BULLYING

Transportando la conceptualización de Ulloa, se trata de una encerrona trágica, es decir una situación dual, sin posibilidades de apelación a un tercero de la ley, por lo que niños o jóvenes someten a sus pares a estas conductas tortuosas. Sucede en la escuela particularmente de un modo más agudo entre el final de la primaria y el ciclo básico de la secundaria.

Contrariamente a las creencias  estas conductas se localizan más en las aulas que en los recreos, a veces con la indiferencia o complicidad pasiva de los docentes.

Aun más, los estudios de Ana Campelo (1) refieren que los mismos chicos consideran, en acuerdo con las estadísticas, que el fenómeno se produce con mayor probabilidad cuando maestros y escuela “miran hacia otro lado”, disminuyendo cuando la institución se compromete en una política decidida contra el mismo.es que el “tercero de la ley” al que se refiere Ulloa cuya ausencia promueve la “encerrona trágica”, es una función que deben cumplir los adultos en general y la escuela en particular, al impedir y prohibir toda manifestación de violencia, intolerancia y discriminación entre los alumnos.

La escena del hostigamiento se constituye a través de diferentes roles (que no son fijos, sino rotativos en muchos casos): los chicos que maltratan, aquellos que son hostigados y los espectadores, es decir, los otros compañeros. Estos últimos son esenciales y decisivos para “armar” la escena del bullying, ya que con su presencia- que en la mayoría de los casos festeja o aprueba, es indiferente y en menor medida se opone- contribuye a lograr los fines del agresor que es la búsqueda de su aprobación y reconocimiento. 

Las consecuencias del bullying son serias y delicadas, generando una violencia alo-destructiva o autodestructiva en todos los participantes, fundamentalmente en el hostigado que sufre en ocasiones reacciones depresivas severas y cuadros de angustia desbordantes. En muchas ocasiones, por el silencio exigido, por la significación de delación que se le da entre los chicos, los afectados de estos hechos no hablan del mismo, no cuentan lo sucedido a la familia o la escuela. Esto empeora las cosas ya que el menor tiende a crear justificaciones para evitar concurrir a la escuela (dolores de cabeza o de panza etc.) que, juntamente con la minimización que los adultos suelen realizar, conspiran contra la solución del conflicto.

Es importante reflexionar que no se trata de una “cosa de chicos”, “que templa el carácter”, que “hay que dejar que se arreglen entre ellos” o que cada uno debe “devolver la agresión recibida”, prejuicios que circulan con frecuencia, sino de una situación grave que debe ser abordada por la escuela, los padres y los chicos, es decir la comunidad educativa, tomando como punto de partida una oposición decidida a los vínculos de violencia. Todos enmarcados en la ley 26.892 de “promoción de la convivencia y el abordaje de la conflictividad social de las instituciones educativas” que fuera publicada en el boletín oficial el 4 de octubre de 2013, y que tiene por objetivo garantizar el derecho a una convivencia pacífica, integrada y libre de violencia física y psicológica.

Debo confesar que cuando abordamos esta temática en la mayoría de las escuelas, esta ley no solo no es aplicada, sino mayoritariamente desconocida por la comunidad educativa.

De un modo parecido una práctica fundamental para establecer las reglas de convivencia escolar, es decir, la construcción de los acuerdos escolares de convivencia, en cuya elaboración deben tener una activa participación los docentes, los alumnos y los padres, escasean o se reducen a la repetición de los “códigos” transcriptos del “años anterior”, conspirando contra tan extraordinaria posibilidad de democratización de la convivencia en las instituciones educativas. 

En los programas de prevención del suicidio que llevo a cabo en diversas localidades, he comenzado a trabajar seriamente este tema por ser una de las circunstancias de mayor sufrimiento psíquico en los niños y adolescentes. Lo abordo como un problema complejo en el que están implicados todos los actores, docentes, padres y alumnos.

Es que esta forma de violencia no es más que un reflejo de la crueldad que impera en las relaciones y lazos sociales actuales. Es la expresión intramuros de las diversas formas de discriminación, violencia, maltrato, intolerancia y sometimiento que configuran las relaciones socio-culturales. Esta realidad funda la necesidad de incluir a todos en la responsabilidad de su tratamiento. La escuela debe hacerse cargo y no admitir de ninguna manera esta o cualquier otra forma de violencia. Debe indagar y estudiar sus causas, fundamentalmente aquellas que le atañen, tales como la promoción del individualismo y la competencia, por sobre la cooperación y la solidaridad. Debe conocer la ley y saber actuar en consecuencia. Debe comprender y no criminalizar ni psicopatologizar el problema. Debe indagar las causas que llevan al bullyng y elaborar estrategias de resolución, atendiendo siempre a agresores y agredidos, entendiendo que son niños, que contemplen sanciones educativas, pedagógicas, reparatorias y de aprendizajes y no meros castigos o expulsiones.

La escuela tiene la obligación de cuidar y proteger a los niños, tal lo establecido en los derechos que tienen rango constitucional.

Los padres debemos tener espacios de reflexión sobre aquellos (dis) valores que inculcamos y transmitimos a nuestros hijos. También debemos dar lugar a que los alumnos puedan comprender profundamente el dolor y el daño emocional que causan en el “otro” con palabras, conductas y actitudes. Enseñarles actitudes empáticas y solidarias, promoviendo los valores de la amistad y la cooperación a través de lazos tiernos. Ayudarlos a comprender que lo más hermoso que tienen los seres humanos es precisamente su singularidad, su diferencia, aquello que lo hace único y a conocer al “otro” en su esencia, mucho más allá de sus apariencias.

Manifestamos decididamente, en esta celebración contra el bullying y contra toda forma de violencia escolar, por el desarrollo de políticas de ternura, solidaridad y amistad.

 

(*)Psicólogo MP243

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