Asistimos a un tiempo histórico donde la vertiginosidad del cambio permanente demanda, a los adultos, estar en constante aprendizaje. La generación de padres que hoy ronda entre 40 y 60 años son nativos analógicos, son los que transitaron y transitan la aceleración histórica, el cambio de los vínculos en todos los órdenes, la inestabilidad laboral, la exigencia de una eterna juventud y, además, la adecuación a una tecnología que cambia más rápido que su capacidad de aprender a manejarla. Nuevas APP y redes sociales, más las emociones que estas les producen, casi indescriptibles, se suman a la necesidad de demostrar certezas que los adultos, de generaciones anteriores, tenían a esa edad.
En este contexto son padres de los llamados “centennial”, jóvenes nacidos a fines del Siglo XX y de los “milennial”, niños y adolescentes nacidos en las primeras décadas del SXXI. A su vez, los centennial ya son padres, en muchos casos.
En el medio, la tecnología. Padres que intentan saber qué hacer entre el aprender y el enseñar. Aprender una y otra vez sobre nuevos avances de la tecnología, y enseñar a los nativos digitales como desarrollar capacidades de control y manejo de esos avances que, ni los adultos mismos, tienen muy en claro su significado ni sus consecuencias.
Las pantallas atraen y sustraen a niños y adolescentes que caen fácilmente presa de ellas. Un mundo virtual (que no es irreal, pero tampoco es real) se despliega sin límites, el universo que, a diferencia del conocido por los adultos, cuando acostados en el pasto en una noche de verano, miraban las estrellas, se aparecía inalcanzable; sin embargo, el virtual introduce en una aparente realidad que, si bien puede ser simbólica, no es tangible, pero sí absolutamente alcanzable. Eso, es lo que desorienta a los padres en el proceso de educabilidad.
¿Qué hacer? Aquella generación que vivió las revoluciones del sexo libre y de la liberación del autoritarismo de los padres, educó a los centennial y a ahora a los milennial, sin tener muy en claro cómo manejar la autoridad, los límites empiezan a ponerse en tela de juicio, las pantallas resuelven problemas que los padres traían como herencia. ¿Qué significa esto? La calle se volvía cada vez más peligrosa, las adicciones estaban a la orden del día. La herencia era, la calle corrompe: “callejero”, “a la que te criaste” significaban que educarse en la calle era riesgoso. Las pantallas aseguran tener al niño y adolescente “controlado” adentro de la casa. Menos disputas, menos problemas. Bastaba pagar el cable, comprar una consola de juegos, adquirir con esfuerzo la play station, el celular, y parecía que los problemas se achicaban. Mientras el adulto intenta adaptarse y readaptarse una y otra vez a todo lo nuevo que la tecnología impone. Sabido es que un adulto requiere de mayor tiempo de aprendizaje, en este campo, que los nativos digitales.
Pero avanzado el SXXI, diversos estudios dan a saber que las pantallas generan problemas tan o más riesgosos, para niños-niñas y adolescentes, que la calle. Y que, por otro lado, la vida “en la calle” es imprescindible, para el desarrollo integral de las capacidades físicas, emocionales y cognitivas.
¿Los adultos qué hacen con esto? ¿Cómo ponen límites al uso de las pantallas, cuando estas invaden no solo la vida de sus hijos, sino la suya propia?
Con las pantallas como con cualquier otro aspecto de la educación de los hijos, la autoridad es fundamental, construir autoridad es trabajoso, la autoridad no se impone, se logra. No se exige respeto, se consigue. No se establece, se construye. Como toda construcción, se hace con una diversidad de materiales, que se van fusionar en un todo llamado autoridad, que será único para cada hijo e hija. Sabemos que cada sujeto es único e irremplazable, entonces cada hijo requerirá de una fusión de materiales diferentes, en dosis adecuadas a sus necesidades.
Los buenos padres, dentro de sus recursos, se encargan de satisfacer los deseos de sus hijos. Les hacen fiestas de cumpleaños, les compran zapatos, ropa y productos electrónicos (…) Los padres brillantes contribuyen a desarrollar en sus hijos: autoestima, protección emocional, capacidad de manejar la pérdida y la frustración, y de filtrar los estímulos estresantes, de dialogar y escuchar. Conciencia crítica, capacidad de reaccionar, fidelidad, honestidad, capacidad de cuestionar y responsabilidad social.[1] ¡Vaya trabajito ser padres!
No hay recetas para construir la autoridad necesaria para poner límites a las y los hijos, en muchos aspectos se aprende de la propia experiencia, en otros de la que se puede intercambiar con los pares, y la mayoría de las veces es prueba y error. Lo que en algunos casos funciona en otros no.
Pero si hay información, es mucho más probable que haya certezas a que si se ignoran las consecuencias. Como en todos los aspectos de la vida, saber cuáles son los efectos de determinados actos, otorga seguridades.
Por eso, para contribuir a tomar decisiones, con autoridad ante las pantallas es necesario saber qué resultados produce el exceso de horas de exposición a ellas. Por un lado, físicas: tendencia al sedentarismo, obesidad, mala alimentación, debilidad muscular y ósea (posibilidad de sufrir osteoporosis en la adultez), menor crecimiento en estatura, trastornos relacionados al sueño, tendinitis, contracturas y afectación de las cervicales.
En relación a lo emocional: depresión, stress, trastornos alimenticios, baja tolerancia a la frustración, intento de suicidios, distorsión en la percepción del yo y el cuerpo. En lo cognitivo: déficit de atención, falta de vocabulario, escasa fluidez verbal, poca comprensión para la edad cronológica del niño, dificultades en la adquisición de la lecto-escritura, fracaso escolar. En tanto en lo socioafectivo: dificultades a entablar relaciones interpersonales, por ejemplo, no miran a los ojos y trastornos derivados de la autoestima.
Muchas de estas afecciones o enfermedades, asociadas a adultos, se ven ya en niñes entre 5 y 18 años dado que la gran cantidad de horas expuestos a las pantallas, les impide desarrollar capacidades primarias, imprescindibles en los primeros años de vida para poder adquirir luego habilidades y capacidades complejas que son las bases para la construcción del proyecto de vida.
La virtualidad vino para quedarse, la vida cambia vertiginosamente y debemos aceptarlo, en muchos aspectos la tecnología ha facilitado la vida cotidiana; de la autoridad de los y las adultas depende que los niños, niñas y adolescentes la incorporen paulatinamente a su vida y que ocupe el lugar que corresponda, sin arrasar con su futuro. No se trata de prohibir ni demonizar a los dispositivos, sino de saber que, así como los medicamentos acuden ante determinadas enfermedades y mejoran la calidad de vida, pero pueden convertirse, sin el cuidado necesario en drogas peligrosas y adictivas, con las pantallas sucede más o menos lo mismo.
Muchas veces los padres y madres asisten con asombro y orgullo como él o la pequeña maneja el dispositivo móvil, ante esto recordar “que puedan hacerlo no significa que deban hacerlo”
Lic. Verónica López
Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación
[1] Cury, A. (2005) Padres brillantes, profesores fascinantes. Ed. Grijalbo