La miseria es insoportable. No solo en el campo del abasto, en los barrios pobres, en la dantesca visión cotidiana de manitas revolviendo los enormes basureros que han echado personas al abasto. Hay que elevarse sobre las mezquindades de las pujas partidarias, electoralistas. La pobreza y la miseria trascienden la avara sordidez de la politiquería. Del ejercicio canalla de la política. Pertenece, su discusión, al ámbito de la política noble, de la ética, de la dignidad humana.
Hay que explicar y hacer. Hacer ya, no hay tiempo para las promesas ni los procesos. No hay otro tema que importe, ni deba importar en la “agenda” política. La pobreza es un producto del capitalismo. De la concentración de la” riqueza de las naciones” en pocas manos. De Adam Smith en adelante el libre mercado es una mascarada para encubrir el modo en que unos pocos se apropian de la riqueza producida por los trabajadores. Para encubrir que “la propiedad es el robo”. Para justificar las desigualdades como naturales. O como producto del mérito. Darwin contribuyó a instalar esa otra idea. Los hay aptos que sobreviven, compiten, se adaptan en la lucha por la vida y los hay débiles que perecen. Lo que explicó en términos biológicos, hoy se traduce como “meritocrácia” en términos políticos.
La ética protestante que acompañó al espíritu del capitalismo, tan bien explicada por Max Weber, es otro pilar teórico al que el sistema echó mano para justificar la pobreza. Aun hoy los ecos de esa “ética” retumban en la boca de los gansos. Según ella, la pobreza deriva de la pereza, de la haraganería. Así el pobre es el culpable de su pobreza, por sus vicios y defectos. Porque no quiere trabajar.
La pobreza es la derivación lógica de la desigualdad que instala el capitalismo. El estado puede intentar regular las brechas abiertas por la voracidad del mercado a través de políticas distributivas o ser cooptado y doblegado por el poder económico. En el primer caso aportará justicia social en un sistema injusto (si la revolución es aun “un sueño eterno”). En el segundo será cómplice de una sociedad miserable. En todo caso, en nuestra ciudad la pobreza sigue siendo insoportable. La desigualdad es insoportable, la apropiación y concentración de la riqueza en pocas manos es insoportable. La explotación laboral es insoportable. Los comedores en los que caen las migajas que “derrama” el sistema son humillantes. La caridad lo es.
Esta realidad dolorosa va más allá de las ruindades electoralistas. Nos vuelve a todos miserables porque atañe a la dimensión esencial de la humanidad, a su fibra más íntima, es decir, a su dignidad. Si esto es un hombre…
(*) Psicólogo. MP243