobre la que no tenemos control es una buena oportunidad para reflexionar sobre las bases en las que se venía fundando nuestra vida. Es un buen momento para pensar si nos sentimos cómodos con nuestras elecciones y las que quizá no lo fueron tanto. Rever nuestras prioridades ¿Qué es lo realmente importante?

Estos nuevos escenarios por lo pronto, nos han permitido apreciar las cosas simples. ¿Quién no ha descubierto en este tiempo la importancia del contacto estrecho, la presencia y la mirada del otro por sobre las comunicaciones virtuales y su ilusión de cercanía?

Redescubrimos la medida subjetiva del tiempo donde este transcurre dependiendo específicamente de lo que hagamos –o no- con él.

Familias que llegaron a re-descubrirse encontrándose con aspectos del otro que desconocían por estar inmersos en las rutinas.

El consumismo se volcó hacia los elementos esenciales, ante la inminencia de una crisis, la población entera se aglomeró en los supermercados y muchos encontraron el placer en la comida y en el cocinar para otros.

Nuestra sociedad marcada por el individualismo y el “sálvense quien pueda” es empujada fuertemente a rever sus bases en pos de entender que nadie se salva solo. Redescubrir la importancia del otro y de la acción conjunta para poder vivir en una sociedad que nos represente.

Esta circunstancia imprevisible, desencadenada por un pequeño virus ha producido un movimiento de grandes dimensiones. Nuestras certezas instituidas se han visto profundamente conmovidas, nos ha puesto en un lugar incómodo, pero no es allí donde debemos quedarnos.

Debemos invertir la ecuación, y pensar la situación como una posibilidad para construir nuevas respuestas, nuevos sentidos sobre los que podamos fundar las bases de una realidad en la que nos sintamos representados como sujetos.

 

Magdalena Agostini, Psicóloga MP 2281

Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación

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