En efecto, alrededor de 150 personas fueron a apretar a Bahillo en su propia casa. Como una extensión del cacerolazo que, por lo visto, no se circunscribió al espacio público.
La familia del intendente ya había sufrido una parada callejera similar, tras el primer discurso de la presidenta Cristina Kirchner sobre el conflicto, que caldeó los ánimos del campo.
En esa ocasión el intendente prefirió no hablar. Pero ahora no quiere callarse. “Creo haber mantenido en el conflicto una actitud conciliadora, recibiendo y escuchando a quienes protestan. Lo he hecho en un marco de adultez, como se espera de alguien que ocupa la autoridad política de la ciudad”, confió.
Por eso ve en el cacerolazo frente a su vivienda, una reacción incomprensible. E incluso, un avance sobre la institucional. “Después, cuando le dicen golpistas, se enojan”, señaló un ofuscado jefe comunal.
“¡¿Éste es el Gualeguaychú orgulloso de sus propias obras?!”, se quejó, dando a entender que es posible identificar en un sector de la comunidad –acaso minoritario- una conducta doble estándar desde el punto de vista cívico.
“Estamos cayendo en el autoritarismo”, dijo finalmente, al advertir sobre lo que está pasando en Gualeguaychú.
