Comienza hoy el juicio por la masacre de la familia Amestoy

Saint: El primero era jefe del Área Militar 132 y del Batallón de Ingenieros de Combate 101, el segundo era su jefe de Operaciones y Muñoz era el jefe de la Delegación San Nicolás de Policía Federal. Solo ellos tres llegan a la instancia del juicio oral, a pesar de que se presume que en el hecho participaron, por lo menos, una veintena de efectivos policiales y militares.
Los familiares, que soportaron todo tipo de maniobras dilatorias, hoy llegarán en caravana hasta el edificio de tribunales. Colectivos y autos viajarán desde San Nicolás, Ciudad de Buenos Aires, Paraná, Nogoyá y Romang y marcharán varios kilómetros desde la entrada de la ciudad de Rosario hasta el centro.
Cuando el tribunal abra el debate se iniciará también una radio abierta que retransmitirá la audiencia y en la que se mezclarán también las voces de los protagonistas del juicio, más el colorido espectáculo de la murga La Memoriosa y otros artistas locales que ayudarán a reproducir con alegría ese grito por memoria, verdad y justicia.

LA MASACRE. Aquel 19 de noviembre de 1976 los militares llegaron temprano con tanques, camiones y un verdadero arsenal; cerraron el paso a tres cuadras a la redonda para impedir que los vecinos puedan acercarse a la zona e irrumpieron en la casa de calle Juan B. Justo 676. Eran las 6 de la mañana. Adentro estaban Omar Amestoy, su esposa María del Carmen Fettolini, sus hijos María Eugenia, de 5 años, y Fernando, de 3; y una compañera de ellos, Ana María del Carmen Granada, con su hijo Manuel Gonçalves, de cinco meses.
Antes de la balacera, Omar y Pochi encerraron a sus hijos en el baño, para resguardarlos del ataque, y Ana María alcanzó a envolver a Manuel en unas mantas y lo escondió en un placard.
Se cree que primero mataron a la pareja y un policía confesó haber asesinado a Ana María. Dijo que entró a la casa y que le descargó una ráfaga de ametralladora estando ella en el piso, en un rincón, con las manos levantadas, suplicando que no lo hiciera. Después se desdijo y una junta médica determinó que fabulaba. Pero la mujer tenía 14 balazos en su cuerpo.
Los gases lacrimógenos que los militares tiraron por la claraboya del baño asfixiaron en forma inmediata a Fernandino. La nena fue trasladada con vida al Hospital San Felipe de San Nicolás, pero vivó unas pocas horas hasta que murió. Dicen que alcanzó a decir “me llamo María Eugenia Amestoy, tengo 5 años”.

DE NOGOYÁ. Omar Darío Amestoy era el mayor de cuatro hermanos nacidos en Nogoyá. A los 17 años terminó el secundario y se fue a estudiar a Santa Fe. Primero intentó Ingeniería Química, pero enseguida abandonó la carrera y comenzó la carrera de Derecho. A los 23 años se recibió de escribano y se volvió a su ciudad, donde lo esperaba su novia desde la infancia y al poco tiempo se casaron.
María del Carmen Fettolini era una de cinco hermanos de una familia que vivía sin sobresaltos. Había sido una de las primeras maestras jardineras y trabajaba en el Colegio del Huerto.
En 1969, Amestoy se hizo cargo del Registro de la Propiedad del Automotor de Nogoyá. Para ese entonces, era también un activo militante barrial en la ciudad, donde había montado varios hornos de ladrillos para construir viviendas. “Se sacaba el saco y se iba a trabajar a los barrios”, recordó Florencia, una de las sobrinas de Omar, que hoy milita en la agrupación Hijos Regional Paraná.
A la llegada de la dictadura, huyeron primero a Paraná, luego cruzaron a Santa Fe y finalmente se instalaron en San Nicolás. Con nombres falsos, Omar y Pochi tenían una marroquinería en el centro de la ciudad. Allí los encontraron las botas asesinas.
Cuentan que el entierro, en Nogoyá, fue multitudinario, que camino al cementerio se fueron sumando autos y cada vez más y más bicicletas. Era la gente de los barrios en los que había trabajado Omar, que salió a la calle a saludarlo por última vez.

Sobreviviente

Manuel Gonçalves Granada recuperó su identidad en 1995. Estaba desaparecido desde el operativo en el que fue asesinada su madre, Ana María del Carmen Granada, el 19 de noviembre de 1976. Fue el único sobreviviente de la masacre y hoy es uno de los querellantes en el juicio. Tenía cinco meses en ese entonces. Su madre lo había resguardado de las balas y los gases, entre mantas en un placard. Su historia desde el primer momento estuvo cargada de misterio y sorpresa. Su padre, Gastón Gonçalves, había sido secuestrado el 24 de marzo de 1976. Luego de permanecer un tiempo en el Hospital San Felipe, en febrero de 1977 fue dado en adopción. “Creía que me habían abandonado, que no me querían, que mis padres habían muerto. Nunca pensaba que podía ser hijo de desaparecidos”, contó alguna vez. Hace unos meses se convirtió en el primer nieto recuperado en integrar la comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo.

Entradas relacionadas