Por Fosforito
Cenaba con los mayores de la familia (por gracia vacunados). Hablábamos y comíamos con la tele encendida. Y apareció, en uno de esos programas “del palo”, un informe sobre la última presentación del Indio Solari. Yo quedé hipnotizado, mientras las sombras de la melancolía y la nostalgia avanzaban sobre mi ánimo.
La noticia era que el Indio Solari hizo un show vía streaming desde las Ruinas de Epecuén (Una ciudad de la provincia de Buenos Aires sumergida bajo el agua en 1985 luego de un desborde de lagos) y, como solía ocurrir en los shows con público, las puertas cedieron y “la indiada” saturó el streaming que fue liberado para más de 90 mil personas en YouTube.
Pero la noticia más trascendente era esa canción nueva: “Encuentro con un ángel amateur” con tono de despedida: El líder de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado tiene 72 años y hace cinco que lucha contra el mal de Parkinson.
El informe de la tele abarcaba imágenes de sus escenarios, sus contadas apariciones en los medios y entrevistas, y la abrumadora cantidad de personas de distintas generaciones que lo profesan como a una fe, en procesiones kilométricas, aluviones zoológicos que irrumpen en cualquier lugar recóndito. Eso que todavía algunos insisten en llamar “misa ricotera”, aunque los Redonditos de Ricota hace años que no existen.
Mamá preguntó “¿por qué lo adoran tanto? ¿Qué tiene?”
No lo supe explicar en ese momento.
Por lo general, a uno le salen argumentos de cancha de fútbol: “¡Aguante el Indio! ¡Es lo más grande que hay! ¡Un genio! ¡Capo, el Indio!”
…Parece irracional, pero no lo es.
Además de la belleza artística, de su rock singular, de su imagen misteriosa y cautivante, está su poesía de letras crípticas y difusas.
Cientos de miles tenemos marcadas a fuego algunas líneas de su prosa, algunas canciones que se hicieron banderas en los corazones.
“Violencia es mentir”; “Vivir solo cuesta vida”, “Donde hay dolor habrá canciones”; “Si no hay amor que no haya nada entonces”; “Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir”; “¿Puede alguien decirme: ‘Me voy a comer tu dolor’ y repetirme: ‘Te voy a salvar esta noche’? Que el infierno está encantador. Este infierno está embriagador“; “Le hizo un par de promesas imprudentes y así fue que de ellas se aburrió. Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón”; “Este mundo, esta empresa, este mundo de hoy que te esnifa la cabeza una y otra vez en una línea y otra línea y otra línea más. Voy cumpliendo como puedo…¡Yo trabajo acá!”; “Pasó de moda el Golfo, como todo, ¿viste vos? Como tanta otra tristeza a la que te acostumbrás”; “‘El lujo es vulgaridad’, dijo y me conquistó. De esa miel no comen las hormigas”; “¿Y cuánto vale tu estómago crispado y tus narices temblando por el miedo? ¿Y cuánto vale todo lo registrado si el sueño llega tan mal que te condena?”; “Yo no me caí del cielo, pero sí de un bar muy triste”; “Vos siempre estás enamorada de lo que intentas destruir”; “A los ciegos no le gustan los sordos y un corazón no se endurece porque sí”; “Estoy perdido sin mi estupidez”; “Me cansé de tanto esperar, cuando el fuego crezca quiero estar allí”; “El dolor más puro es el de haber sido tan feliz”… y podría seguir con decenas de frases más que están impresas en las remeras, pintadas en las paredes, tatuadas en las pieles y grabadas en la memoria.
Todos tenemos palabras suyas que nos expresan, que se pueden hacer “estado” o “historia” para lo que sentimos; aunque muchas veces no sepamos exactamente qué están diciendo y que cada uno pueda tener una interpretación distinta…
– Pero lo que no se entiende puede significar cualquier cosa, Fosforito.
Una vez, finalizando un recital en Mendoza, en 2013, el tipo dejó la ambigüedad de las metáforas y sólo necesitó tres palabras para enterrarse hasta las rodillas en el barro de la trinchera: En lugar de anunciar con el tradicional “uno, dos, tres” el comienzo del solo de su clásica canción “Ji ji ji”, que da rienda al pogo “más grande del universo”, dijo “seis, siete, ocho….”
Entonces todo el mundo escuchó de manera explícita, entre tanto humo que no deja ver el bello y fiero fuego -otra vez parafraseándolo como tantas veces-, de qué lado de la mecha “el míster” estaba parado.
El periodista Hernan Brienza, invitado a un programa de aquel estigmatizado ciclo 678 de la televisión pública, se expresó de una manera que todavía recuerdo respecto de aquel episodio:
“A mí me emociona mucho el Indio Solari. Me emocionan mucho los Redondos. Yo soy de una generación que nació en los ‘70, que fue domesticada y educada por la dictadura militar, que fue domesticada en los noventas por el menemismo y la desocupación. Yo soy de la segunda oleada de ricoteros, de los que llegan a los redonditos entre los años ’88, ’89. No participé en el grupo minúsculo que lo siguió en La Plata y en Buenos Aires. Yo llegué a ‘la liturgia’ en “Autopista Center”; a principios de los noventas con la muerte de (Walter) Bulacio. No lo seguí a los grandes estadios, a River, a Montevideo o a La Plata. No pude estar en Racing, pero siempre participé del pogo más grande del universo y me parece que es reconfortante para mí generación que el tipo que nos dijo que nadie escuchaba nuestras remeras, el tipo que nos dijo que nos quedamos en los ‘90 chupando la fruta sin poder morderla, aquel que solamente nos podía prometer un par de sienes ardientes y sueños de la revolución, hoy tuviera la dignidad de pensar que las cosas son diferentes de aquellos años noventas. Que el tipo dijera 678 me reconforta con todo un pasado de sufrimiento, con todo un pasado de imposibilidades…”
Claro que otros no se reconfortaron para nada e, incluso, algunos que lo escuchaban con mucha devoción quedaron descolocados, “rotos y mal parados”, ofendidos y molestos porque… ¿qué necesidad había de confirmar las sospechas?… Como si les hubiera confesado una infidelidad.
-¡Que diga si es kirchnerista, qué tanto!
Y empezaron a escupir misiles contra “un millonario que vive encerrado en un caserón”, que busca llevar sus multitudes “a ciudades donde consiga exenciones de tasas e impuestos”, que confesó que gusta visitar la cosmopolita y elegante Nueva York, fóbico al asedio de las gentes y a mucho periodismo.
Le volvieron a endilgar que fue la inspiración para una vieja letra de Los Ratones Paranoicos que tiene estrofas que dicen cosas como “Yo quiero ser un héroe/ Que toda la gente se crea/ Que tomo solo vino del peor/ Que soy un bolchevique/ Que no me importa el dinero/Y que me gusta mucho el rock’n roll” ó “No traten de encontrarme/ No salgo ya a ninguna parte/ Me gusta caminar por mi mansión//”
Resurgió esa prensa amarilla deseosa de contar disturbios, represiones y muertes en sus recitales para más de 200 mil personas.
Intentaron hacer con él parangones tan estúpidos como esos que hacen cuando señalan que el “Che” Guevara o Fidel no podían ser comunistas porque venían de familias de buen pasar.
Intentaron impugnarlo con su propio éxito y dinero, como si fuera un delito, un pecado o una traición en un líder de masas.
Olvidando la historia de un tipo que emprendió su propio camino, a contramano de los designios del mercado y de la industria de la música. Que no vendió espejitos ni se maquilló para la televisión.
Que prefirió ser cabeza de ratón a cola de león. A su manera.
Que eligió ser canción de resistencia y de amor propio, de reivindicación y dignidad para tantas vidas confundidas y vaciadas. Que se volvió bandera sin quererlo, un punto de encuentro y fraternidad para multitudes.
Ahora, desde hace un tiempo, la vejez y la enfermedad le han hecho caer en la cuenta de su cuenta regresiva.
Ahora canta que sólo le falta saber la fecha y el lugar…
La única certeza es que su estrella entrará cantando a la eternidad.