Ayer cerró el Supermercado “Rivadavia”

Cualquier persona despistada que hubiese ingresado esta mañana al supermercado, hubiese pensado que se trataba de un día al igual que cualquier otro. Las puertas abiertas, música funcional de fondo, clientes pasando mercadería por la caja, gente detrás de los mostradores. Pero bastaba agudizar la vista para darse cuenta que no es un día más. Góndolas raleadas o semivacías, heladeras abiertas, empleados de empresas distribuidoras cargando cajones, un cartel despegado de los vidrios sobre una de las cajas anunciando: “10 % de descuento por CIERRE”.
“Tengo un nudo en la garganta”, expresó otra de las dueñas del local. “Lo que más bronca me da es que somos de Concordia, los empleados son de Concordia pero la gente no se da cuenta”, agregó. Seis años y cuatro meses estuvo abierto el supermercado. Al momento de bajar la persiana, el comercio tenía ocho empleados “en blanco”, según recalcó la propietaria.
“A ver si ellos tienen a todos los empleados en blanco como nosotros, si le pagan a los proveedores en término”, expresó una de las dueñas. Los argumentos están en línea con los temores expresados en abril del año pasado, ante la noticia de la inminente llegada de los asiáticos, por el presidente del CICS (Centro de Comercio, Industria y Servicios), Roberto Niez, quien había señalado que “esta gente tiene gran porcentaje de empleados y de ventas en negro y de personal indocumentados”.
Además, dijo en ese entonces, acompañado por otros supermercadistas y por Juan José Simonetti, secretario general del Centro de Empleados de Comercio, que en Concordia iba a imperar “la ley de la selva y va a ser complicadísimo para todo el mundo subsistir como comercio, como empleado”.
Un viejo Citroen azul sin motor es uno de los pocos automóviles estacionados en el playón de estacionamiento. A comparación con otras bocas de expendios que implícitamente utilizan la calle como estacionamiento para clientes, el Rivadavia tenía un amplio aparcamiento cuyas dimensiones equivalían a las del supermercado.
“Todos se quejan de los chinos, pero todos les van a comprar. Nosotros no compramos mercadería robada”, expresó la dueña. Las miradas cargadas de resignación se manifiestan en los pocos empleados que observan como se llevan la mercadería que no alcanzó a venderse. El carnicero, con los codos apoyados sobre el vidrio que recubre la góndola vacía, se despide de una clienta: “fue un placer haberla atendido”.

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