Al mundo le falta un tornillo

Primera cuestión, estar sano no es solo no estar enfermo, es un “estado positivo”. Hay que echar luz acerca de que esa “dicha” tiene causas sociales, complejas, no simplemente individuales y que, menos aún, se reducen a la dimensión biológica del “buen funcionamiento” del sistema nervioso. Creo que es la batalla que se ha librado en el campo de la salud mental en la modernidad, o al menos desde la posguerra. Es la estrategia del liberalismo poner en el individuo y fundamentalmente en su organización biológica,  la responsabilidad de su destino, de sus bienestar y malestares en la cultura, abstrayendo de ella, a la “cultura del malestar” que el capitalismo promueve. 

Un ejemplo transparente: France Telecom decide despedir, en 2007 a 22 mil empleados, de un modo involuntario. Recurrió  a una política de hostigamiento y a la aplicación de torturas psicológicas para que los empleados designados se vayan “por la puerta o por la ventana”, según la expresión de Didier Lombard, ex Director ejecutivo que jugaba una suculenta comisión económica por lograr sus metas. Presiones, traslados, jornadas de trabajo en una oficina con solo una silla,  sin luz ni aire, ni actividad, tareas imposibles, etc. motivaron que 35 empleados se quitaran la vida. Los directivos fueron condenados por acoso moral a un año de prisión y pagar 15 mil euros. La empresa 75 mil”.

Esta historia no es ajena a la nuestra: En los 90´, las privatizaciones dejaron un tendal de padecimientos en los que el suicidio fue una de las manifestaciones más extremas. En France Telecom, los directivos arguyeron que las depresiones de las víctimas expresaban una patología individual, extraña al proceso laboral. 

El hombre es un ser social, mal que le pese a Margaret Tatcher, eufórico emblema de un liberalismo que proclamaba la muerte de la sociedad. “¿Quién es la sociedad? No existe tal cosa! Hay individuos, hombres y mujeres y hay familias y el gobierno no puede hacer nada, sino a través de la gente, y la gente se ocupa primero de sí mismo (…) la sociedad no existe”(1).  

Creo por el contrario, con el viejo Pichón Riviere, que “el hombre es un ser de necesidades que solo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan”, es decir, el individuo humano no es otra cosa que el resultado de las interacciones sociales, en un contexto determinado. Por esa razón, solo podemos hablar de salud mental como un concepto colectivo. 

Podemos evaluar de un modo preciso, como lo hace Lía Ricón, el estado de bienestar de una comunidad, indagando el destino concreto de gratificación o frustración que sufren sus necesidades. En su interesante análisis clasifica las necesidades humanas según los desarrollos de Max Neef en las siguientes: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creatividad, libertad y trascendencia. La salud mental de una población dependerá del modo en que propone la satisfacción de sus necesidades a sus miembros. 

El mundo del trabajo, para continuar con el ejemplo, lejos de proveer a la dignidad humana, acrecienta cada vez más, la explotación, la alienación y el infortunio de los humanos. Aún más, la subsistencia misma, no solo individual que permanentemente está expuesta a las condiciones extremas de la pobreza, el hambre y la indigencia, sino también la planetaria está cada vez más en riesgo, en ésta época del antropoceno, en la que las repercusiones que tienen en el clima y la biodiversidad, tanto la rápida acumulación de gases de efecto invernadero, como los daños irreversibles relacionados por el consumo excesivo de los recursos naturales encaminan a una rápida autodestrucción. 

Los resortes de este suicidio colectivo son los mismos que mueven a la desdicha humana, al sufrimiento del hombre en  su existencia cotidiana: el individualismo, la competencia, las escandalosas desigualdades sociales y económicas, el consumo desmedido, el éxito como sinónimo de felicidad, la degradación del hombre a objeto, a mercancía en un mundo en el que todo se compra y todo se vende, la jerarquización enloquecida del lucro sobre las necesidades humanas, el desmembramiento de la familia,  la destrucción de los vínculos sociales y de los lazos de solidaridad . 

Estas condiciones que no solo proyectan pesimismo sobre los  efectos que poseen sobre la salud mental de los seres humanos, sino sobre la prolongación misma de su existencia, son analizadas de manera magistral en el libro de Hervé Kempf “Para salvar el planeta salir del capitalismo”, sumamente recomendable para una comprensión global de nuestros padecimientos como especie, de esta permanente cultura del malestar. 

Deseo culminar este apartado con una contundente cita del autor, respecto de nuestro futuro: “Otro mundo es posible, es indispensable, está a nuestro alcance. El capitalismo se está transformando e ingresando en una fase mortífera: genera a la vez, una crisis económica mayor y una crisis ecológica de magnitud histórica. Para salvar el planeta es necesario salir del capitalismo, reconstruyendo una sociedad donde la economía no sea más que una herramienta donde la cooperación le gane a la competencia, donde el bien común prevalezca sobre el lucro…”.  

Solo en este contexto podemos comprender el estado de nuestra salud mental, atravesado por frustraciones, privaciones y padecimientos profundos que el sistema atribuye a los fracasos psicológicos individuales, originados en trastornos del funcionamiento del sistema nervioso y oferta para “curarlos”, un arsenal de psicofármacos, de manuales de autoayuda y profundas meditaciones siempre direccionadas hacia adentro, para anestesiar las desdichas o evadirse de nuestras responsabilidades en los profundos cambios sociales y culturales que debemos hacer como sociedad, para curar este mundo.

LAS LOCAS

“Es una lástima que los locos no tengan derecho a hablar sensatamente de las locuras de la gente sensata” 

(Shakespeare)

Ellas giran alrededor de la plaza. Quieren saber el destino de sus hijxs. Aquellos que los secuestraron, los torturaron y “desaparecieron”, las reprimen, las secuestran y desaparecen a su vez. Pero ellas siguen. Luchan, pelean, reclaman, ya no solo por ellas, ni por sus hijxs, sino por todos nosotros. Los genocidas no pueden comprender y para desacreditarlas las llaman “LOCAS”. 

Las “locas de la plaza” están fuera de toda norma, de toda cordura, como la mayoría de la sociedad. La normalidad se vuelve cínica, por terror, por indiferencia, por complicidad. Mantener la cordura tiene un alto costo, mutila el ser. Los cuerdos deben apelar a variados mecanismos defensivos contra una angustia que flota en sus conciencias y en un clima que se hace irrespirable. Los cuerdos deben hacerse perversos para sobrevivir el desquicio. Si hay secuestros “por algo será”, “algo habrán hecho”, reza la justificación que culpabiliza a la víctima. 

El mundial 78 lo canaliza hacia la relación maníaca: “Somos los mejores del mundo”. Finalmente la renegación más obscena: “Los argentinos somos derechos y humanos”.  

Pero  qué es la locura?, ¿qué es la normalidad y la cordura en la historia de nuestro país? Como en Don Quijote, la nobleza, la lucha contra las injusticias, por el bien común, está del lado de la locura. Las Madres de Plaza de Mayo son un símbolo viviente de los valores de la salud mental. De aquello que en la convivencia colectiva puede brindarnos algún bienestar en la cultura, a partir del amor, el coraje, la coherencia, la solidaridad y la lucha por un mundo mejor. Han trazado un camino ético hacia una salud mental posible, que consiste en sostener esa sana locura:” sigamos siendo locos, madres y abuelitas de la Plaza de mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo (2).

De Poetas y de Locos: Un humilde revuelo

De pronto una persona podía sentirse investida de un Poder divino para salvar a la humanidad, o perseguida por acciones malditas de sus vecinos, escuchar voces infamantes o ser empujada a conductas incoherentes o bizarras. Era internada un tiempo en “Sala 8”, aisladas y medicadas de un modo de desconectar de su ser, esas sensaciones extrañas. Las puertas se abrían y en el espacio social y familiar los esperaba la soledad, el aislamiento, miradas torvas, desconfiadas y temerosas de los vecinos que habían presenciado todo. Comenzaban a sentir que sus palabras no eran registradas. Las palabras de los locos no cuentan. Eso realimentaba el encierro en casa y en sí mismo. El ocio absoluto reforzaba la desconexión social y nutría convenientemente el delirio, esas ideas que, anestesiadas, seguían estando, esas voces que aplacadas seguían insistiendo. Una vez al mes algo cambiaba. La cita en el hospital para encontrarse con el Doctor que casi sin mirar brindaba una receta para seguir “estabilizado”. 

En ese cuadro, de a poco, comenzamos a hacer un pequeño revuelo. Así lo llamaron los mismos “pacientes” cuando sintieron que era la hora de nombrar ese movimiento que se estaba operando en sus vidas, cuándo al diagnóstico petrificante se opuso la narración de una historia, la construcción de una identidad única, cuando a la soledad se propuso grupo, cuando al ocio del presente continuo se ofreció proyecto y actividad. Cuando esa actividad fue escritura, fue poesía, texto, cuento, reflexión, cuando la palabra tomó tanto valor que se estampó en una revista, allí, el grupo, el movimiento de salud mental y la revista misma se nombró como “Revuelo en el altillo”. Ese movimiento se prolongó en múltiples actividades de “socialización”, una de ellas un programa de radio, que invitaba, además, a compartir la palabra hablada. Una maravillosa experiencia de abordaje del padecimiento en el campo de la salud mental, basado en aquellos valores que la guían, que orientan el camino del bienestar colectivo: el respeto, el amor, la solidaridad, la comunicación, la construcción de lazos sociales. Una experiencia con efectos extraordinarios de “cura”. Una historia que queremos compartir con ustedes el jueves 13 de octubre a las 19 horas en la Biblioteca Serebrinsky en el marco del día mundial de la salud mental, en el espacio de cine/debate, compartiendo el documental “La hora del revuelo” realizada por producciones del sur del sur, una experiencia única que cuenta cómo la radio puede ser un instrumento de comunicación y salud mental. Nos vemos allí.

 

(*)Psicólogo. MP243

 

(1) Declaraciones recogidas por Douglas Keay

(2) “Nuevo elogio de la locura” Julio Cortázar Biblioteca Alfaguara.

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