Cerca de Crespo, un niño de 9 años afirma que Dios le dio el don de curar.

Son más de las dos y media de la tarde de este lunes y el cielo, mañoso, ha pintado la siesta de gris. Llueve con la terquedad de las lluvias de verano: en un rato, una hora, el sol partirá la tierra en dos. Pero ahora llueve, y el grupo de gente que ha estado llegando como en peregrinación a este lugar escondido estaciona sus autos en fila india, y se acerca a las puertas de la pequeña sala, que permanece cerrada.
Todos tienen un recato como de velorio y casi nadie habla en voz alta. “Venga, párese acá –dice una mujer, y ofrece su paraguas diminuto para cubrirse de la llovizna. En un rato, quizá diez minutos, ¿quince?, llega una Ford F 100 roja, que atrás lleva un carretón con un gran bidón de 400 litros. El tanque que arrastra la Ford está lleno de agua. Es agua bendita, agua de pozo bendecida.
De la Ford roja bajan un hombre cuarentón, joven, ario, de ojos claros, y una mujer que parece más joven que él, morocha, de pelos largos y lacios: entre los dos rodean a un chico. El chico está vestido todo de blanco: le han puesto una campera con capucha, blanca, que le tapa el rostro. Ingresan rápido, y se quedan por un buen tiempo adentro de la sala. La gente comienza a rodear el lugar.

Boca del Tigre es un paraje ubicado a 7 kilómetros de Crespo, a un costado de la ruta provincial N° 32, camino a Viale. Si no fuera por el cartel puesto en el ingreso mismo a este puñado de casas silentes, este pueblo pasaría inadvertido para el resto del mundo, confundido con las pequeñas casas que recortan los campos sembrados de soja, y de maíz, y las granjas avícolas, y los pequeños tambos.
Este paraje tiene una sola calle principal, y en el acceso, la Capilla Nuestra Señora de Lourdes, y después, la sala de catequesis Madre Teresa de Calcuta, y después, la Escuela Fray Mamerto Esquiú, y después casi nada más. En esa calle principal ocurre una pequeña peregrinación cuatro días a la semana: en la sala Madre Teresa de Calcuta, el pequeño Bruno Gareis, 9 años, los ojos redondos, azules, la cara redonda, blanca, se sienta en una silla, rodeado por sus padres, Patricia Pizzul y Hugo Gareis, y ejerce, precoz, un oficio raro: es sanador. Dice que es sanador.
En la puerta de la sala hay un cartel: “No usar celular”, se lee, y a un costado, un cartel más grande, como fileteado con esmero, acompañado de una imagen de la Sagrada Familia: informa los días y horarios en los que se realizan las “atenciones”, un eufemismo para no decir “sanaciones”. Lunes, de 14,30 a 18,30; miércoles, en igual horario; viernes, de 13,30 a 17; y domingos, de 20 a 22. Catorce horas a la semana que ese chico de 9 años está expuesto a los desarreglos del mundo y sus alrededores.
“Dicen que hay días en los que se junta mucha gente. Me han dicho que hubo días en los que llegaron como 2.000 personas. Yo no creo que hayan sido tantas: a lo mejor 200”, dice una mujer. Todos esperan su turno sabiendo a qué vienen: pero nadie comenta nada.
Un tumulto hay alrededor del ingreso a la sala de las sanaciones: un muchacho discute alterado por el turno de llegada de cada uno, y manifiesta a viva voz cómo ordenarse en la fila, de modo que las “atenciones” se inicien con los que han sido los primeros en llegar. Bruno, el sanador precoz, permite el ingreso de tandas de diez personas, no más, y sus padres cuidan que ese orden se respete, sin grietas.
“Adentro, él no te habla. Está parado en medio de los padres. Es la madre la que después te dice qué hacer. A mí me recomendó tomar agua bendita con gotas de limón”, cuenta un muchacho veinteañero, agobiado por su adicción al porro y la cocaína.
Hace poco más de un mes, el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción de María -un dogma de fe de la Iglesia Católica según el cual la madre de Dios fue concebida sin el pecado original- el cura Juan Frank, de la Congregación Misioneros del Verbo Divino, presentó el caso de Bruno Gareis en medio de la misa en la Parroquia San José, de Crespo. El chico, según se encargó de relatar su madre, recibía mensajes de la Virgen, y entre esos mensajes, le dijeron “que iba a ser el instrumento de Jesús, que iba a curar, a sanar a las personas. Eso le dijo Jesús a mi hijo”.
La Virgen, otro tanto. La madre no dudó ni un momento de que aquello efectivamente era un mensaje del Cielo, y puso al niño a la dura faena de convertirse en el más precoz de los sanadores.

Ahora Boca del Tigre es un lugar muy reconocido. Hasta ahí llegan personas de distintos puntos de la provincia, algunos desahuciados, a encontrar una palabra de alivio, la esperanza de una sanación, un arreglo a los desarreglos del cuerpo. Como este hombre sesentón, de rostro sereno, que se lanza a llorar apenas sale de la sala adonde atiende Bruno. “M´hija –le dice a una chica que no es su hija, y se lo dice con lágrimas en los ojos—, yo hace una semana no me podía mover por el ACV que tuve, y ahora camino. ¿Te das cuenta?”.
La conversión del pequeño Bruno en un sanador que cada semana atrae a personas de distintos puntos de la provincia se dio de un modo especial. La madre relató los pormenores cuando todo comenzó, a principios de diciembre; después, se llamó a silencio. Todo comenzó el 19 de noviembre: empezó con problemas de salud, y el lento viaje de los padres por un médico, un sacerdote, un psicólogo, sin que se hallara una respuesta que los satisfaga. Pero hubo un día clave: el 5 de diciembre. Esa vez, Bruno se descompuso, y cuando logró reponerse, pidió a sus padres que leyeran una parte de la Biblia que hablaba de las grandes catástrofes.
Al otro día, vuelta a lo mismo, las convulsiones, el cuerpo lívido, hasta que consiguió reponerse, y entonces ocurrió aquello que ocurrió: cuando se calmó, “me dijo que había visto a una señora muy bonita con un nenito en brazos y 12 que la seguían hacia el cielo, que eran los 12 apóstoles, los reconoció después. Lo dejamos solo y al rato lo ve, ve a Jesús mismo manifestándose, con el Sagrado Corazón”.
Eso contó la madre, Patricia Pizzul, curandera ella también.
“Le pregunté si le decía algo y me dijo: ‘Hola, nomás’. Entonces le indiqué: Pregúntale si quiere algo de vos. Me cuenta que cuando le pregunta, Jesús viene hacia él, le pone la mano en la cabeza y le dice que le daba el don de curar, que tenía que curar. Y después agrega: ‘Mami, la Virgen dice que ustedes tienen que darlo a conocer’. Hasta ahí para nosotros debía quedar en familia, para preservar al chico”. Pero no, se hizo público. Y generó lo que ahora se ve en este poblado de chacareros.
Marcos Montero, 86 años, está en la garita esperando un colectivo, sobre la ruta 32, a la salida del pueblo. Tiene en su regazo una bolsita de plástico y parece conocer de qué se trata todo ese movimiento que se da ahora en Boca del Tigre. “Yo lo conozco al nene, es un fenómeno lo que pasa acá. Pero la madre también curaba antes. Curaba todo. Pero ahora es el nene el que cura, no es ella”, dice.
Esta mujer, sesentona, entera, acaba de salir del consultorio de Bruno, el sanador, y tiene el rostro compuesto, la esperanza arriba de los hombros, la fe puesta en una botellita de agua mineral, que acaba de vaciar en la calle. Se acerca con decisión a la Ford roja, y le pide a un chico que se la llene de agua. El chico la carga de agua. “Se puede tomar, ¿no?”, pregunta.
—Sí, lo llenamos nosotros al tanque, es agua de pozo.
—Bueno, la tomo, esto es de Dios –-dice, y se va.

El caso Bruno

El padre Alfredo Nicola dice que no pretende inmiscuirse en lo que ocurre en Boca del Tigre, pero sí manifiesta sus reparos respecto de lo que ocurre en torno a un chico de 9 años, Bruno Gareis. “Creo firmemente que Dios puede dar dones y carismas a quien sea para el bien de los demás. Dios siempre ha obrado y lo sigue haciendo. Lamentablemente se embarra la cancha cuando se meten cuestiones humanas: deseos de fama, de poder, de ser reconocidos”. En buen romance, pide que se evite la mediatización del caso, “pensando que es un niño y que se puede condicionar su normal crecimiento. Creo que Dios no quisiera usar a alguien para sanar a costa de arruinarle la niñez a su elegido. Sugiero a su mamá cuidar la inocencia, la sencillez y la sonrisa del niño por sobre los dones sobrenaturales que pueda tener su hijo”.

Fuente: El Diario

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