“Un hecho que irrumpe como policial y sigue conmoviendo a la sociedad argentina, como es el caso ocurrido en una escuela de Carmen de Patagones, pone al desnudo una tragedia que encierra en sí misma el mundo invisible, pero no menos presente, del estado de denigración social, al que hemos arribado.
Es la punta del iceberg que emerge, exhibiendo los signos de una inasible y conflictiva realidad, que se nos escapa cuando la abordamos por sus míseras partes.
Se escucha: es la falta de seguridad, es la poca atención de los padres hacia los hijos, es la inimputabilidad de los menores, es la delincuencia, es la falta de educación, es la escuela que no contiene, es la droga, es… y es…. ¿Qué nos pasa cuando de mirar el bosque se trata?.
La perplejidad nos invade aún más, cuando son los niños o los jóvenes los involucrados en un hecho de sangre, que nos salpica a todos en el dolor e impotencia colectivos.
El deterioro del tejido social es de tal magnitud, semejante al estado y al crecimiento de la pobreza en todas sus manifestaciones. Se nos ha venido encima en poco tiempo y la conciencia y la supervivencia se resisten a su avistamiento.
En este panorama, donde se intersectan lo objetivo y lo subjetivo, no queda afuera la mediación, por un lado, de las políticas neoliberales, – que en su versión más salvaje se aplican en nuestros países latinomericanos – y por el otro, del mundo global, planetario de nuestra existencia, donde vemos que el crecimiento tecnológico y comunicacional se agiganta, proporcionalmente al deterioro progresivo de lo humano. Se ahonda la miseria , la muerte y el dolor de las guerras políticas, libradas al amparo del imperialismo de las ideas.
En este contexto aciago, no hay lugar para la diferencia de razas, etnias, credos, clases y género. En vez de asistir a la comprensión de la multiplicidad social y de lo múltiple que hay en cada uno de nosotros como seres humanos, únicos e irrepetibles, se impone un modo de vida homogéneo, excluyente.
En vez de honrar la vida, se honra a las cosas. En vez de seguir a las utopías, se impone el consumo. El deseo se manipula en nombre del capital. ¿Qué queda de la humanidad, sino sus despojos?.
Entonces, que no nos sorprendan los asaltos a la propiedad de las cosas y de la vida.
Tampoco resignemos la política de la indignación y de la intervención ciudadana, desde el propio centro de nuestras determinaciones y también por qué no, de nuestras posibilidades concretas.
Por un mundo más habitable y más justo, siempre”.