martes 14 de octubre de 2025

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Aquel 25 de Mayo…

La alegría era desbordante y la emoción humedecía los ojos. La revolución parecía tocarse con las manos y los sueños de largas noches insomnes se cristalizaban en ese mañana imborrable.

Los jóvenes marinos impedidos de desfilar eran salivados por la concurrencia. Más tarde, aquel cantito de “Se van, se van, y nunca volverán”, apenas  tres años después se demostraría erróneo  y sería cobrada en forma de vidas, torturas, horror, seres vivos arrojados al río o al mar. La ingenuidad sobre la marcha lineal de la historia, la subestimación del poderío del establishment, serían facturas que el futuro pasaría a cobrar. Pero ese día todo parecía posible.  Si hasta lo imposible se había hecho presente en las figuras de los presidentes de Cuba y Chile,  Osvaldo Dorticós y Salvador Allende. Este último, apenas unos meses después sería derrocado y su suicidio marcaría la historia latinoamericana. Pero ese día no había lugar para las dudas. La historia nos sonreía, la vida nos recompensaba, la alegría nos desbordaba y pensábamos que golpeábamos las puertas de una revolución. Esperanzados nos sentíamos émulos de los protagonistas de la Revolución Francesa y actores de la toma del Palacio de Invierno.  O en la versión patria como Mariano Moreno, Juan José Castelli, Domingo French o Antonio Luis Beruti. Antes de terminar la noche una multitud se congregaba y rodeaba la cárcel de Villa Devoto, conseguía la liberación de los presos, hecho  que sería recordado como el Devotazo. Como clara demostración del clima de época, el sábado 26, ambas Cámaras del Congreso Nacional aprobaron por unanimidad, sobre tablas, el proyecto de Ley de Amnistía enviado por el Poder Ejecutivo que además derogó la legislación represiva y los tribunales especiales. La Bastilla había sido tomada y pasó casi desapercibido que una represión posterior a la liberación de los presos  dejó dos muertos.

Si había ganado Héctor Cámpora, si Perón volvería definitivamente después de ganarle una pulseada maravillosa al general Alejandro Lanusse, si la junta militar se iba con el rabo entre las piernas, todo era posible. Y así fue, pero no en el sentido que le dábamos en ese día cuando la utopía caminó por Plaza de Mayo. La historia es una casquivana veleidosa y pronto  la utopía volvió con cierta o mucha decepción a habitar en el horizonte. Durante los años de plomo, la utopía ni siquiera se podía avizorar en el horizonte. Fue la venganza del poder por aquél  maravilloso 25 de mayo de 1973.  Pocas veces, o nunca,  la historia  hace descender la utopía al lado de la pirámide de Mayo. Lo ha hecho alguna otra vez  más adelante con un sol más pálido pero sin dejar de ser muy satisfactorio. Es posible que el tiempo haya mejorado la percepción sobre aquél día, pero los hechos históricos no son estrictamente como sucedieron sino también como uno los recuerda.         

Y  a pesar del tiempo transcurrido, de las derrotas mucho más prolongadas que las efímeras victorias, cada vez que busco a la utopía en el horizonte, creo divisarla en la memoria de esa mañana primaveral de un día de otoño.

 

 

 

 

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