CONCORDIA: ¿Cultura sin dirección o Dirección sin cultura?

La cultura siempre se caracterizó por ser un sector de resistencia de la sociedad, un lugar donde subsisten las ideas que nos identifican aunque permanentemente intenten ser derrumbadas por la demoledora vorágine de la modernidad.
La cultura es esa trinchera desde donde plantarse para dar batalla a lo foráneo, que hace base en las raíces profundas de nuestra identidad pero que, no obstante, siempre está abierta a las innovaciones y le da ese dinamismo que la caracteriza.

En las sociedades primitivas esto se autorregulaba ya que existía una participación de hecho en los rituales, celebraciones y costumbres que iban delineando la cultura autóctona de una población determinada. En cambio, en las sociedades modernas, esa conexión natural del individuo con su cultura está un poco más desdibujada que en aquellas y, por lo tanto, se deben acercar estas distancias, al menos, si queremos tener una saludable convivencia.

La herencia

No hace falta ser un clarividente para darse cuenta que los noventas fueron decisivos en la configuración cultural que nos rodea. Cumbia y tetra brick y pizza con champagne delinearon los patrones culturales que atraviesan todas las clases sociales y, sin duda, este panorama general tiene su emergente en la pobre realidad cultural de Concordia.

Quienes habitualmente recorran la ciudad podrán comprobar que los lugares de encuentro (o más bien desencuentro) por excelencia son los boliches y pubs, incluso comercios y hasta supermercados, que fueron desplazando (ayudados por la televisión) a los lugares que hasta no hace mucho daban a la sociedad la chance del encuentro, como el teatro, el cine, la calle, las bibliotecas, los distintos espacios públicos.

Pero, ¿cuál es el rol del Estado en esta maraña simbólica que urde nuestra cultura?

A modo de respuesta podríamos arriesgar que el Estado debe, al menos, facilitar que esta actividad no rentable (en términos económicos), la de nutrir culturalmente a la población, sea realizable.
Quizás la cultura, a la par de la educación, sea una de las cuestiones que más debería atender el Estado, si es que aspira a una democracia en la que sus miembros ejerzan la ciudadanía libremente.

Pero, ¿con qué recursos cuenta el Estado, en este caso el Estado municipal, para hacerlo?

Actualmente la Dirección de Cultura de Concordia cuenta con más de un millón y medio de pesos anuales de presupuesto, de los cuales $1.298.000 se van en sueldos para sostener la estructura de empleados que, en su gran mayoría, manejan el andamiaje burocrático de las diferentes áreas, cuya división, por cierto, no es del todo clara (Artes Visuales, Museo Regional, Antropología, Artesanía, Archivo Histórico, sólo por nombrar algunas de las más definidas. Además, se llevan adelante otras actividades como talleres de danza, teatro, telar, los cuales no pertenecen a un área definida y se reparten por los siete edificios que ocupa Cultura, sin un criterio muy claro y muchas veces con superposición de actividades).

Si bien DEBATE y OPINIÓN intentó infructuosamente saber cuánta gente tiene empleada esa Dirección, no pudo dar con el número preciso sino que obtuvo un dato aproximado de “unos ochenta empleados”, de boca de la Directora, Teresita Miñones, quien también remarcó que cuando asumió el cargo “tenía 250 empleados”.
Cabe destacar que esta “reducción de personal”, en gran medida, se debió al traspaso de los denominados Talleres Barriales de la órbita de la Dirección de Cultura a la Secretaría de Salud y Acción Social.
En rigor, estos talleres barriales fueron implementados en un principio para acercar la cultura a los barrios pero, con este traspaso a Acción Social, se desdibujó un poco su objetivo inicial, pasando de fines culturales a otros más difusos. “Antes se enseñaban actividades culturales, ahora te enseñan a cocinar, a barrer, a sacar los piojos”, ironizó un empleado de la Dirección de Cultura, para ilustrar el cambio de rumbo en la política municipal.

Pero, ¿cuál es la política municipal en el área cultural? ¿Existe tal cosa?

Consultado sobre cuál es el lineamiento en este sentido del Ejecutivo local, el secretario de Gobierno, Alfredo Francolini, dio una definición que ilustra las intenciones del municipio con respecto a la cultura: “Apoyarla en todos los sectores y aprovechar y desarrollar la mayor tarea posible con el consenso de todos, no sólo del Ejecutivo sino de los empleados y del sector privado involucrado con la cultura”.
A pesar de esta generalidad que no dice casi nada, DEBATE Y OPINIÓN indagó entre los miembros que se desempeñan en la Dirección de Cultura, quienes pidieron reserva de su identidad, y varios testimonios coincidieron en la falta de un rumbo definido de la actual Dirección. “Casi todas la iniciativas surgen de las áreas, cuando surgen”, aseguraron, reconociendo que en casi tres años de gestión no hubo una sola reunión en la que los miembros de Cultura se junten a consensuar un rumbo.
Vale decir que la política cultural está librada a la voluntad, muchas veces un tanto diezmada, de los referentes de cada área.

Al rincón !!

También se señala a la Dirección de Cultura como un verdadero “rinconcito de la penitencia” para el gobierno de turno a través de las distintas gestiones municipales. Vale decir que muchos de los empleados que habitualmente “aterrizan” en esa área vienen castigados por el gobernante de turno.
De modo que esa acumulación de “castigados”, sumados a algún que otro “ñoqui” y algún que otro “acomodado” fueron conformando la fauna que hoy lleva adelante su labor en un área tan sensible como esta.

El repliegue

Los artistas independientes, por su parte, en gran mayoría han optado por eludir cualquier tipo de gestión ante el organismo al que ven como una verdadera “máquina de impedir”. Esto, a su vez, ha tenido su consecuencia en una merma significativa de las actividades artísticas en nuestra ciudad, las cuales se hacen difíciles de sostener sin el apoyo estatal.
En diálogo con DEBATE y OPINIÓN, un empleado del área de Cultura rememoraba las épocas en que el Auditórium presentaba una actividad incesante de números locales. “De acá salieron muchos chicos que hoy son grandes artistas”, indicó el empleado sin ocultar cierta nostalgia, recordando también los grandes números que venían al Odeón en otras épocas.
Hoy, en el teatro Auditórium, los eventos que pululan son, en su mayoría, charlas y festivales de instituciones variadas como escuelas, iglesias evangélicas, institutos y, entre toda esa vorágine, con suerte, cada tanto, algún número autóctono que realmente nos hace hurgar en nuestra identidad. Esto en cierta medida, también se debe a las trabas burocráticas para utilizar el espacio, lo que muchas veces desalienta a las producciones independientes que pretenden presentarse en el lugar.
Dialogando con referentes de la cultura local pudimos recopilar comentarios de las posibles causas de esta situación en la cultura local. Entre ellas se pueden destacar: malas gestiones en la Dirección, falta de apoyo del público, mala calidad de las producciones, falta de presupuesto para producir, entre otras causas que fueron llevando a este repliegue que hoy experimenta el sector.

La coyuntura

Hace algunas semanas se hizo público un conflicto que existió (y existe) en la Dirección de Cultura y que repercutió en los medios porque se barajó la posibilidad de que la Directora de Cultura abandonara su cargo. De hecho, la situación fue tal que Teresita Miñones efectivamente presentó la renuncia. El intendente Cresto no se la aceptó.
Pero hurgando debajo de este emergente, la posibilidad de la renuncia de un funcionario (que es lo único que trasciende en los medios), hubo piezas políticas y gremiales que intentaron jugar su juego.
La tensión, el descontento en torno a la figura de la directora, existió y existe por más que, luego de la trascendencia mediática, se haya barrido debajo de la alfombra.
Más de cincuenta empleados del área se habían congregado para expresarlo un viernes y quedaron en volver a hacerlo al lunes siguiente para firmar un petitorio.
Algo ocurrió en el transcurso del fin de semana porque los pocos que volvieron al encuentro eran aconsejados por gremialistas (?) sobre la inconveniencia de estampar la firma en aquel petitorio.
Ya no habría otra reunión. Dos o tres empleados se reunirían con Cresto y arreglarían “aguantar a la funcionaria”. El intendente saldría por los medios a respaldarla.

Si esto no es nuestra cultura, ¿la cultura donde está?

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