Angustias de un macho en deconstrucción

Por Fosforito

Me estoy metiendo en un tema que toco de oído, que es muy posible que caiga mal parado, pero que observo maravillado y con cierta inquietud, sospechando que todo lo que pueda decir podría ser usado en mi contra.

          No me diga que me va salir con eso de que usted también tiene un amigo judío, Fosforito

          No, la verdad que no lo sé. No anduve preguntando.

Empezaré por lo principal y lo inobjetable: somos los hombres, los asesinos de mujeres, los que las hemos violado, golpeado, abusado, sometido, humillado… desde que el mundo es mundo y en casi (¿casi?) todas las sociedades y civilizaciones.

Me hago cargo por los crímenes de mi “especie”, acepto toda la culpa y ando por la vida con cola de paja, preguntándome si hay algo que se les puede reprochar a las mujeres por esa lucha tan justa y necesaria que algunas encarnan con tanta fiereza.

Siempre fuimos una cagada, incluso cuando nos pensamos buenos hombres

Recuerdo que en casa la comida se ponía a las doce en la mesa –ni un minuto más tarde, los hombres debían tener tiempo para la siesta- y las últimas en sentarse eran las mujeres, y las primeras en levantarse para juntar las sobras y lavar la suciedad. Alguna vez, como acto de cortesía, alguno se ofrecía a barrer un poco. Eso era la normalidad.

Pero eran hombres buenos, trabajadores, voluntariosos, responsables, que no les pegaban a las mujeres ni se gastaban la plata en juergas. Hombres buenos, pero hombres al fin, que seguían el rol que habían aprendido, casi sin querer, sin darse cuenta. El huevo de la serpiente: que va desde los mal llamados piropos, comentarios sobre el aspecto físico o ciertas “incapacidades” que tendría el también mal llamado “sexo débil”.

Hoy ese hombre está en discusión. Ya vieron que no estoy hablando de los hombres monstruosos que hacen atrocidades imperdonables, sino de los pelotudos malcriados por mujeres también muy machistas.

Esos hombres no son el enemigo. Tal vez sólo necesitan de paciencia, indulgencia y un poco de docencia.

A esas, que alzan la voz contra este tipo de situaciones de micro machismo, las tildan de exageradas, de “feminazis”, logrando que muchas mujeres no quieran involucrarse en el feminismo para no sentirse identificadas con esa figura.

A veces la radicalización de las exigencias, la profundización de las contradicciones, nos transforman en una caricatura, en meme, y nos hacen receptores del odio de los que todavía no entienden porque el mundo les gira demasiado rápido.

Es lo que pasó en la política argentina. Lo que le pasó a una de las mujeres más brillantes de la historia reciente… y todavía muchos se lo adjudican a “un problema de comunicación”.

Lo sé, el tiempo es hoy, dirán. Ya han esperado por siglos.

Sin embargo, no puedo evitar decir algo que me hace ruido y me inmuta:

Un comentario en una reunión de amigos, por ejemplo, a raíz de unas fotos en redes sociales de una  marcha feminista, la de una chica obesa, con sus axilas velludas y sus senos pintados con la consigna “muerte al patriarcado”…

Esa gorda que sale a hacer bardo, quién le va querer mirar las tetas… (Por pudor voy a censurar el resto de los comentarios)   

Hay hombres que ni siquiera saben bien de qué se trata, que se sienten atacados por algo que perciben como un encono que no pueden entender.

Hombres que no están en contra. Que se esfuerzan por cambiar lo que mamaron desde la cuna, eso que era lo normal, vivencias cotidianas en infancias muy felices dentro de familias “modelos”.

Hombres que darían su vida y se dejarían cortar los testículos por las mujeres que aman.

De acuerdo a la acción, la reacción puede ser directamente proporcional. Y veo que muchos hombres al sentirse atemorizados y agraviados, se nublan para entender lo que está pasando y cambian el micro machismo por una especie de misoginia, cavando otra grieta donde la razón o el sentido común suelen brillar por su ausencia.

Son tipos que por los oídos escuchan que hay que parar con hacer de la mujer un objeto, una cosa, y por los ojos les entran otras mujeres en poses provocativas, semi desnudas, que se festejan o critican los glúteos a sí mismas o entre ellas, que se exhiben como si fueran cortes de carne en la heladera vitrina de la carnicería de las redes sociales, mujeres que pueden ser hermanas, una vecina o la hija de un amigo que se quiere arrancar la cabeza. Fotos desde 5000 “me gusta” para arriba. Videos de mujeres que mueven el “tutu” al compás de un regatón que las debería abochornar.

Y en ese mundo de contradicciones, confusiones y rupturas, aparece la chica con gesto embravecido y sus senos al descubierto, exuberantes y desafiantes, con sus pezones erizados por el frío y las miradas inquisidoras que provienen de cualquier género y orientación sexual, pidiendo la muerte del patriarcado.

No siempre se avanza más rápido en línea recta. Atropellando uno y cada uno de los obstáculos. Como todo en la política, no se trata sólo de voluntad sino de correlaciones de fuerza y manejo de los tiempos.

Hay que medir la acrobacia antes de saltar… Un consejo que no seguí al empezar a escribir estas líneas, porque no medí en qué lío me puedo estar metiendo.

Soy un macho en deconstrucción, con temor a expresarse para no quedar como un ridículo o ser increpado a pesar de las buenas intenciones. Que prefiere apoyar de lejitos nomas, angustiado porque ve cómo todo esto se parece a una guerra a la defensiva entre partes que se sienten agredidas e incomprondidas por igual, de fanatismos y exabruptos cruzados cuando quisiéramos levantar las banderas blancas de la paz, la concordia y la igualdad..

No sé si se entiende, pero algo no está bien cuando los que podrían ser aliados se sienten acorralados y se resguardan al confort de lo ya establecido.

Hay muchos que están dispuestos a cambiar. No los pongan en su contra.

Y saben, no tengo soluciones, sólo vengo a proponer los problemas.

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