ADHD y ADD: LA NIÑEZ ADORMECIDA

ADHD y ADD Son siglas que significan “Déficit de la atención con o sin hiperactividad”. Son “diagnósticos”  creados por el DSM, un controvertido manual de psiquiatría que ha contribuido a la medicalización y patologización de procesos psicológicos y emocionales  ligados a la normalidad de la vida (1).

Estos paupérrimos desarrollos teóricos han inaugurado una práctica de sobre-diagnóstico y medicación en niños que cargan, supuestamente, con un  desorden en su atención o con conductas sancionadas como hiperactivas.

A criterio de expertos en salud mental (1), reduce  simplifica y cataloga  una serie de datos del comportamiento (dificultades en la atención y concentración, conductas hiperactivas etc.) del niño a un  cuadro psiquiátrico al que le atribuye una dudosa y la mayoría de las veces  inverificable causa orgánica, biológica.

Esta práctica cuestionable suele incluir, además de la  evaluación sintomática del “especialista” la “colaboración” de padres y docentes que responden a un cuestionario para completar la observación del comportamiento que va a ser clasificado. Es más que claro que, amén de la falta de pericia profesional, padres y docentes están demasiado implicados subjetiva y emocionalmente con el  niño para que su mirada sea objetiva. La respuesta a los cuestionarios termina reflejando  el grado de paciencia que familiares y maestros tienen con el niño, las emociones que este les genera, más que algún dato “científico” relativo a las vivencias y conflictos del mismo.

Este precario circuito suele concluir con un Dictamen de ADD O ADHD, un diagnóstico  reduccionista, invalidante y estigmatizante para el niño y la familia. Se completa con una medicación para “controlar” la conducta  y una terapia de modificación conductual que procura una inapelable “adaptación” del niño a los ámbitos familiares, educativos y sociales (1).

Según los especialistas con un vasto recorrido en salud mental citados, este enfoque condena a los pequeños a asumir la entera responsabilidad de sus sufrimientos (de los que en general son más bien víctimas), excluyendo del análisis de las determinaciones de sus  dificultades, todo contexto familiar, educativo e incluso socio-cultural.

Este grave problema ha sido ya cuestionado hace años en el citado  documento  “Consenso de expertos del área de la salud acerca del llamado “Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad”, que recomiendo leer googleando el título. Allí reconocidos referentes de la salud mental del país, ponen en cuestión desde la elaboración del cuadro, las causas orgánicas que se le atribuye, la práctica reduccionista, el sobre diagnóstico y el tratamiento farmacológico, como las consecuencias psicobiológicas de la medicación que se les prescribe  a estos niños. Los síntomas son leídos indefectiblemente como efectos de algún trastorno neurobiológico, sin indagar en sus causas que suelen ser múltiples y complejas, ni tomar en consideración que los síntomas, los padecimientos de los individuos, son expresiones del sufrimiento de un sujeto en su contexto socio-familiar.

Los profesionales de la salud mental que trabajamos con niños hemos observado,  hace años ya, esta preocupante realidad. Padres que llegan a la consulta con niños pequeños diagnosticados como AD(H)D y medicados que comienzan a poner en cuestión esta práctica. Enfoque que borra al sujeto y su contexto de la escena dejándolo fijado a una clasificación psiquiátrica.

Sin embargo, claramente el desorden de la atención y la hiperactividad no constituyen cuadros unitarios, sino que se manifiestan de múltiples maneras, como variadas, complejas y diferentes  pueden ser las causas que determinen esos comportamientos, como manifestación de sus conflictos subjetivos. No se toman en cuenta en la evaluación de las conductas circunstancias de orden social, como aulas súper pobladas que dificultan el proceso de atención,  e incluso de orden histórico-culturales como el desfase entre  los modos de sostener la atención aprendidas con las  nuevas tecnologías (celulares y computadoras), basados en estímulos breves y rápidos a los que los niños se van habituando desde temprano, que entran en contradicción con la exigencia de sostener la atención a la palabra del docente durante un largo período de tiempo, y su incidencia en las dificultades de la concentración.

Aquellos problemas ligados a la hiperactividad y las dificultades de atención pueden responder a distintas y variadas causas: problemas familiares, dificultades en la elaboración de un duelo,  maltrato o violencia, por sufrir situaciones de abuso sexual infantil, o de las más diversas preocupaciones. Esto habla de un fondo ideológico que sustenta los desarrollos del DSM y las prácticas que la plasman, en tanto suponen un criterio de normalidad de la niñez pasiva, adaptada y obediente.

Un diagnóstico revelador derivado del manual es, por ejemplo, el “Trastorno oposicionista desafiante” que, bien leído, patologiza y medicaliza como una perturbación la rebeldía y la actitud desafiante propia de  niños y adolescentes que forman parte del desarrollo normal y saludable de  esas etapas de la vida.

Suponer en la obediencia a la autoridad un criterio de normalidad trasluce una ideología que no es ingenua en  los perpetradores del manual.

En no pocas oportunidades, los niños que deambulan inquietos en las escuelas presentan  conductas agresivas, no pueden “quedarse quietos”, concentrarse y atender en clase, etc.,  son diagnosticados y medicados como A.D.(H)D  y tratados con terapias de modificación conductual. Pero, cuando se incluye  la comprensión de sus vivencias subjetivas y el análisis de su contexto socio- familiar- educativo –cultural, revelan sufrimientos subjetivos graves (padecimientos mentales de otra índole, abusos, maltratos, violencias, depresiones, duelos o simplemente graves preocupaciones) que no son tenidos en cuenta por este enfoque reduccionista y biologicista que tiene por objetivo el control de la conducta, su “normalización” y adaptación a las exigencias sociales e institucionales, a costa del dolor y la angustia del niño que no es reconocido como sujeto.

 

(*) Psicólogo. MP243

 

(1)Fuente del artículo: “Consenso de expertos del área de la salud acerca del llamado” Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad “en “Cuestiones de infancia”, revista de psicoanálisis con niños año 2007 volumen 11

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